Armando Rodríguez Jaramillo
Por estos días se habla profusamente de obras de infraestructura que la región necesita para mejorar sus comunicaciones y hacer más competitiva la economía. En el modo carretero Odinsa presentó a consideración de la ANI y de los departamentos del Valle del Cauca y el Eje Cafetero la IP Conexión Centro para construir, mejorar, y operar los corredores viales de Armenia – Manizales y La Paila – Calarcá, corredor este último que hace parte de la vía Bogotá – Buenaventura, la más importante del país. Además, Findeter e Invias abrieron la convocatoria para la construcción de la segunda calzada entre Montenegro y Quimbaya que mejorará la comunicación del Quindío y el norte del Valle del Cauca completando así el proyecto de doble calzada Calarcá – Armenia – Cartago.
En relación con el modo ferroviario, se anunció la presentación a la ANI y Findeter de los estudios de prefactibilidad para habilitar el Corredor Férreo del Pacífico que contempla la conexión Buenaventura – Buga – La Paila – Zarzal – La Tebaida, y su articulación con la Red Central hacia Ibagué, Bogotá y los puertos del Caribe para mejorar la comunicación entre el Pacífico y Bogotá. A esto se suma, en el modo aéreo, la actualización del Plan Maestro del Aeropuerto Internacional El Edén, cuya pista es la más larga del Eje Cafetero con terrenos para ampliaciones futuras.
Estas infraestructuras ponen al Quindío en una posición estratégica en el centro del Triángulo de Oro de Colombia que tiene en sus vértices a Bogotá, Cali y Medellín. Ante esta realidad surge una pregunta ineludible: ¿Qué significa para un territorio que, al final de la presente década, tenga un moderno aeropuerto internacional, lo crucen dobles calzadas en todas direcciones y lo atraviese una vía férrea de oriente a occidente?
Hasta ahora nos hemos enfocado en lo fácil, es decir, en insistir que estas infraestructuras se construyan, lo que ha sido positivo. Pero el verdadero desafío está en identificar las opciones de progreso que se abren con estas obras, pues el porvenir no viaja por carretera ni en tren ni en avión, sino que hay que pensarlo, anticiparlo y diseñarlo. Lo primero que hay que comprender es que, si bien este conjunto de construcciones nos pone en un punto de partida privilegiado, nos corresponde idear para qué son útiles, pues de no hacerlo, otros lo decidirán, ya que el futuro de un departamento como el Quindío se hace con quindianos o sin quindianos.
Según Eleonora Barbieri Masini [1928, Guatemala – 2022, Roma], «la construcción social de futuros se refiere a que el futuro no está predeterminado, sino que se construye con las acciones y decisiones de las personas y las sociedades. Esto implica reconocer que el futuro es construido por dinámicas sociales, tecnológicas, ambientales, económicas, políticas y culturales en un ámbito territorial determinado, y que las visiones y acciones colectivas influyen en los resultados que se obtengan».
Entonces apropiémonos de lo que queremos, definamos premisas para el progreso social, económico y ambiental que se traduzcan en objetivos de desarrollo sostenible para esta región [reducción de la pobreza, desigualdades e inequidad, salud y bienestar, educación de calidad, agua y saneamiento, ciudades sostenibles y metropolización, conocimiento e innovación, empleo y crecimiento económico, medio ambiente y cambio climático, cultura y sociedad, etc.], recurramos a la prospectiva para modelar escenarios de futuros posibles y deseables, lleguemos a acuerdos como sociedad sobre estas opciones, recurramos a la planeación estratégica enmarcada en políticas públicas para hacerlas realidad, y empecemos a anticipar y erigir lo que queremos para un departamento con enormes potenciales.
Así como la dirigencia pública y privada creó en 1973 a la Fundación para el Desarrollo del Quindío -FDQ que funcionó como agencia de desarrollo y centro de pensamiento, labor que cumplió hasta su inmerecido y silencioso final en 2015, hoy necesitamos de una renovada institucionalidad pública y privada con capacidad de hacer consensos colectivos y de asumir visiones de desarrollo con horizontes de mediano y largo plazo; de una academia que genere el conocimiento necesario y forme talento humano, no solo para el trabajo, sino también en cultura y humanidades; y de una sociedad civil que se apropie de su destino y participe en la construcción de futuros deseados.
Armando Rodríguez Jaramillo
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