Fáber Bedoya Cadena
La presencia de las enfermedades mentales en nuestro medio, es más frecuente de lo que sabemos. Y cuando nos damos cuenta están muy avanzadas, como muchas veces no presentan síntomas físicos notorios pasan desapercibidas, pero la procesión está por dentro. Resultamos muy resistentes a la frustración, tolerantes, nos lo tragamos y aguantamos todo, callamos. Y “tropezamos con la misma piedra”, una y mil veces. Nuestras abuelas fueron expertas en esas actitudes, era su Adn. Pasaron por la vida sin quejarse, sufrieron en silencio, con episodios que impactaron sus pensamientos, sentimientos, estados de ánimo y comportamiento. En esos tiempos idos, también existieron los trastornos de la personalidad, de la alimentación, del sueño, la ansiedad, angustia, pánicos, obsesión, compulsión, manías, fobias, depresión, trastorno bipolar, esquizofrenia, paranoia, maniacodepresivos. Y no comían, no dormían, o hacían de la comida su obsesión, se encerraban y no volvían a salir, o sencillamente se fugaban de la casa. Una explicación socorrida era que estaba “embrujado” o le dieron un “bebedizo”, y se recurría a los exorcismos, a erradicarlo del vecindario, o para Sibaté y en los tiempos modernos para Filandia.
Una manifestación muy frecuente de los trastornos de la personalidad era la adicción al tabaco, al licor, el alcoholismo, o la adicción al juego, con todas las consecuencias físicas, mentales, emocionales, espirituales y económicas que esto significó para muchas familias.
Nacimos, crecimos y nos desarrollamos en un ambiente donde lo normal era ser una persona “normal.” En las escuelas, los colegios, las empresas, todos éramos muy cuerdos. Claro que todo pueblo tenía su loquito o su bobo, pero esto era exótico, anormal, excéntrico. Y algunas veces los escondían, los erradicaban del barrio o de la comunidad, y también existieron los que se hacían los locos y se quedaron así.
Actualmente vivimos en un ambiente donde lo normal es encontrarnos con uno o varios de estos síntomas o signos: Sentimientos de tristeza o desánimo, pensamientos confusos o capacidad reducida de concentración, preocupaciones o miedos excesivos, sentimientos intensos de culpa, altibajos y cambios radicales de humor, alejamiento de las amistades y de las actividades, cansancio importante, baja energía, problemas de sueño o con la alimentación, desconexión de la realidad, delirio, paranoia o alucinaciones.
Problemas para comprender y relacionar las situaciones y las personas, sentimientos de soledad, de ausencia de amor y cariño de los seres queridos, adicción a los dispositivos electrónicos, problemas con el uso del tabaco, alcohol o drogas, cambios importantes en los hábitos alimenticios y del sueño, exceso de enojo, hostilidad o violencia, infelicidad y disminución de la alegría de vivir, conflictos familiares, problemas de pareja, aislamiento social, ausentismo u otros problemas relacionados con el trabajo o el estudio, mal manejo de los problemas económicos y financieros, debilitamiento del sistema inmunitario que dificulta al cuerpo resistir las infecciones, enfermedad cardíacas, respiratorias, de presión, y otras afecciones, pensamientos suicidas u homicidas.
Un síntoma actual, recurrente, es la incapacidad para afrontar los problemas de la vida diaria, o el estrés, considerado como los obstáculos que se oponen entre el inicio de una acción y su culminación. Es un sistema de alertas biológico, cuando nos enfrentamos algún cambio en las circunstancias habituales. Y puede ocasionar problemas de salud, y graves, como presión arterial alta, insuficiencia cardiaca, obesidad, dolor de cabeza inespecífico, dolor muscular, dolor en el pecho y fatiga, malestar estomacal, cansancio, problemas con el sueño, la alimentación, perdida o aumento de peso, hasta mala memoria.
Entonces se ha creado un esquema procedimental que es recurrir a un especialista en Psiquiatría, quien le diagnóstica, “trastorno depresivo recurrente, y el motivo de la consulta es control de ansiedad”. Y le formula dos antidepresivos y después de la consulta debe volver a los tres meses. De esto hace 8 años. en este caso conocido de primera mano.
Porque paralelo a los trastornos de personalidad y desde tiempos inmemoriales existen las pastillas, las bebidas espirituosas, las sustancias psicoactivas que servían de remedio o cura para enfrentar o salir de esas anormalidades. Pero aquí resultó peor el remedio que la enfermedad. Salimos de un padecimiento para caer en una adicción, las tales anfetaminas, antidepresivos, ansiolíticos, resultaron adictivos. Son sustancias químicas que tienen un efecto estimulante o depresor sobre el sistema nervioso, aumentan la resistencia física, son euforizantes, alteran la percepción, modifican la realidad y disminuyen la sensación de hambre. Crean dependencia física, porque resultan necesarias para vivir, y psicológica, porque son indispensables para vivir bien.
Este enunciado es apenas una hoja de ruta, que, Dios mediante, hemos de concluir, pero de antemano sabemos, que el amor y el perdón son más poderosos que cualquier antidepresivo.