Los acostumbrados trancones citadinos se reemplazaron por el silencio en las calles y los múltiples medios de transporte alternativo. El único sonido que se escuchaba en la capital era el de las bicicletas, el café como excusa social, los pájaros y los guaduales. La naturaleza agradeció este significativo pero efímero momento de conciencia ambiental.
El día sin carro a muchos disgusta, pero se trata de un acontecimiento para salir de una rutina asfixiante por momentos y que demuestra que el progreso y el ruido no son equivalentes a calidad de vida. En el año 2022 se dejaron de emitir en aquel interregno cerca de 140 toneladas de dióxido de carbono, según reportes de la Corporación Autónoma Regional del Quindío. Más de 200.000 vehículos pararon desplazamientos ayer.
La protección de los recursos naturales y las transformaciones en nuestros esquemas de vida son una necesidad cada vez más apremiante. El cumplimiento de los objetivos del milenio y de los diferentes instrumentos y convenciones relativas a las buenas prácticas industriales y económicas cada vez dan menos espera. Estamos perdiendo el año en una materia que puede ser apocalíptica.
Tal vez las generaciones actuales no veremos las graves consecuencias del cambio climático en sus mayores extremos, pero las generaciones futuras no tendrán la posibilidad de interacción cerca a fuentes hídricas, ver la diversidad de flora y fauna o el verde de un paisaje que cada vez es más un privilegio. Los nevados quedarán en fotos y los polos cada día se derriten ante la intolerancia y pasividad del ser humano.
La deforestación y la ganadería sin control son factores también determinantes en la alteración del uso del suelo y su súbito cambio por cuenta de particulares decisiones administrativas. El Gobierno actual ha avanzado claramente en la declaratoria de áreas protegidas y en una cruzada por la defensa de la Amazonía. Sin embargo, las acciones tendientes a que el pulmón del mundo recupere lo perdido no son claras y trascienden a un país. Una sola golondrina no hace verano.
El paso de combustibles fósiles a energías renovables tampoco es un programa gubernamental patrio muy acogido regionalmente. Brasil no renuncia a la explotación de petróleo y carbón y muy pocos socios tiene Colombia en esta cruzada. La no continuidad de las exploraciones de minerales en el suelo y el subsuelo pueden tener un costo grande a las arcas de una nación pobre, aunque la prospectiva de la agricultura y el turismo no dejan de ser interesantes.
El ordenamiento jurídico tutela el medio ambiente como uno de los principales distintivos del actual modelo constitucional, al tiempo que abarca diferentes esferas o categorías como: “(i) es un principio que irradia todo el orden jurídico en cuanto se le atribuye al Estado la obligación de conservarlo y protegerlo, procurando que el desarrollo económico y social sea compatible con las políticas que buscan salvaguardar las riquezas naturales de la Nación; (ii) aparece como un derecho constitucional de todos los individuos que es exigible por distintas vías judiciales; (iii) tiene el carácter de servicio público, erigiéndose junto con la salud, la educación y el agua potable, en un objetivo social cuya realización material encuentra pleno fundamento en el fin esencial de propender por el mejoramiento de la calidad de vida de la población del país; y (iv) aparece como una prioridad dentro de los fines del Estado, comprometiendo la responsabilidad directa del Estado al atribuirle los deberes de prevención y control de los factores de deterioro ambiental y la adopción de las medidas de protección”[1]. Son tantas y tan variadas las relaciones del individuo y la sociedad con el medio ambiente que el día sin carro debe emularse en otras ocasiones durante el año.
Por ahora se trata de una ventana, una estrecha infraestructura de respiración planetaria. Bienvenidas más iniciativas como esa.
[1] Corte Constitucional, Sentencia T-325 de 2017, M.P. AQUILES ARRIETA GÓMEZ