Faber Bedoya Cadena
El doctor Alberto Mendoza Morales, durante siete años, patrocinado por el diario El Espectador, recorrió el país haciendo foros, hablando con la gente en cada sitio. Cada semana el diario publicó, lo que Guillermo Cano, su director, denominó "Anatomía de un país". En su estadía en el Quindío, le llamó la atención, entre muchas otras, el hábito de “guindar”, para referirse al hecho de llamar a una persona por su nombre, o apodo, y esconderse. Como un subproducto de la costumbre de conversar, de charlar. En grupos de amigos o corrillos. Al calor de un tinto, o parados en una esquina de la plaza de Bolívar. “El cuyabro conversa mucho, con todos y de todo”.
Saludar, conversar, charlar, está en el Adn de los armenios. Es parte de su idiosincrasia. En aquellos tiempos todos nos conocíamos, sabíamos su vida y milagros. De seguro, no había vida privada. El mejor certificado era la versión del vecino. El hablar de los demás era el deporte favorito y el rey de las conversaciones. Todos nos levantábamos al tiempo, porque sabíamos qué pasaba, con el que se iba primero. Existía la vecindad. Las visitas. Las comadres. Las idas al rio en familia. Las fiestas familiares. Se celebraba el matrimonio, el nacimiento del niño, el bautismo, la primera comunión, los quince años, el compromiso, el matrimonio, y así. Siempre había un motivo para celebrar, estar en familia, con los vecinos.
La conversación en todas las épocas ha tenido sus niveles. Desde el informal, con los saludos. Que hubo, como estás, hola, como te va, y la familia, bien todos, en el trabajo, en el estudio, todo bien, tu mamá como está, por la casa que tal, y que más. Me permite su atención un momentico. Está bueno el clima, cómo hace calor, o de frio. Bueno adiós, nos vemos, más tardecito, o después de las dos. Otra costumbre característica de los armenios, cambiamos la medida del tiempo. Sabemos qué horas son, despuesito de las dos, antecitos de las doce, por la mañanita le caigo. Pero allá estamos. O las direcciones, dos cuadras más debajo de la plaza de Bolívar, cerquita del parque Sucre, a la izquierda. En el barrio Galán, en los bloques. Enseguida de la venta de buñuelos.
Un segundo nivel es más intelectual, formal. Se hablan de temas como los deportes, de política, del gobierno. Una lista interminable de temas. Noticias del día, nacionales e internacionales. Con comentarios y juicios de valor. Se presentan posturas y posiciones frente a las actuaciones de gobernantes o personajes públicos. En este nivel nos damos cuenta del poder de nuestras palabras. Nos permiten ver cómo las conversaciones crean uniones poderosas entre las personas y la cultura. Son la forma en la que conectamos, enganchamos, navegamos y transformamos el mundo con los demás. De verdad, cambiamos el país. Ascendemos a niveles superiores de educación, en la medida que escuchamos e intercambiamos ideas, convivimos con las divergencias y exploramos los consensos. Todo ocurre en el mundo del escuchar y el hablar.
En Armenia hay varios temas que son recurrentes. En política y más exactamente con los alcaldes, las charlas siempre son la misma, cambian los actores y los patrocinadores. Y el escenario muy deteriorado. En deportes desde que el Quindio juega en la B y mientras esté don Hernando Ángel, al frente del equipo, no hay nada que decir.
Quedan dos niveles de la conversación, los niveles emocionales y el de los sentimientos.
Las tertulias que permiten expresar pensamientos, emociones y sentimientos fortalecen las relaciones. Y nos hacen crecer. Una conversación va más allá de la información que compartimos y las palabras que decimos. Cómo las expresamos. Ofrece la posibilidad de empaquetar, presentar, y comercializar interpretaciones sobre nuestro entorno. Permiten crear significados compartidos sobre necesidades e intereses. Hacer transacciones afectivas. Cotejar posiciones, generar diálogos y establecer conclusiones en la diversidad. En las diferencias esta la unión. Transformamos y moldeamos la realidad. Co-creadores de un mundo diferente, cuando hay sentimientos inmersos en el portafolio de temas. En estos niveles aparece la alegría, porque es sinónimo de confianza. Es contagioso, ver un grupo de amigos unidos por la empatía, estar en la misma longitud de onda. Compartiendo iguales plataforma y aplicaciones proveedoras de afecto. Prestando atención plena a quien habla, sin juzgar. Abriendo la mente a la curiosidad y a la posibilidad de cambiar nuestros puntos de vista, mientras escuchamos y aprendemos. Esto también sucede en pareja. Sin incertidumbres, dudas, y movilizando a los contertulios a la acción con toda la conectividad y coherencia, entre el pensar y el actuar. Toda conversación es sanadora. No hay conversaciones neutrales. La carga emocional y espiritual que tienen las palabras en una charla, es muy grande.
Afortunadamente y desde niños nos enseñaron a conversar con Dios y no lo confinó el coronavirus. Nos acercamos a su palabra. La leímos en el prójimo con las acciones de solidaridad. Nos cerraron los templos, pero hicimos de nuestra vida templo vivo de la fe, la caridad y el amor. Es una magnífica oportunidad de seguir escuchando a Dios manifestado, en la satisfacción de las necesidades de mi hermano.