Por Álvaro Mejía Mejía
El Gobernador del Quindío presentó a la Asamblea Departamental un proyecto de acuerdo, para cambiar el escudo del departamento del Quindío. Se pretende sustituir el tronco del árbol cortado y el hacha en este incrustada por dos íconos de la cordillera de los Andes, la Palma de cera del Quindío y el cerro de Peñas Blancas.
Según se dice en la exposición de motivos del proyecto de ordenanza, el tronco y el hacha simbolizan a Armenia, pero no a los demás municipios del departamento. También se afirma en ese documento, que el hacha es un símbolo desgastado, antiecológico, que denota destrucción y no representa las nuevas generaciones ni los idearios de conservación ambiental que tiene el mundo moderno.
Estos mismos argumentos los había utilizado el señor Efrén Tovar Martínez, cuando ejerció como alcalde de la ciudad capital, para sacar el hacha del escudo de Armenia.
Los símbolos de la patria, los departamentos y los municipios no se cambian ni están sujetos a los vaivenes de la modernidad. Son parte de la tradición, la historia y los valores de una sociedad.
La tradición implica la permanencia en el tiempo de una comunidad. Es asumida por la “memoria colectiva” y hace parte de la identidad. Gómez de Silva (1988) señala que la palabra proviene de latín “traditionem”, acusativo de “traditio” (tema tradition-) ‘tradición, enseñanza, acción de transmitir o entregar”; de traditus, participio pasivo de tradere: “entregar”. Considera el autor que lleva implícita la “transmisión de los elementos de una cultura de una generación a otra” o la idea de “costumbre cultural”
En consecuencia, nosotros recibimos un legado de nuestros mayores, por lo que no solo es un acto equivocado borrar o cambiar los símbolos que recibimos de los fundadores, sino que, además, se trata de un proceder impregnado de individualismo, inmediatez y falta de conciencia sobre lo que significa la construcción social desde una perspectiva histórica y sociológica.
De tiempo en tiempo, integrantes de nuevas generaciones, para estar “a la moda” despotrican de los símbolos tradicionales, proclamando que son anacrónicos y retardatarios.
Este proceder denota ausencia de arraigo y sentido de pertenencia. Lo más lamentable es que estas personas, generalmente, desconocen la historia o la observan con ojos contemporáneos.
El hacha no es un símbolo antiecológico. Estas tierras, antes de ser pobladas, eran agrestes e impenetrables. Tanto es así, que muchos perseguidos de la “Regeneración” optaron por ocultarse en ellas para salvar sus vidas. El sabio naturalista Alejandro Von de Humboldt, cuenta la historia, que por su tránsito por el Camino Real llegó a exclamar: ¡Es un bosque dentro del bosque!
Relata Bermúdez (1992) que “En el país cobraron fama esas selvas quindianas que desde la cordillera el viajero contemplaba a la distancia y de allí apreciaba incógnitas, impenetrables y esquivas, en donde la violencia vegetal, la fauna feroz y el rayo desprendido del cielo reinaban con soberano despotismo y metían justificado temor al aventurero más osado”.
Primero hubo una ocupación en Barcinales (Salento) y después fueron llegando de lugares cercanos y Antioquia los colonizadores, quienes por caminos de trocha fueron adentrándose en el temible bosque, para hacer “el limpio” y en este construir su rancho y trabajar la tierra.
La herramienta para lograr semejante proeza fue “el hacha”, sobre la que el poeta Jorge Robledo Ortiz escribió: Aquí tienes el noble orgullo de este pueblo. / Es un blasón de acero al que llamamos hacha. / De derribar los robles y de morder los cedros / se convirtió en pequeña bandera anquilosada.
El hacha no es asunto de “moda” ni es un “símbolo desgastado”. Es la historia que nos habla de unos viejos honrados que la llevaron en sus manos laboriosas para abrir caminos y construir los pueblos del Quindío, por eso no es solamente un símbolo de Armenia. Nos habla del trabajo, el tesón, la valentía, la fe, el amor, la honestidad, la solidaridad, la unidad, la esperanza, el progreso…
Para una sociedad cristiana como la nuestra, la tradición no solo es una entrega material, sino también espiritual. Nuestros mayores nos legaron los valores que conforman “la quindianidad”. Esa es nuestra identidad, nuestro ADN, nuestro talante.
La tradición según el filósofo Nishida Kitarô (Jacinto, 1994: 151-180) “es el principio constitutivo de la realidad histórica” (Jacinto, 1994: 157). Sin tradición no hay historia ni mundo histórico. La percepción y la constitución del mundo son posibles gracias a la tradición.” Ella lleva símbolos que nos muestran el pasado, pero que también proyectan el futuro sobre la base de unos principios y valores que hacen parte de nuestra identidad.
Para María Madrazo Miranda (2005), En años recientes, el cuestionamiento frontal de la Ratio y la globalización han contribuido a una revalorización de lo tradicional; así se ve a la tradición como un signo indeleble de la identidad cultural, de lo vernáculo y, en esta medida, se le considera un patrimonio de la cultura inmaterial de la humanidad.
La propuesta del gobernador pasa por alto las implicaciones que esta tiene. Desconoce un símbolo inmarcesible de nuestra identidad cultural, lo autóctono y lo histórico.
Desde estas páginas del Quindiano expresamos nuestra indignación contra semejante desfachatez.