Roberto Estefan-Chehab
Desde niños estamos acostumbrados a guardar los días jueves y viernes santos, para honrar y conmemorar la entrega, pasión y muerte de Jesús Cristo, igualmente el domingo inmediatamente siguiente, para el regocijo de su resurrección. No sé en las nuevas generaciones como por ejemplo la de los llamados “millenians” y otras, cómo será el tema. Sin embargo, A nadie daña dedicar estos días a una sincera introspección que, realmente los corazones piden a gritos, porque, así como el cuerpo necesita alimento y agua, el espíritu está ávido de reflexión y disposición a mejorar y aprender en la humildad, en el error y también en el acierto para que el comportamiento de la persona, incluso con su cuerpo, sea responsable y amoroso. Afirmando lo anterior puedo insistirles que al hablar de amor estoy refiriéndome solo a comportamientos buenos, de respeto, de lealtad, de sincera disposición al arrepentimiento o al regocijo, al respeto y consideración por el otro según lo dicte la conciencia y para ello no hay distingos generacionales pero sí es indispensable una línea de principios y valores que se transmitan de generación en generación: El hombre puede preguntarse y dudar muchas cosas pero no por eso tiene el derecho a “torcerse”, a atentar en contra de la vida o decidir que es bueno o malo según sus conveniencias. Y si no encuentra respuestas claras, mas vale que mantenga una actitud de respeto y prudencia. La naturaleza no aguanta la estupidez humana y por eso se está moviendo y está advirtiendo cada vez más vehementemente. Triunfar al ejecutar un delito no produce regocijo, todo lo contrario, genera mezquindad y crueldad en el corazón y, cómo toda alma que se siente turbia, lleva a meterse en las tinieblas de un túnel que confunde más y no permite ver. Ahí en ese el refugio se fabrica más maldad, más crueldad, más equivocación al ser el punto de encuentro de quienes han convertido sus vidas en delito y hacen de un constante fluir de mentiras, robos, engaños y actos llenos de arrogancia el alimento de sus frágiles espíritus que además se proyecta en la injusticia en que tienen sumida a la sociedad en la que viven. Hay que parar y escuchar la voz del universo: destruir el ambiente para “enriquecer” la vanidad, traficar drogas y sustancias psicoactivas, asesinar, corromper las estructuras de la sociedad; robar elecciones o comprar y dañar, aprovechando el hambre y la mediocridad y salir a jactarse de lujos y posibilidades de lujo para sus hijos y amigotes, pagadas con el robo y el crimen son inmundicias que todo el mundo ve, huele, detesta y conoce. Cuando Cristo se entregó para cumplir su legado, también había una sociedad con gentes así: está demostrado que el poder no está hecho para el ser humano; lo que sí es sano es el trabajo en equipo y en consenso bajo estricto respeto de los principios. Pero gentes “VIP” no hay. Nadie es más importante que otro y mucho menos si esa credencial se obtiene a través del delito en cualquiera de sus formas. El miedo no genera respeto sino odio. La respetabilidad fluye sola. Por eso regalarle a nuestro espíritu unos espacios de reflexión, en estos días que son para eso, para limpiar y sanar, y quizás se encuentre la luz, la paz, y el arrepentimiento, pues sin nobleza y humildad, la humanidad y cada individuo, a la larga están perdidos. Las pandemias, los terremotos, las sequias, las tragedias naturales no son castigos de un Dios que ama: son consecuencias de un hombre que no se ama.