Por Jhon Fáber Quintero Olaya
María es una estudiante de medicina que tiene 18 años. Ella es única hija y tiene un novio llamado Jorge que estudia derecho y cuenta con 21 años. Ambos llevan 2 años en su relación. Una noche María llama a Jorge no para preguntarle por su día, sino para comunicarle que estaba en embarazo. Al día siguiente, los dos sin dormir, se encontraron y concluyeron que estaban muy jóvenes para ser padres. De repente el aborto surgió como una decisión y una sombra en sus vidas.
Los padres de María asisten a una iglesia protestante hace aproximadamente 20 años. Para ellos la vida es un derecho sagrado y se protege desde el mismo momento en el que el ovulo sufre ese especial encuentro con el espermatozoide. Para ella contarle a sus padres la noticia era tan complejo como que supieran que tenía una vida sexual activa. La decepción de sus progenitores era un temor tan significativo como la decisión que debía tomar sobre su vida, sobre su cuerpo.
Jorge, por otro lado, tenía una familia que lo apoyaba. Como hijo único siempre había tenido las comodidades de una familia de clase media y soñaba con estudiar en el exterior. Su anhelo era vivir en Londres, aunque no tenía muy claro si en ese sueño Europeo estaba María. El objetivo de esta promesa del derecho no era construir una familia.
De allí que para ambos adolescentes el aborto fuera un acto que permitiría seguir con sus vidas. Sin embargo, cada conducta tiene una consecuencia y para ellos no era fácil tener en sus recuerdos que en forma deliberada habían impedido el nacimiento de un nuevo ser. La tortura de María con esta situación era incomparable, por su formación espiritual y porque ya sentía una especial conexión con el embrión.
En el encuentro que sostuvieron quedaron en pensar muy bien y, en cualquier caso, tomar la decisión juntos. Hicieron un pacto de silencio por temor a los cuestionamientos familiares, pero más por un miedo al rechazo social. El aborto sigue siendo un crimen siniestro ante los ojos de quienes siempre tienen la guillotina de la acusación en la boca. Las personas que libro sagrado en mano, camándula en el cuello y oración diario al comienzo o final del día eran una preocupación adicional de María y Jorge.
De esta forma lo que debe ser una exclusiva decisión de una pareja, de la mujer se transforma en la consecuencia de un peso social completamente injustificado. A ello se adicionan los riesgos asociados a la práctica quirúrgica, es decir, la seguridad de los equipos, la preparación de quien práctica el aborto y las contingencias propias de la cirugía. Ninguna práctica clandestina puede ser segura. Las dudas de Jorge y María eran tan prolongadas como los enigmas universales.
La Corte Constitucional curiosamente ha indicado que en materia de derechos sexuales y reproductivos existe una libertad que implica “la imposibilidad del estado y la sociedad de implantar restricciones injustificadas en contra de las determinaciones adoptadas por cada persona”. Sin embargo, cuando se trata del aborto todo parece diferente, se crea un nuevo mundo en el que la religión, la cultura y el derecho se confabulan para instrumentalizar al individuo y su autodeterminación sobre su propio cuerpo.
discusiones sobre el aborto son diversas, los puntos de vista controversiales, antagónicos y pasionales. Sin embargo, como María Y Jorge miles de ciudadanos se encuentran en este momento pensando en secreto, arriesgando sus vidas o enfrentando diferentes estigmas por cuenta de una situación que solo debiera ser relevante para ellos y sus familias. La vida debe ser un asunto de decisión, no de situación y tampoco de condición.