Por: Álvaro Mejía Mejía
El escritor francés Anatole France acogía con benevolencia a noveles escritores que acudían a él en procura de consejos. – Maestro, le preguntó uno de ellos, ¿ha leído usted mi libro de versos? – Naturalmente. Y le debo una velada deliciosa. Comencé a leerlo a prima noche y no consentí en dormir hasta terminarlo. – ¡Oh, maestro! Es usted muy amable, pero… ¿no me toma usted del pelo? – ¿Quiere usted una prueba de ello joven incrédulo? La mejor página de su libro es la 84, allí ha puesto usted lo mejor de su alma. ¡Página admirable! ¿Es así o no? – Maestro mil disculpas. No sé cómo excusarme. Gracias, mil gracias. El joven se fue lleno de orgullo y satisfacción. Entonces uno de los contertulios le dijo a France. – Maestro conociéndolo podría afirmar que usted no se leyó ese libro. No sería capaz de pasar de la segunda página. El escritor le confiesa: – Hablando con toda franqueza no lo leí. Ante lo cual preguntó otro: – ¿Cómo hizo maestro para adivinar que la página 84 era la mejor del libro? – ¡Oh, tesoro de ingenuidad! Igual habría podido haber citado otra página cualquiera. Un poeta estima que cualquiera de sus poemas es superior a otro.”
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un encuentro de poetas celebrado en el bolo club, un versificador mediocre en tono molesto le comentó a otro de los poetas invitados: – ¿por qué razón el mesero le sirvió a todos la cena y a mí no me atiende? Su colega le contestó: – seguramente es que el mesero te ha leído.
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En un encuentro de poetas quindianos, al corrillo donde yo me encontraba departiendo con algunos intelectuales, se acercó un periodista y comentó: – – es vergonzoso lo que hace el poeta Noel Estrada Roldán. Coge los pasabocas de las bandejas y se los guarda en los bolsillos. Yo le respondí: eso no es vergonzoso, por el contrario, es acto lo enaltece como poeta. Mire usted, Noel recorre las calles de Circasia en busca de pedazos de pan que lleva a docenas de animales de varias especies que tiene en su casa, donde vive con su esposa Martha en estado paupérrimo por la ingratitud del pueblo y sus gobernantes. Mientras burgueses como usted y yo consumimos licor de bajo precio, a costa de semejante figura. Él toma los pasabocas, se los mete al bolsillo, y cada vez que lo hace piensa en el banquete que les brindará a sus animales. No juzgue a priori señor periodista, agregué.
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Un poeta quindiano tradujo del griego al castellano poemas de Kavafis. Una noche le confesó a Juan Restrepo que no había sido capaz de entender uno de esos poemas. Cuando se lo leyó a Juan, este de manera inmediata le dijo: “ese es un caballo desbocado.” El poeta volvió a leerlo y efectivamente se percató de que Restrepo tenía la razón. El poema estaba escrito en lenguaje figurativo y sugerido. Después le comenté a Juan Restrepo: “- poeta yo me pregunto, ¿cómo hizo este hombre para traducir esos poemas?