MONUMENTOS DE AYER, ESTULTUCIA DE HOY

26 mayo 2021 12:16 am

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Monumento se define en el diccionario de la RAE, como la construcción arquitectónica o escultórica, generalmente de grandes dimensiones, que se erige en recuerdo de una persona o hecho memorables.

En la Convención de la Unesco de 23-XI-1972, artículo 1, se dice que es una obra arquitectónica, de escultura o de pintura monumental, elemento o estructura de carácter arqueológico, inscripción, caverna y grupo de elementos que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia del arte o de la ciencia.

El artículo 1º de la Ley 163 de 1959 declara patrimonio histórico y artístico nacional los monumentos, tumbas prehispánicas y demás objetos, ya sean obra de la naturaleza o de la actividad humana, que tengan interés especial para el estudio de las civilizaciones y culturas pasadas, de la historia o del arte, o para las investigaciones paleontológicas, y que se hayan conservado sobre la superficie o en el subsuelo nacional. Los Gobernadores de los Departamentos velarán por el estricto cumplimiento de esta ley. Esto se reglamentó en el Decreto 264 de 1963.

El artículo 8 de la Ley 397 de 1997 señala que El Gobierno Nacional, a través del Ministerio de Cultura y previo concepto del Consejo de Monumentos Nacionales, es el responsable de la declaratoria y del manejo de los monumentos nacionales y de los bienes de interés cultural de carácter nacional.

El artículo 4 de la Ley 1185 de 2008 dice que Se consideran como bienes de interés cultural (…) los bienes materiales declarados como monumentos, áreas de conservación histórica, arqueológica o arquitectónica, conjuntos históricos, u otras denominaciones que, con anterioridad a la promulgación de esta ley, hayan sido objeto de tal declaratoria por las autoridades competentes, o hayan sido incorporados a los planes de ordenamiento territorial.

Todo lo anterior, para manifestar que la elaboración de un monumento tiene carácter de legalidad y legitimidad. No es un asunto improvisado, sino producto de estudios técnicos previos y aprobaciones gubernamentales. Así mismo, para revocar los actos que los aprobaron es necesario adelantar un trámite legal.

El vandalismo contra los monumentos nacionales es muestra de barbarismo y arbitrariedad. Estos “manifestantes” que pregonan libertad y lanzan gritos contra el despotismo, cuando destruyen bienes de interés histórico y cultural obran de forma tiránica.

¿Acaso estas personas le consultaron a la sociedad si estaban de acuerdo con derribar los monumentos? No. Ellos, usurpando a las autoridades, derogaron las normas que, en su tiempo, ordenaron erigirlos.

Sus opiniones subjetivas, impuestas a la fuerza y con violencia, constituyen una sentencia inapelable contra una nación, un pueblo y una sociedad con historia, tradiciones y creencias. ¡Ay, de los pueblos que no respetan la tumba de sus mayores!

Estos jóvenes estultos ven la vida como una tabula rasa. Antes de ellos, no hubo nada, o por lo menos, algo que fuera motivo de encomio.

No es razonable mirar con ojos contemporáneos los hechos del pasado. Si esto fuera así, seguramente habría que desmontar la mayoría de los monumentos del mundo.

Hoy se podría pensar que Napoleón fue un guerrero ambicioso, pero en su momento fue el gran héroe de Francia y el defensor de los postulados de la revolución francesa y el nuevo orden jurídico.

Si se abre esa puerta, mañana destruirán los bustos de Jorge Isaac, José Asunción Silva, Gabriel García Márquez, porque una nueva generación tiene una otra visión de la literatura.

Hace unos años, un alcalde de Armenia propuso desmontar el hecha del parque de Los Fundadores, porque consideraba que era un símbolo antiecológico y violento. En esa oportunidad, en un medio local le respondí con fragmento de un poema de Jorge Robledo Ortiz: ¡He aquí, el noble orgullo de este pueblo! Es un blasón de acero al que llamamos hacha. De derribar los montes y de morder los cedros se convirtió en pequeña bandera anquilosada. Con esas hachas nuestros abuelos se enfrentaron a una selva inhóspita, para fundar los pueblos de nuestros afectos.

A esos jóvenes les puede parecer Sebastián de Belalcázar y Gonzalo Jiménez de Quezada unos bandidos, pero otras generaciones los vieron como los padres de estas tierras, portadores del progreso, difusores de la cristiandad.

Con ellos, llegó la lengua de Castilla. Se dio un encuentro de culturas, la aborigen y la española. Esta última impregnada de germánicos, romanos, moros, franceses, por citar a algunos de los pueblos que los invadieron, pero que dejaron en ellos su impronta.

No hubo nación que no haya sido dominada por otra u otras, pero en vez de mirar esos hechos como víctimas deberíamos sopesarlos como construcción, crecimiento, aprendizaje.

¡Ay de los Atilas de la modernidad, porque ellos son la desgracia de los pueblos!

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