Por Álvaro Mejía Mejía
Maruja Vieira (María nombre de pila) nació en la fría y culta Manizales, un 25 de diciembre de 1922. Ese día sagrado no es casual, porque ella sería un regalo del niño Dios para la literatura colombiana. Hija de Joaquín Vieira Gaviria y Mercedes White Uribe. Tuvo un hermano, Gilberto Vieira, quien llegaría a ser fundador y máximo dirigente del Partido Comunista de Colombia.
Su infancia transcurrió en Manizales, cuando el país era gobernado por el ingeniero Pedro Nel Ospina, hijo de uno de los fundadores del partido conservador, Mariano Ospina Rodríguez.
Por esas calendas, en Colombia, se extendía la hegemonía conservadora y en el mundo se vivían los felices años veinte, que sirvieron de desahogo a una generación, que tuvo que soportar los horrores de la primera guerra mundial.
La capital de Caldas estaba floreciendo económicamente, en especial por la llegada del ferrocarril en 1919 y la consolidación de la producción cafetera. En esa ciudad, construida en una loma, y donde el frio es parte de su identidad, María tuvo sus primeros encuentros con la literatura.
En 1932, dejó su ciudad natal, para residir con su familia en la almidonada Bogotá.
Esos años de la infancia, siempre los llevaba en lo más hondo de su alma. Así lo hizo sabe en su poema Recuerdo de la Escuela: Recuerdo que mi escuela tuvo un balcón de árboles / y un patio junto al claro viaje de los gorriones. / La vida era una mano que me esperaba afuera / y una cabeza blanca, llena de sueños altos. / Era mi padre. Íbamos juntos. Era el mundo. / No había más en las trémulas soledades del alma / que su paso ya lento, su voz dulce y antigua / y el tiempo azul, que araba la tierra de mi infancia. / Salíamos de noche, la pequeñita sombra / de mi cuerpo de niña junto a su sombra grande. / Él hablaba un idioma de recuerdos y ausencias / y me enseñaba nombres, banderas y ciudades.
En la Capital de la República realizó sus estudios de inglés y bachillerato comercial. Posteriormente, en 1941, trabajó como asistente del departamento de tierras de la Texas Petroleum Company.
En un viaje que María hizo a Chile conoció a Neftalí Eliécer Ricardo Reyes Basoalto, el gran poeta Pablo Neruda, quien le sugirió que cambiara su nombre por el de Maruja, lo que acogió con gusto la poetisa manizaleña.
En 1947, publicó dos ediciones de Campanario de Lluvia, su primer libro (ediciones Espiral Colombia, 1ª edición, 5 de julio de 1947 y 2ª edición, 15 de diciembre de 1947). Por ese tiempo, Maruja frecuenta las tertulias de León de Greiff en el café Automático y escribía sus Columnas de Humo en El Espectador.
En Campanario de Lluvia, la melancolía quema como una llama ardiente. La poetisa evoca su temprana juventud, los recuerdos de su ciudad natal, las imágenes matinales. Aparece por todos lados un ideal de amor, un vibrar de mujer puro y claro. En el prólogo de la obra, dice Álvaro Sanclemente: (…) esta joven mujer, bella y pura, dulcemente circuida por un hálito frutal, dice esa verdad recóndita y sincera que llevaba en su mente y en su corazón como una vaga e indefinible inquietud hasta que encontró el cauce misterioso del canto para vivir en las palabras.
Esa primera obra era todavía muy sencilla y simple, pero no por eso vigorosa en sentimiento y lirismo. Se avizoraba el surgimiento de una gran escritora en el parnaso colombiano. Así, se puede evidenciar en el epílogo del libro: Tendí las manos frías / y el aire en ellas fue pesado y lento / como un arco de sombra. Alcé la frente / y la luz se detuvo ante mis ojos / sin cruzar el umbral, amarga, absorta. / ¡Hondura inútil de la tierra estéril!
Un año después de esas publicaciones, Maruja empezó a trabajar en J. Glottmann S. A. Por su actuación valiente en el Bogotazo (9 de abril de 1948), es promovida al cargo de jefe de Publicidad y Relaciones Públicas.
