El primero de febrero de 1951 entramos a estudiar a la escuela Olaya Herrera del barrio la Pola de Armenia Quindío. a primero de primaria, tenía siete años y “uso de razón”. Segundo y tercero de primaria lo hicimos en la escuela Marco Fidel Suarez en el sitio donde hoy funcionan los apartamentos de Cajanal, y nuestro profesor fue el señor Alberto Holguín, quien después nos lo encontramos propietario de los almacenes Holguin. Cuarto y quinto de primaria lo hicimos en Montenegro, de regreso, y nuestro maestro fue el siempre recordado Ramón Mesa, después creador y director de los “Doce Apóstoles”, en Pueblo Rico Quimbaya.
El primero de febrero de 1956 entramos a primero de bachillerato en el colegio Rufino J. Cuervo de Armenia, veníamos de Montenegro. Empezaba en primero y terminaba en sexto, era diferente y desconcertante. Nos recibió el señor Rector, el doctor Bernardo Ramírez Granada, y el vicerrector don Reinaldo Yepes. Mi curso era primero A, y así hasta terminar en sexto A. Y empezaron las clases. Muy cortas, un profesor entraba, hablaba, llamaba a lista, que su materia era la más importante de todas, que teníamos que estudiar mucho porque “el día de la quema se ve el humo”, pedía un libro, cuadernos, lapiceros, lápices, borradores, escuadras, reglas, compases. Ese primer día salimos orgullosos con una lista grande de libros y cuadernos a comprarlos en la papelería Murillo. Primero y segundo fáciles, la misma geografía e historia de Colombia, más extensa, mucha copia en el cuaderno, la Matemática, complicada pero agradable y tuvimos muy buenos profesores, como don Guillermo Henao y José Tomas Arias. El dibujo nos lo dictaba el maestro Israel Bernal. Se continuaba aprendiendo de memoria. La materia nueva y difícil era el inglés, pero en mi caso siempre me gustó mucho y se me facilitaba. El año se perdía si se reprobaban tres materias.
Llegamos a tercero y de sopetón nos encontramos con el Algebra, nos pidieron un libro, el Algebra de Baldor, muy caro, muy grande, y con abrirlo ya perdimos la materia. Solo por la gracia de Dios, un acuerdo de amnistía total, la intervención de los compañeros Reynaldo Cárdenas, Gabriel Palomeque, y Henry Echeverry, – que recuerde -, quienes en un canje humanitario me ayudaban con los problemas de Algebra y yo les hacia los trabajos de español, Historia, Biología, y aprobé con tres, pelón, raspando, como se decía. Muchos años después supe que Algebra de Baldor es un libro del matemático y profesor cubano Aurelio Baldor. La primera edición se produjo el 19 de junio de 1941, y contiene un total de 5790 ejercicios, que equivalen a 19 ejercicios en cada prueba en promedio. En las demás materias, seguía reinando la memoria y para eso sí me tenía enorme confianza. Y vinieron muchas más sorpresas, que digo, talanqueras, obstáculos, a mi vida de estudiante. En cuarto de bachillerato, la Geometría, con don Alberto Hoyos Tobón, Anatomía humana, con don Guillermo Echeverry, la Historia Universal, con don Adalberto Zapata Gil. Literatura Universal, con don Alirio Gallego Valencia. Pero la prueba máxima estaba en Quinto, la Física y Trigonometría, con Dagoberto Grimaldos, química, con Rubén Darío Robledo, quien todavía juega billar con nosotros en la Academia. El paquete perfecto para perder el año. Filosofía, con don Libardo Ramírez y se encargaron de añadirle latín, con don José Obed Castaño. Nos enseñaban ortografía, la dictaba Augusto Franco. Y la educación física con el inolvidable amigo Fanel Villarreal, y muchos otros que se me olvidan. El sexto era continuación de las mismas materias de quinto. Existían habilitaciones y rehabilitaciones y ahí nos defendíamos.
Un proceso enseñanza aprendizaje simple y, elemental. Transmisión de conocimientos, copiar en un cuaderno, aprender de memoria, y luego decirlo por escrito o en forma verbal. Existían trabajos en grupo, exposiciones, tareas para la casa, se permitía la participación del estudiante y preguntar. Contra viento y marea, salimos bachilleres, estamos hablando de 1962, en un colegio oficial, el Rufino J. Cuervo de Armenia, y de los 200 que empezamos primero, terminamos 18 y apenas llevamos once años de estudio.
Solo han transcurrido 62 años de ese suceso, y nosotros los bachilleres de antes,
no terminamos de aprender. Si bien es cierto que ya no podemos ayudar a los nietos en las tareas, si le ayudamos mucho a los hijos en sus estudios de bachillerato y universitarios. Estuvimos presentes, hicimos varias materias con ellos, inclusive la cuerda nos alcanzó para las especializaciones. Pero hoy, Dios mío, como nos transformaron la enseñanza y el aprendizaje. Si antes de la pandemia el estudio era diferente, desconocido, lejano, distante, profesores jovencitos, con trajes muy modernos, un vocabulario extraño para los mayores, con honrosas excepciones, los alumnos ajenos, apáticos, indiferentes, con falencias en el respeto, muy libres, independientes, con honrosas excepciones, después de la pandemia todo cambio. Y los contenidos en forma virtual, sinceramente no sé qué y cómo se enseña hoy.
Estoy hablando desde mi supina ignorancia de maestro pensionado por ley, pero no mental, porque mi necesidad de aprender no la han jubilado.