Faber Bedoya Cadena
Mi padre nunca fue político, militó toda la vida en el partido liberal y fue secretario del directorio liberal departamental. El presidente era el doctor Ancizar López Lopez. Fue su seguidor irrestricto, claro que tuvo infidelidades políticas con otros dirigentes, como Marconi Sánchez, Alberto Marín, Samuel Grisales, Humberto Cuartas Giraldo, Jorge Arango Mejía, Horacio Ramírez Castrillón, y Alberto Lozano Simonelli en tiempos del nuevo Liberalismo. Pero no ocupó ningún cargo por influencia política, fue un eficiente vendedor de seguros de vida.
En cambio, si tengo muchas experiencias con amigos y familiares que incursionaron en el mundo de la política.
Un primo hermano fue concejal y diputado por dos periodos consecutivos. Se jubiló como diputado. Para la primera candidatura de concejal figuró en las listas del partido liberal, bajo la dirección del dr López Lopez y la lista la encabezaba el señor Efraín Castro Rojas, el “capitán de los barrios”, y sacaron cinco concejales entre ellos mi primo. Para esa candidatura los señores Castro López le prestaron a mi familiar cinco millones de pesos, que pagó durante la legislatura de los dos años de concejal. Durante el ejercicio legislativo, nombró a mi padre celador en una escuela cercana a su casa y no hubo personaje más feliz que él, pues se tomó muy a pecho su papel. Para la segunda elección no necesitó ningún préstamo. Pero cuando fue candidato a la asamblea le prestaron diez millones, en hipoteca, de la casa. Ya tenía experiencia en el manejo de la cosa pública, además el secretario de obras públicas era su cuota en el gobierno departamental y con unos contratos, rápido pagó la deuda y no volvió a necesitar plata prestada.
Otro familiar era edil de la comuna diez. Excelente persona, agradable, mejor conversador, bueno para todo, pionero de la Wikipedia, sabía de todo. A todos ayudaba, en lo que fuera. Comedido, bien presentado, pispito de ojo, soltero, vivía con la mamá y otro hermano que era artesano. Él creía que, con esas cualidades y ese respaldo ciudadano, era el candidato perfecto para ser concejal. Se presentó independiente, todos le dijimos que votaríamos por él. No saco quinientos votos. Yo sí vote por él. Más campeona fue la de un compañero de universidad que se lanzó a ser concejal. Era el profesor más querido por la comunidad educativa, ex director de bienestar universitario, crítico literario a nivel nacional, columnista de los diarios locales, tuvo una librería en la ciudad con mucha aceptación. Invitó a varios escritores a conferencias en la ciudad, organizó un festival de tango. Quiso ser concejal, lo inscribimos por firmas, recogimos 8000, se necesitaban 6.000. Un exalumno suyo presidente de la junta de Acción Comunal de un barrio del sur, le ofreció 120 votos por $2.000.000 de pesos, él es muy correcto, no aceptó. Nunca supimos para dónde se fueron cuatro mil personas a la hora de votar, porque solo sacó 1.800 votos. No salió elegido.
En cambio, otro profesor de la U, aprovechó un trabajo social en dos barrios del sur de la ciudad, en una Investigación Acción Participación, y organizó un buen caudal electoral que le dio sus frutos, pues fue concejal por tres periodos seguidos. Inscrito por el partido conservador, cuando en el aula mater figuró como comunista todo el tiempo y como tal fue designado decano de humanidades en elección popular.
Lo que nos indica que lo más seguro para las aspiraciones electorales es conseguir el aval de un partido político con personería jurídica. Ese fue el caso de un alcalde elegido por votación popular, que figuraba de tercero en las precandidaturas, pero un patrocinador que sabe mucho de las contiendas electorales, le consiguió el aval de un partido minoritario, con un solo concejal, le patrocinó, le ayudó, lo impulsó y resultó elegido alcalde por encima de los favoritos. Se dice en los bajos mundos que le costó varios millones, varios, los cuales pagó con un contrato en plena pandemia, lo investigaron, lo suspendieron, lo reintegraron y no pasó nada.
Traigo todo esto a colación porque un grupo significativo de ciudadanos quiere poner las canas en remojo y al servicio de la comunidad, que un día los vio desempeñarse en otras áreas de la vida. Todos pensionados en uso de buen retiro, sin otras preocupaciones que la de vivir en paz las últimas motiladas que nos quedan, pero las ideas por ver otra Armenia siguen latentes, vivas, en ebullición, y no queremos dejarlas en las mesas del café o del mall del centro comercial.
Recuerden que durante la pandemia se presentó la “rebelión de las canas”, cuando un grupo de ilustres septuagenarios nos rebelamos porque querían guardar a los viejitos, y sirvió de mucho. Ese episodio se podía repetir, pero en las urnas, y así tener espacios para exponer nuestras ideas.
Bueno… es una idea.