Por Jhon Fáber Quintero Olaya
Cuando conocí a Carlos Alberto Castrillón apenas yo tenía once años. La voz fuerte de un hombre que manejaba muy bien los computadores me hizo pensar en una persona que cambiaba el mundo. Su forma de pensar, siempre callado, pensando muy bien las palabras y con expresiones contundentes al hablar me hizo admirar a aquel docente. Nunca voy a olvidar nuestras cortas, pero sustanciales charlas sobre algunos libros que estaba leyendo en mi adolescencia. El profesor me dijo en forma contundente “no leas basura”.
Con el tiempo conocí al escritor. En compañía del gran poeta quindiano Juan Aurelio García Giraldo entendí la grandeza del profesor Castrillón. Una conferencia sobre la modernidad y la literatura bastó para entender que en el Quindío teníamos una leyenda de las palabras. Tal vez se trataba de un García Márquez o de un Pablo Neruda o simplemente era el Baudilio Montoya de nuestros tiempos. El Museo Quimbaya fue testigo de ese conocimiento que queda en sus obras.
Fue jurado del concurso Agmandiel. Un evento promovido por la magnifica obra de la escritora y profesora quindiana Gloria Chávez Vásquez. Con el liderazgo y la disciplina de la profesora María Elena Osorio, año a año se escribía con el amor juvenil un ensayo sobre algún tema o escritor para ganar el anhelado premio. Los años pasaron, pero la rigurosidad del profesor Castrillón quedó en quienes lo admiramos, en quienes formó y en sus letras. Él siempre venció la hoja en blanco.
Cuando escuchaba a otras personas hablar del profesor Castrillón, incluso sin que estuviera presente, me dije: quiero ser como él. No era Octavio Paz, tampoco Cortázar, sino un hombre quindiano que había cambiado el mundo. Como adolescente yo también quería transformar el planeta. Alguna vez el sabio docente me dijo: no pienses en la tierra, cree sólo en la hoja. Hoy el blanco se escribe con la grandeza de Carlos Castrillón. El dolor por su partida aún no se asimila.
Néstor Fabian Herrera fue un joven soñador. Caminaba las calles del centro de Armenia con una mirada algunas veces perdida y otras centrada. Siempre fue crítico y apasionado. Le encantaba trabajar con la comunidad y hacer valer sus posiciones. Era vehemente, pero siempre con las ideas y haciendo apología a sus causas. Hablaba fuerte, igual que yo, pero él era más contundente en sus tesis.
Recuerdo que cuando fue candidato al Concejo, por primera vez tal vez, en el 2011 fue al Coliseo del Café a constatar si ganó o perdió. Cada una de las personas que votó por él encontró en aquella elección un defensor. Como siempre peleó por cada uno de sus electores como si se tratara de una batalla de vida o muerte. Se trataba de un guerrero que siempre buscaba demostrar con argumentos cada uno de sus planteamientos. No siempre tenía la razón, pero expresaba con sinceridad sus ideas.
En el Concejo Municipal de Armenia no pasó como un cabildante más. Sus debates de control político, sus proposiciones y sus iniciativas de Acuerdo quedarán en la memoria de la ciudad. Se opuso en forma vigorosa a propuestas que consideró desacertadas y hacía pedagogía con sus perspectivas. El amor por su patria chica sólo era comparable con los sentimientos que expresaba por su hijo. Sin duda se fue un hombre valiente.
Dos ciudadanos ejemplares de una ciudad murieron, por diferentes causas, el mismo día. La partida de ellos deja una huella de tristeza y admiración y nos recuerda que la muerte es la más real de las verdades. A sus familiares, amigos y conocidos mi más sincero pésame y la invitación fraterna a seguir construyendo vida y sueños en conmemoración a su memoria.
Como diría el profesor Castrillón la vida es una novela cuyos episodios se escriben diariamente. Por ello cada segundo debemos tratar de narrar nuestra propia historia y hacer de cada respiro un momento de felicidad. Con errores y aciertos la vida es nuestro tesoro más preciado. Feliz viaje a la eternidad queridos compañeros, aunque ustedes hoy evocan el dolor de una partida.