Por ÁLVARO MEJÍA MEJÍA
Nietzsche escribió: “Lo que tiene precio, poco valor tiene”. El dinero es un medio de pago. Una forma de intercambio. Y no se trata de construir una diatriba contra el dinero. Es mejor tenerlo que padecerlo. Pero, como dijera Alejando Dumas, “No estimes el dinero en más ni en menos de lo que vale, porque es un buen siervo y un mal amo”.
Es muy reconfortante recibir el pago por el esfuerzo realizado. Darse gusto con ciertas cosas que nos causan placer. Compartir con otros la recompensa de nuestro trabajo. No padecer las afugias de la escasez. Pero no hay que confundir el dinero con la felicidad.
Es conocido un texto anónimo que proclama: “El dinero puede comprar una cama, pero no las ganas de dormir. Libros, pero no la inteligencia. Alimentos, más no el apetito. Una casa, más no un hogar. Medicamentos, pero no la salud. Lujos, pero no la cultura. Diversiones, pero no la felicidad. Un pasaporte a donde sea, pero no al Paraíso”.
El dinero debe tenerse como una herramienta para obtener cierto bienestar, pero no puede ser el objetivo ni la meta de nuestras vidas. Según un estudio realizado por Angus Deaton, premio Nobel de Economía 2015, y el economista Daniel Kahneman, “existe un umbral de felicidad y dinero. Hay un punto óptimo -que es distinto según la región- en el que se consigue la felicidad, pero a partir de dicho límite y por debajo, esta sensación disminuye. Es decir, existe un tope tras el cual el dinero ya no nos aporta más felicidad”.
El tema está en qué se entiende por felicidad. Lo primero que se debe precisar es que esta es subjetiva y relativa. No existiendo criterios objetivos, lo que a una persona le causa felicidad a otra puede causarle desazón.
Hay seres alegres genéticamente y otros que, aun teniendo mucho, son infelices. Incluso la química del cerebro puede influir. Las alteraciones en la producción de serotonina, norepinefrina, dopamina pueden causar estados depresivos severos. El estrés que genera la postmodernidad y el síndrome del hombre exitoso que soporta la presión de los resultados pueden hacer infelices a muchos, así reciban salarios jugosos.
Habría que preguntarles a estos economistas si en sus variables de la felicidad está el amor. ¿Acaso con dinero se pueden comprar afectos y cariños auténticos? Y qué no decir de la salud. ¿Cuántos millonarios viven agobiados por las enfermedades? Con billetes se pueden comprar las mejores comidas, ¿Pero de que sirve esto, si se pierde el apetito o el sentido del gusto?
Las necesidades también son relativas. No en vano, cuando Alejandro Magno le dijo al sabio Diógenes que le pidiera lo que quisiera, él le contestó: solo requiero que su caballo se quite, para que no me tape el sol. Bien lo dice el refrán popular: “No es más rico quien más tiene, sino quien menos necesita”.
El billonario solo consumirá una comida, porque no tiene varios estómagos. Se pondrá un sombrero, porque solo tiene una cabeza, y se embriagará con una sola botella, así pueda comprar miles.
Por otra parte, existe un componente ético detrás del dinero. José Narosky dijo: “Quien compra todo con dinero, venderá todo por dinero”. El famoso inventor Benjamín Franklin escribió: “De aquel que opina que el dinero puede hacerlo todo, cabe sospechar con fundamento que será capaz de hacer cualquier cosa por dinero”.
Según reveló Oxfam, en un informe publicado el enero de 2020 (consultable en el enlace https://www.oxfam.org › notas de prensa › los-multimillonar…), los 2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4600 millones de personas (un 60% de la población mundial). El Global Wealth Report, de Crédit Suisse, afirmó que el 45% de la riqueza mundial está en manos del 1% más rico.
Detrás las grandes fortunas hay cientos que han sudado plusvalía. Por lo tanto, en el fondo, detrás de cada una de ellas hay una historia de corrupción. Facundo Cabral cantó: “No sé quién es más ladrón, hermano, si los que roban un banco, o aquellos que lo fundaron”. Por su parte, Caballero de La Bruix indicó: “Para amasar una fortuna no se requiere ingenio, lo que es preciso es carecer de delicadeza”.