Desde el séptimo piso: somos la generación protegida por el Ángel de la Guarda

24 septiembre 2023 4:05 am

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Fáber Bedoya Cadena

 

Nosotros, la generación del séptimo piso y superiores, hemos recorrido tantos calendarios que nos tocó la misa en latín y con el sacerdote mirando hacia el altar. Dándonos la espalda. Todos los domingos y con la pinta dominguera bajábamos a misa de doce, en la iglesia de Montenegro y con el padre Rosendo Chica, claro que apenas despuntaba el año 1950. Por lo tanto, nunca entendimos nada, pero prestamos mucha atención y devoción. Los puntos importantes, dar la limosna, arrodillarnos en la elevación y el “ite missa est”, podemos irnos en paz. En las noches siempre rezábamos antes de acostarnos y nos encomendábamos al Ángel de la Guarda.

Toda la educación primaria transcurrió con unos rituales religiosos muy definidos y tradicionales. En marzo o abril las ceremonias de la Semana Santa, que empezaban con el Domingo de Ramos, las procesiones, el lavatorio de los pies, el descendimiento, el sermón de las siete palabras, la procesión de la Soledad y el Domingo de Resurrección. El mes de mayo era para la virgen, con el rosario todos los días, y debíamos llevar flores para el altar de la virgen María y hacíamos concurso para calificar que grupo la adornaba mejor. En julio eran las fiestas de la virgen del Carmen que eran esplendorosas, con la quema de pólvora más increíble que recordemos en la vida. En noviembre era el mes de las ánimas con rezos en el cementerio. Y llegaba diciembre con el pesebre, las novenas – mi madre se sabía de memoria toda la novena de aguinaldos, con villancincos y los gozos – y los regalos al niño Dios. Hasta muy grandes creímos que los regalos los traía el niño Dios. En las noches seguíamos rezando antes de acostarnos y nos encomendándonos al Ángel de la Guarda. La asistencia a la misa los domingos era sagrada.

Ya en bachillerato y en Armenia las cosas cambiaron mucho, pero no nuestras creencias, ni la asistencia a la misa los domingos. Teníamos más iglesias. Nosotros pertenecíamos a la Catedral por vivir en el barrio La Pola, cerca de la plaza de Bolívar. El primer párroco que conocimos fue el padre Julio Ernesto Dávila, después Neftalí Duque, Ángel de Jesús Arteaga, Gabriel Arias Posada, Ómar Gómez Franco, Fernando López Valencia, Nelson Londoño Buitrago, Óscar Osorio Ospina, Rodrigo Giraldo Naranjo, Carlos Arturo Quintero Gómez, actual obispo de la diócesis. Desde luego, íbamos a misa todos los domingos pero podíamos variar, unas veces a la catedral, otras a la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, o iglesia de piedra, porque efectivamente está construida con piedras traídas del río Quindío, en el año de 1950, siendo párroco el padre Francisco Betancourt y colaborador el sacerdote Mario Martínez Márquez. Después fueron los sacerdotes Gabriel Arias Posada, Mario Martínez Márquez y culminó la construcción el padre Luis Horacio Gil en 1978. O íbamos a la iglesia San Francisco, de los hermanos franciscanos, famosos por sus obras de misericordia, en las galerías de Armenia. Eran paseos dominicales. Ya rezábamos menos por la noche, pero mi madre antes de acostarnos nos daba la bendición y nos encomendaba al Ángel de la Guarda.

Nosotros en el Rufino J. Cuervo asistíamos a misa, con carácter obligatorio, todos los domingos y uniformados. El párroco del colegio era el padre Mario Martínez Márquez y después el sacerdote, muy de avanzada, Ariel Tobón Montoya. Y estamos hablando del año 1962, cuando terminamos bachillerato. Para la Semana Santa nos llevaban a retiros espirituales, ya no recuerdo cuántos días. Con seriedad, devoción y recogimiento, asistíamos a la procesión del Domingo de Ramos, a la visita de los monumentos en las iglesias, que nos permitía ver a las niñas vecinas, sin uniforme, hablar con ellas, coquetear. Escuchar el sermón de las siete palabras con monseñor Augusto Trujillo Arango, quien tocaba no solo aspectos vibrantes de la vida, pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, sino que también hablaba de los grandes problemas nacionales del momento. El sábado Santo asistíamos a la procesión de la Soledad, los grados quinto y sexto, uniformados, al principio con una vela a la cual le poníamos un cartón para no chorrearnos de parafina, que siempre sucedía, y después con faroles. Y el domingo era de resurrección y de verdad volvíamos a la vida normal, bueno, desde el sábado por la noche, después de la procesión y felices pascuas.

Y se nos queda relatar cómo eran los diciembres de jóvenes, es por gracia de la brevedad del espacio.

Pero al estar en la misa de este domingo del siglo XXI, año 2023, septiembre, quien lo creyera, oyendo la homilía con atención y de vez en cuando mirando a los feligreses y feligresas, advierto con satisfactoria admiración, que el Ángel de la Guarda hizo mucho en nuestras vidas, nos tiene aquí, fue mucho trabajo el que tuvo con nosotros. Cuántas veces no se bajaría del carro de la vida adolescente o madura, o nos condujo por el camino recto, como en la pintura que había en muchas casas.  En mi caso, y hablando a título personal, agradezco a mis padres, en especial a mi madre, toda esa religiosidad, los rezos, los rosarios, la asistencia a la misa, obligado y a las malas, pero iba. El respeto y acatamiento a las normas de la santa madre Iglesia, al padre Astete, tantas novenas a tantos santos, los lunes de la Misericordia, los rosarios de la aurora, los ayunos, las confesiones y cumplir la penitencia. Bueno gracias a Dios puedo decir esto.

 

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