Henry Valencia Naranjo, educador y poeta

7 febrero 2024 1:16 am

Compartir:

Álvaro Mejía Mejía

Henry Valencia Naranjo me ayudó a ingresar a la universidad La Gran Colombia de Armenia. Después, precisamente, en el primer año, fue mi profesor de derecho constitucional general o teoría del Estado. Fui uno de sus más destacados alumnos y, desde esa época, tuve el privilegio de contar con su amistad y aprecio. Antes o después de las clases, tomábamos café y teníamos unas gratas charlas sobre temas políticos, culturales y jurídicos. Ambos éramos conservadores y poetas en ciernes. 

Más adelante, me enseñó filosofía jurídica. Siempre consideré, y aún lo considero, que las filosofías y la retórica son las bases de un buen abogado. La estructura de su edificio intelectual. Por esa razón, más adelante, este cicerone sería profesor de epistemología, lógica general y jurídica y argumentación. En esa decisión de profundizar en las filosofías tuvo mucho que ver Valencia Naranjo. 

Pero, yo supe del doctor Henry mucho antes. En el colegio San Luis Rey fui compañero de aula de su hijo Juan Carlos Valencia Toro. Con él, también tuve interesantes charlas, porque el hijo, como su padre, es un inquieto intelectual. Fui muchas veces a su casa, primero en el barrio Laureles y después, cerca a la universidad La Gran Colombia. 

Supe por Juan Carlos, que Henry fue por unos pocos meses alcalde de la ciudad y director del Departamento Administrativo de Intendencias y Comisarías (DAINCO), entidades estas que fueron erigidas en departamentos en la Constitución de 1991. 

Un día, en la cafetería, Henry me expresó su complacencia, porque habían nombrado a Rodrigo Gómez Jaramillo como gobernador. Recuerdo que me habló de su honestidad y trayectoria política. El nuevo mandatario lo nombraría en su gabinete. Si mi memoria no me falla, como gerente de la Lotería del Quindío. 

Cuando Mario Gómez Ramírez fue elegido primer gobernador del Quindío, derrotando al cacique Ancizar López López, se comprometió a designar a los mejores en planeación departamental y la universidad del Quindío. Para el primer cargo nombró a Álvaro Arias Young, y para el segundo a Henry Valencia, quien también había sido rector de la universidad La Gran Colombia, posición que volvería a ocupar, después de su paso por el Alma Mater pública del departamento.  

Su hijo me cuenta la siguiente anécdota: estando Henry dictando clase en La Gran Colombia llegó el candidato Mario Gómez Ramírez. Aquél salió del salón y le manifestó a este: – Mario cuenta con mi apoyo incondicional. Solo te pido una cosa: ¡salva a la universidad del Quindío! Cuando Gómez ganó llamó en la noche a Valencia y le dijo: – he ganado, ahora salve usted a la universidad. Ese nombramiento causó molestia entre los alfiles del gobernador, quienes le reclamaron porque, según ellos, Henry no los representaba. El gobernador les dijo: – es cierto, no los representa, pero me representa a mí. Y, ciertamente, la gestión del nuevo rector fue salvadora y fructífera, en especial, se destacan sus aportes en la creación del Instituto de Bellas Artes y el Centro de Investigaciones Biomédicas.

Escribió un libro de poesía, Evasiones y soledades, editado por FUDESCO en 1989, de 76 páginas, con un diseño de la portada de su hija María del Pilar Valencia Toro y prólogo de Humberto Jaramillo Ángel. Uno de los poemas, con acento lorquino dice: “Omaira Sánchez / pequeña flor de la vida / la historia lo contará un día, / dirá que un río iracundo / para matar tu sonrisa / tuvo que matar a un pueblo, / y se fue con tu vida Armero, / pero no tu sonrisa de niña. /” Esa imagen de la pequeña Omaira, con su cuerpo sepultado y su rostro flotando entre la muerte, fue plasmado en un hermoso cuadro por el maestro Antonio Valencia Mejía. Curioso, el mismo apellido y los mismos ojos tristes que los estremecieron. Esa mirada melancólica, pero a la vez llena de esperanza. Como la de muchos hombres. Como la de todos los hombres.    

Después me comentó Valencia Naranjo que estaba escribiendo un libro de cuentos y ensayos, el cual se publicó en 1994 con el nombre “Un sueño llamado Bernardo y otros textos”, editado por el Centro de Publicaciones de la Universidad del Quindío. 

Valencia Naranjo era oriundo de Caldas, pero quindiano de corazón. Llegó a estas tierras como director regional de impuestos nacionales. Ocupó importantes posiciones y educó a varias generaciones de abogados, durante sus 15 años como docente en la facultad de derecho de la Gran Colombia de Armenia. Cuando se retiró de la actividad profesional, política y académica, se fue a vivir cerca de su familia en Manizales. Ahí, le perdí el rastro, pero siempre quedaron en mí, sus palabras sabias, sus consejos, sus enseñanzas. 

Hace poco partió a los campos elíseos, una de las cuatro partes del inframundo griego y romano a donde llegaban las almas de los virtuosos y romanos. Sí, esa alma que fue su única propiedad, así lo expresó en uno de sus poemas: “Solo mi alma me pertenece / y en ocasiones pretenden arrebatármela / como si fuera tela, tul o seda / o cualquier bagatela, / es mi de propiedad y no comprenden / que solo mi alma me pertenece, / si quieren tomen mi cuerpo / vendanlo, úsenlo o regálenlo / adórnenlo, púlanlo o destrúyanlo, / pero dejen tranquila mi alma / porque es lo único que me pertenece.” / Esa alma que avizoró con la mente a los otros campos Elíseos, ¡ah, a los de la bella París! A esa que le canto: “(…) yo te conozco París, / conozco a tus campos Elíseos / jardines primaverales por donde aún transitan / los recuerdos rutilantes de otros tiempos,” (…) 

A los 87 años, recientemente, Henry voló con sus sueños sedientos / hacia remotos confines, / donde hallará acomodo / su ansiedad irredenta, / parafraseando al poeta, al maestro, al amigo.

 

El Quindiano le recomienda