Por Jhon Fáber Quintero Olaya
Juan quiere estudiar Medicina. Es un adolescente de 15 años que estaba terminando la secundaria en un colegio público de una ciudad de este país. Los padres de Juan no tienen trabajo, y con apenas 17 años, su hermana es madre cabeza de familia. El padre de este estudiante soñador se fue del lado de su familia cuando apenas era un niño. El año escolar finalizó y Juan vio frustradas sus expectativas porque las pruebas de Estado y la situación económica le impidieron ser un héroe en tiempos de pandemia.
Julieta tiene un almacén de ropa en el centro de una ciudad colombiana. En este establecimiento de comercio trabajan 3 personas más, dos jóvenes adultos y una mujer mayor. Con el resultado de su trabajo, Julieta vela económicamente por sus dos hijos, sus padres y un hermano que tiene en condición de discapacidad. La pandemia generó grandes dificultades a su actividad económica, pero poco a poco trabajó para irse recuperando de la adversidad. En una marcha saquearon su local y dañaron los vidrios del inmueble.
Las verdades de Juan y Julieta parecen legítimas, y también, aparentemente son dos caras de una misma moneda. Ellos son personajes ficticios, pero representan a miles de jóvenes frustrados en sus proyectos de vida, a una diversidad de emprendedores que hoy están a punto de colapsar por cuenta de una coyuntura social que es consecuencia de décadas de desigualdad. Los empleos en riesgo o pérdidas agravan las circunstancias. ¿Cuál es la responsabilidad de personas que como Juan y Julieta hacen parte de este caos?
Ninguna. Es el Estado quien debe propiciar las oportunidades para que jóvenes y empresarios no vivan realidades antagónicas, cuando su trabajo es incluso complementario. La falta de empatía, de liderazgo y de una actitud de diálogo por parte de quien simboliza la unidad nacional, ha sido gasolina para un inconformismo creciente. Cali es el ejemplo más tangible del desorden institucional para el manejo de la actual primavera democrática.
El señor Presidente decidió viajar a la capital del Valle del Cauca en forma secreta, por no decir oculta, a un Consejo de Seguridad en el que el Jefe de Estado parecía cuidar únicamente su seguridad. La comunicación con algunos líderes del Paro fue fluida durante algunos días, pero intermitente. Los tiempos de negociación no parecieran tener en cuenta que la Nación se encuentra paralizada y a la expectativa de acuerdos entre las partes.
Los anuncios desafortunados de “ayuda militar” en las ciudades, del desbloqueo tardío de las vías por la fuerza pública, la estigmatización de los marchantes y el cierre de las fronteras a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos son algunos ejemplos de los yerros del Ejecutivo en el último mes. En forma reciente y luego de un preacuerdo suscrito con el Comité Nacional del Paro, el Gobierno nuevamente en un cambio de posición, definió que se debía renegociar los aspectos previos a la negociación como tal. Es decir, luego de 28 días de paro estamos en las mismas.
La crisis social, económica, política e institucional se agudiza y la incapacidad para la construcción de consensos también florece. El país está en llamas y en ese fuego pareciera que se queman los sueños de Juan y Julieta. Estamos en un lamentable círculo que cada día nos degrada más.