Por José Gustavo Hernández Castaño (*)
En términos de Maquiavelo, la virtud del príncipe (aquel que tiene el poder) más que, conquistar el poder, es mantenerse. El presidente Petro demostró que fue capaz de conquistar la presidencia (una parte del poder), por muy estrecho margen (un poco más del 50 %). Para lograrlo, concitó el respaldo de un amplio grupo de movimientos alternativos y partidos de izquierda; atrajo el respaldo de otros sectores del centro del espectro político y recogió algunos respaldos de líderes que se desprendieron de partidos del establecimiento. En la campaña electoral probó su inmenso e incuestionable liderazgo político.
Con sus mensajes (en los discursos de elección y posesión) de no hacer un gobierno partidista, sino, de concertación en un acuerdo nacional, produjo el acercamiento con tres partidos del establecimiento (liberales, conservadores y de la U) para la conformación de las mesas directivas de Senado y Cámara en el Congreso de la República. Partidos que se declararon, posteriormente, en partidos de gobierno y, con ello, su participación en el primer equipo ministerial.
Sucedió lo inimaginable, el partido conservador se convirtió en partido de gobierno, en un gobierno de izquierda.
En los primeros meses de gobierno, al tiempo que consolidó unas mayorías en el Congreso para el trámite de sus propuestas de reforma, prometidas en campaña, nombró en su equipo de gobierno ministros de muy variadas tendencias políticas e ideológicas, logrando un trámite tranquilo de la paz total, la tributaria, el acuerdo de Escazú, y el plan de desarrollo; y, en el concierto internacional, fueron acertadas sus intervenciones relacionadas con los temas de drogas, cambio climático, defensa de los derechos humanos, negociación de deuda externa por oxígeno y propuesta de cambios en la política energética mundial, logrando un reconocimiento como líder político y de gobierno.
Su primera equivocación estuvo en creer que, la discusión del contenido de las reformas, sobre todo, la de salud, se daría en una sinfonía de acuerdos a partir de una sola partitura.
Se le olvidó o ignoró que en una democracia capitalista hay disimilitud ideológica de opiniones y se conjugan variados intereses económicos y políticos (nada extraño). Creyó que los partidos de gobierno, diferentes al Pacto Histórico, participantes del acuerdo, no expresarían sus variadas concepciones, ni defenderían sus posiciones, ni serían deliberantes, sino, votantes, a pie juntillas, de sus propuestas de reforma. Se le olvidó o ignoró, también, que este país está atomizado y políticamente polarizado por varios años (décadas).
Se le olvidó o creyó que sus aliados en el Congreso (partidos del establecimiento) habían perdido su identidad, su ideología, su tradición y estaban solo para sumar y para votar sin ningún reparo, sus propuestas de reforma.
Cuando los partidos del acuerdo opinaron y se opusieron a los textos de las reformas presentando nuevas propuestas, apareció el otro Petro (el que cohabita en él), el soberbio, el pendenciero, el opuesto al estadista. Montó en cólera y le dio una patada a la lonchera, como se dice coloquialmente. Públicamente, mandó para el carajo su propuesta de acuerdo nacional; pidió la renuncia a varios de sus ministros, y, talvez, a los ministros más reconocidos y los que generaban punto de equilibrio.
Este Petro, el camorrero, el populista, el dubitativo, el soberbio, en un balconazo, desde la casa de Nariño, con su llamado al trámite de las reformas por la vía de la movilización y del populismo, ha desgastado demasiado al otro Petro, al gobernante, al estadista, al conciliador, y con ello ha deteriorado enormemente su imagen. Circunstancia, esta, que desdibuja y oculta importantísimos resultados en su obra de gobierno, tales como: la política de tierras, comprando y entregando títulos a indígenas y campesinos tendiendo a mejorar los niveles de productividad en el campo y la seguridad alimentaria; disminución de los niveles de deforestación. Avance en los procesos de paz total. Disminución de los niveles de inflación, mejoramiento de los salarios de los trabajadores, y aumento de su poder adquisitivo. Revaluación del peso colombiano frente al dólar. En materia educativa, la matricula cero en la educación superior y en materia anticorrupción, el destape de varios hechos, en varias entidades del estado: UNP, SAE, Ecopetrol, etc.
Ese ha sido Petro en los últimos meses, un personaje incierto, dubitativo. Un presidente que parece tener claro lo que debe hacer, pero, no sabe cómo hacerlo. Errático y vacilante en esta última parte de su primer año de gobierno.
Diversas circunstancias han contribuido al estado de deterioro de su imagen: la oposición cerrada de los grandes medios de comunicación, al servicio de los grandes grupos de concentración del poder económico. La cada vez mayor oposición política. Su poco éxito en el trámite de las reformas. La conformación creciente de un bloque de oposición en el congreso. Su coalición de partidos, el Pacto Histórico, dividido, descuadernado, en las regiones, por una mala y errática dirección nacional. Y, finalmente, el escándalo propiciado por su hijo Nicolás Petro, quien, presuntamente, recibió dineros de reconocidos narcotraficantes, en periodo de campaña.
Por todo lo anterior, se me antoja pensar que el presidente Petro, tiene hoy, bastante disminuida su capacidad de maniobra (cada día luce más acorralado) razones más que suficientes para dar un nuevo giro, adecuado y oportuno, si quiere lograr las reformas y sus propuestas de cambio, no las ideales, sino, las reales y posibles, en este momento.
En mi opinión el presidente Petro tiene un mal equipo de asesores. A esos sí, “debe mandarlos p´al carajo”. Debe corregir el rumbo de su gobierno y dar un completo timonazo, ojalá de 180 grados.
Si Petro quiere tramitar las reformas y salir avante en buena parte de su contenido, debe propiciar rápido, un nuevo acuerdo, por lo menos con dos de los partidos. Abrir de nuevo, las puertas del diálogo, con el Partido liberal, con quien, a pesar de sus diferencias, no ha cambiado su decisión de ser partido de Gobierno y con el Partido de la U, que se ha mantenido como independiente.
Ese acuerdo debe hacerlo con los directores de los dos partidos, con la oficialidad de cada uno de ellos, darles participación, reconocerlos como tales y, permitir su deliberación en el trámite de las reformas en el congreso. No debe seguir estimulando el cabildeo, la conquista voto a voto, en la llamada política del menudeo.
Si no corrige el rumbo estaría dándole la razón a algunos comentaristas políticos, que hoy se apresuran a anunciar su hundimiento, su fracaso, y a proclamar el resurgimiento de los tres huevitos de Uribe o, los huevos empollados del Vargas Llerismo.
(*) Magister en Ciencias Políticas
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