En 1950, se trasladó a Venezuela. Pronto, se vinculó a la Radiodifusora Nacional de ese país, desde donde realizó programas informativos sobre la cultura de Colombia. Escribió en varios medios escritos del vecino país, El Nacional, El Universal y El Heraldo, y dictó diversas conferencias.
Un año después (1951), se publicó su obra Los Poemas de Enero en Ediciones Espiral de Clemente Airó. Esta es una obra más madura que la anterior, pero conserva la frescura de su aurora poética. Hay en sus versos recuerdos de su padre, su escuela, sus amores. Poemario corto, pero cargado de palabras y sentimientos. Aparece el amor paciente y consagrado: Siempre regresas. / Para ti no hay tiempo / ni tiene oscuros límites la tierra. / Siempre vuelves. / Y siempre estoy aquí, aguardando tus manos, / llenándome de sueños como de luz un árbol.
Ese mismo año, publicó en Medellín la obra Poesía, con portada e ilustraciones de Rafael Vásquez, editorial Tricolor de Jorge Montoya Toro. Poemario de recuerdos familiares (madre, padre, hermano, abuelo) y, desde luego, cantos de amor. La autora recoge varios de los poemas que habían sido publicados en obras anteriores.
Dos años después (1953), regresó a Colombia. Con la editorial Zapata de Manizales publicó la obra Palabra de la ausencia, que incluye versos escritos entre 1951 a 1953. Unos pocos poemas conforman esta obra. En ellos, Maruja canta a familiares, personas, amores, lugares que le abrieron sus puertas (Popayán y Caracas), estampas de agua y cielo. Se incluyó una breve nota del maestro Baldomero Sanín Cano: En el principio fue la palabra. Maruja Vieira la hizo cumplir su destino. La circundó de una atmósfera luciente, le infundió vida, formas sublimes y un poder mágico de comunicación, de sugerencias claras cargadas del gran sentido de lo bellamente inaccesible. Con esta nueva vida la palabra abraza al universo, lo traspone y, haciéndolo más inteligible, lo embellece sin deformarlo.
Ese mismo año, Maruja se vinculó laboralmente con Jack Glottmann, organizando los “Conciertos Glottmann” con la Orquesta Sinfónica de Colombia, dirigida por Olav Roots y con entrada libre, en el Teatro Colombia (hoy Jorge Eliécer Gaitán).
En 1954, viajó de nuevo a Venezuela, donde se vinculó con la Televisora Nacional y, simultáneamente, escribió crónicas que fueron publicadas en El Espectador, que serían útiles para la novel televisión de Colombia.
Al año siguiente, regresó a Colombia, para residir en la ciudad del poeta Valencia, en donde se vinculó a la Universidad del Cauca. Este centro de educación superior emblemático editó, al año siguiente, Ciudad Remanso, el único libro en prosa de Vieira. Según se explica en una nota de la obra, esta se publicó en 1956.
Allí se habla de una ciudad que ya no existe, porque, después del terremoto de 1983, esta cambiaría su fisonomía. Valga señalar que la poetisa estuvo presente en Popayán, durante el movimiento telúrico. Se encontraba en La Foto Vargas, a media cuadra de la catedral.
En una prosa llena de saudades, como dicen los brasileros, Maruja escribió sobre la Ciudad Blanca, las costumbres de sus gentes, los personajes que estuvieron cerca de ella, sus eventos religiosos, su cultura.
En 1956, se trasladó a Sultana del Valle, donde trabajó en REAL HOLANDESA DE AVIACIÓN -KLM-. Allí conoció a José María Vivas Balcázar, con quien se casó en 1959 y tuvo a su hija Ana Mercedes. Fundó La Voz del Río del Cauca, programa cultural, que perduraría por más de 20 años.
El 15 de mayo de 1960, cuando todavía estaba disfrutando su luna de miel, falleció su esposo José María Vivas Balcázar. El 7 de agosto de ese mismo año, nació su hija Ana Mercedes Vivas. En octubre, se vinculó al SENA, como jefa de Comunicaciones para Valle, Cauca y Nariño.
Espere la segunda entrega.