Desde el séptimo piso: La vida nocturna en la Armenia de antes

14 octubre 2023 11:46 pm

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Faber Bedoya Cadena

Desde niño, tiempos inmemoriales, aprendí que la noche era para dormir. Es más, cuando anochecía nos mandaban a la cama. Total, no teníamos luz eléctrica, y la que suministraba la planta era para terminar los oficios domésticos, para jugar naipe los mayores, para ensayar los músicos, y pare de contar. Seguía el imperio de las velas, caperuzas y linternas, pero los niños a dormir. Las noches de luna eran fiesta para nosotros, “la de Octubre es la más hermosa”, nos acompañaba los minutos que nos dejaban trasnochar, era luz, guía, hasta poetas y locos nos volvía. Vimos perros ladrarle a la luna, toros enamorados, no vimos. Era una fantasía ver la luna en todo su esplendor, nos aprendimos sus fases, luna nueva, creciente, llena, y menguante. “Luna en creciente cachitos al oriente”. Nos motilaban en menguante, se sembraba entre luna creciente y luna nueva aquellas plantas que crecen y fructifican sobre la tierra, y entre cuarto menguante y luna nueva, las plantas que fructifican bajo tierra. Las semillas que tardan más en germinar se siembran en cuarto menguante. También influía sobre las lluvias. Pero sobre todo era ese sabor romántico y pícaro que siempre ha tenido la luna, al fin mujer, sobre nosotros, la generación untada de tierra.

Los días y las noches cuando estudiábamos en la escuela transcurrieron igual, el día para estudiar, los grandes trabajar y la noche para dormir. No conocimos la vida nocturna, era para los mayores de edad. Manteníamos los saludables hábitos de higiene del sueño adquiridos desde la infancia. Ya de jóvenes conocimos los placeres nocturnos, nos daban permiso para trasnochar hasta las nueve, después hasta las once, y después, solo fue un adiós y que Dios lo bendiga, mijo. Eso sí, sólo los sábados y las horas que le robábamos a la noche, la recuperábamos el domingo durmiendo todo el día. Eramos menores de edad entonces no podíamos estar en los sitios públicos, pero nosotros nos colábamos de contrabando. Y venían las redadas por la policía, nos metían a la “bola”, directo a la permanencia del sur, donde el inspector don Luis López y su ayudante Jaime Sánchez, todavía entre nosotros, nos recibían con reprimenda, y “canazo”, hasta que viniera un mayor a rescatarnos.

Por lo tanto, hasta 1.966 nuestra vida nocturna fue a escondidas, hasta de nuestros padres. Y cuando adquirimos la mayoría de edad, conocimos muchos de estos cafes, cantinas, casas de citas, tiendas con reservados, metederos, oscuritos, que hoy recordamos entre todos. Los cafés eran atendidos por unas damas, llamadas, coperas, que fueron novias de muchos amigos nuestros. Fuimos clientes de los cafés el Quindiano, el Casino, las Olas, el Aguila, el Pielroja, el Real Madrid, en el día café y en la noche bailadero, el Salón Rojo, los Balcanes, el Ajedrez, la Montañita, el Ginebra, el Pacifico, el Bartenon, la Bolsa, las Vegas, Bengala, Reno Bar, la Estrella, el Pescador, el 5 y 6, la Báscula, Escorial, Muy pocas veces entramos al “Destapao”, es verdad. En la plaza de Bolívar, el Alhambra, el Bolívar, Casanova, y el elegante Caucayá. Muchos tenían billares y billar pool, donde vimos jugar a Mario Criales, Mario Cuadros, el oso Bernal y a don Emilio. Y cuando se trataba de “tirar paso”, o sea bailar, íbamos a la Escalera del Ritmo, el Séptimo Cielo, la Terraza Panamericana, la Manzana y la Manzana azul, isla de Capri, el Pez que Fuma, la Iraca, Arrayanes, y el famoso amanecedero de Fortunato. Y para rematar la noche, estaba la “Ultima Curva”, de don Rubén Botero, con el trifásico, que levantaba muertos y quitaba la rasca, en el día era el salón el Prado, o Puerto Arturo, con la lechona de Carlota, que servía de pararrayos para llegar a la casa. También fuimos a “Bananas”.

Las casas de citas no fueron nuestro fuerte, sin embargo, conocimos algunas, como la situada en el barrio la Pola y de propiedad de la “Pecadora”, hermosa mujer, pero otra vez no teníamos ropa de esa talla, o la de Senobia, Gilma, la de Gladys. Mi repertorio no es muy extenso y no pienso invitar a otros contertulios que si fueron asiduos de estos sitios. Para nosotros de adultos jóvenes estas eran palabras mayores, muy caras, solo para los ricos de la época, y ni hablar de la Ñata Tulia.

Un sitio de encuentro los sábados, fue Adecol, donde se reunían los músicos, solistas, duetos, tríos, y hasta estudiantinas, para disfrutar de música colombiana y llevar serenatas a la niña enamorada o en plan de conquista. Recordamos al mono Gallego. No, esta vez sí me niego a rememorar tantos ilustres intérpretes de nuestra música, o las innumerables serenatas que llevamos con Richard, el solitario, Eulises, o el que nos acompaña todavía, en estas noches, Alcides, el de la tienda de Capota. Esto humedece los ojos al pasar por la calle 11 con carrera 13 y ver lo que es hoy, la sede de Adecol.

Hoy trasnochamos, es verdad, pero por la bulla que hacen alrededor de nuestra casa, por el barrio Laureles, los jóvenes, y hasta menores de edad, con su música electrónica, por el consumo de licor en las afueras de los bares que es descomunal, incontrolable, algarabía de domingo a domingo. O las “zonas rosas” establecidas sin control alguno, en los parques, o lo más grave, tenemos al frente nuestro un apartamento habitado por jóvenes que hacen fiestas muy ruidosas, con muchos asistentes y asistentas, pero lo curioso es que empiezan a las diez de la noche en adelante. Aquí en estos sectores antes tan tranquilos, se han establecido bares a cielo abierto muy concurridos y que alteraron la paz, la tranquilidad y la seguridad. Nos tocó ver una pelea entre dos grupos de jóvenes por un paquete que decían contenía droga. Y a quejarnos al mono de la pila.

 

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