Faber Bedoya Cadena
Armenia, entre los galardones que ha obtenido a lo largo de su existencia, ostenta uno que pocas personas conocen, bueno, los de mi generación sí. Fue campeona nacional de “guindar”. Practica que consistía en llamar a una persona por su nombre y esconderse. Y la persona quedaba loca mirando para todos lados y no veía a nadie que fuera conocido, hasta se devolvía. Sucedía, generalmente, en la plaza de Bolívar y en “Jugolandia”, el bar tradicional de una de las esquinas del parque.
Esta característica apareció en el trabajo periodístico de Alberto Mendoza Morales, en el Espectador, titulado “Anatomía de un país” en 1974.
Siempre nos hemos caracterizado por ser tomadores de pelo, bromistas, “mamagallistas”, con el gracejo y el chiste a flor de piel. Nuestro sentido del humor es un rasgo positivo que hace que produzca risa, se viva todo el placer que esta genera, con sus innegables beneficios psico-físicos, y la gratificación de hacer reír a los demás. Sean juegos, bromas, chistes, chanzas. Tenemos un sentido del humor único, altamente contagioso y esto nos hace competentes y atractivos socialmente, somos más cercanos entre todos. Un chiste une sin distingos, mejora las relaciones sociales. Es una gran cualidad saber contar chistes, cuentos, tan admirable y cotizado como tocar un instrumento. El sentido del humor compartido, tiene un efecto de acercamiento e incluso de reducción de conflictos y discrepancias. Además, con la risa fomentamos la construcción de lazos interpersonales necesarios para realizarnos como persona y miembros de la sociedad. En la risa esta Dios.
Como no serlo si nosotros, cuando la radio era el admirado intruso en los hogares, crecimos oyendo a Raúl Echeverry, “Jorgito”, personaje cómico que tenía un programa en la voz amiga de Pereira, o gozando con las ocurrencias del Tocayo Ceballos, el humorista valluno que hizo del programa “La hora de simpatía”, uno de los espacios radiales de mayor audiencia en la década de los 50. O escuchando a “El tremendo juez y la tremenda corte”, programa de origen mexicano de gran aceptación entre nosotros. Disfrutamos a Guillermo Zuluaga, “Montecristo”, quien durante 50 años de carrera artística llego a ser considerado como el mejor humorista de América y sus personajes nos entretuvieron y nos hicieron reír de niños y también de adultos jóvenes. Nos acordamos de Montoño, Montecristico, Montecristote, Montecrisñato, Montecristeso, Montecrispucho, dedicado a fumar yerbas raras, Montecristina y Montecristrago.
Y después, “se le advirtió, se le dijo, pero el tipo no hizo caso” era la retahíla de Hebert Castro, el coloso del humorista, el hombre de las mil voces. Nos deleitamos con el programa la “Escuelita de doña Rita”, infaltable en nuestra parrilla radial de todos los días, con las voces de Maruja Yepes como Doña Rita, la paciente profesora de la escuelita, la de Sofía Morales, como Sevelinda Parada, la de Pepa Rendón en el papel de Pepa Pipo; la de Efraín Jiménez, el Bobo de la bobada grande, y la de Armando Osorio Herrera como el Inspector Don Nianceno el bueno. Y como olvidar a Víctor, Mario y Augusto, los “Chaparrines”, con libretos de Enrique Saquisela. Eran cuatro hermanos ecuatorianos, y presentaron el programa radial más famoso del país en la década de los 60.
Era humor blanco, tranquilo, un poquito de doble sentido, para horarios familiares. Porque después ya con la televisión a bordo, otro intruso en escasos hogares, apareció un nuevo tipo de humor. Por ejemplo, Alicia del Carpio, con “Yo y Tu”, o “Dejémonos de Vainas”, o el maestro Salustiano Tapias, quien venía de la radio, y “Operación Ja Ja”, con Alfonso Lizarazo, que diera paso a, “Sábados Felices”. Y aparecieron dos jóvenes que con tiple y guitarra ponían humor a todas las situaciones que llenaban la vida colombiana, eran Lizardo Diaz y Jorge Ezequiel Ramírez, quienes desde 1953 amenizaron muchas veladas musicales radiales, pero fue en la televisora nacional cuando Álvaro Monroy Guzmán los bautizo como los “Tolimenses” el primer dueto cómico musical de Colombia.
Qué agradable y cuán extenso es el repertorio de humoristas que han alimentado nuestro necesitado sentido del humor, para enfrentar la dura realidad colombiana. Desde luego todos empezaron en la radio que era nuestro elemento, compañero, ayudante, tutor, instructor, cómplice en las faenas diarias. No había recolector de café que no tuviera un transistor al cual le había adaptado unas pilas grandes, acompañándolo. Los celadores eran más bien pocos, pero a los empleados y empleadas no les faltaba el radio. No era un artículo de lujo, era de primera necesidad, y muy influyente en nuestras vidas. Toda noticia se oía en la radio y después se leía. “sin confirmar no lo decimos”, decía una cadena radial antes de transmitir una noticia. No teníamos reloj, pero teníamos radio. Cuando se iniciaba el noticiero de la Voz del Comercio, con la ópera Carmen de Bizet, sabíamos que era la hora de salir para el colegio. Noticias, deportes, radionovelas y humor eran nuestro menú diario.
Y a estas alturas del partido que queda de nuestro sentido del humor. Porque los programas llamados a producir risa, o alegría, en las tardes, son ridiculizaciones politizadas disfrazadas con trazas de gracejos. Y los cuentos de nuestros contertulios ya nos los sabemos. No podemos dejar morir nuestra característica de tomadores de pelo, bromistas, “mamagallistas”, con el gracejo y el chiste a flor de piel.