No empañar la protesta

27 mayo 2021 11:02 pm

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Roberto Estefan-Chehab

lo que nos diferencia de las demás especies es la capacidad de integrar emociones en un proceso complejo de filtro de tal manera que entre el impulso y la acción exista un espacio en el que además del raciocinio hay un tiempo suficiente para controlar la respuesta sin que ello sea producto de un “entrenamiento” puntual, automatizado como si se tratase de un experimento “Pavloviano”.No se enseña la respuesta exacta, pero si se puede afirmar que, si no hay un proceso anormal personal en curso, las personas deben responder por sus acciones al ser capaces de controlar sus respuestas. No se puede dar paso a una demanda instintiva de descarga que “necesita” ser satisfecha, sin que exista el cedazo de la razón. A manera de ejemplo, un hombre no se abalanza sobre una hermosa mujer solo porque la vio pasar y le gustó, o una persona no le arrebata a otra un objeto porque simplemente “le entró el deseo de poseerlo” y mucho menos que un individuo agreda a otro sencillamente porque le dio rabia y “no se pudo” controlar. Las personas adquieren una serie de valores y descubren y deben someterse a los principios que enmarcan las normas de una existencia en comunidad. Una premisa básica es el respeto y la absoluta observancia de los límites entre unos y otros siendo algunos aspectos innegociables: la vida, por ejemplo, es sagrada. La integridad física, la salud no pueden ser asaltadas, no pueden ponerse en riesgo y, al contrario, debe priorizarse ante cualquier circunstancia. Las acciones, llamadas vandálicas, que han ocurrido en este mes, alrededor del paro nacional, no tienen por qué ser toleradas. Son perfectamente calculadas, planeadas y organizadas desde una estructura que busca un objetivo sin compasión, ni siquiera hacia los “títeres” que terminan exponiéndose en las calles para llevarlas a cabo con destrucción y caos: la gente normalmente no protesta de esa manera tan malvada e irresponsable y eso lo hemos visto y vivido muy claramente en la mayoría de los críticos que marchan, arengan, paran, no laboran, pero tampoco agreden a diestra y siniestra. No destruyen los bienes públicos ni llevan al pueblo a la ruina, a más hambre, a más odio: el caso del palacio de Justicia de Tuluá, por ejemplo, es una bizarra contingencia de un ánimo dirigido por intereses que, aprovechando las circunstancias, intentan desaparecer deudas con la justicia y eso seguramente es “bien pagado” por el cáncer de los corruptos. ¿A ese tipo de personajes les dueles el pueblo, o la injusticia social o el hambre de la gente? Claro que no. Lástima que haya algunos que se les venden sin ninguna consideración y terminan volteándose contra su propio pueblo. Las cosas por su nombre. Ha habido desmanes por parte de las fuerzas del Estado, claro que sí: es lamentable que la violencia y la crueldad se escondan detrás de algunos uniformes de la patria, pero no se puede generalizar y, al contrario: son los menos y, ¿que sería si no hubiera fuerza pública? Ha habido mucha crueldad desde grupos enardecidos es innegable; actores con mucho odio envileciendo la protesta, aunque “sea comprensible” por la desigualdad provocada en gran medida por corruptos gobernantes y otros elegidos por el mismo pueblo, a sabiendas que eran torcidos y, así y todo, los eligieron. Y ahora, dejar infiltrarse por politiqueros y bandoleros con agenda y prontuario: no quieren que les toquen sus cultivos, intentan destruir pruebas, se apoyan en nuestros indígenas y usan a la gente. Aquí hay de todo y muchos se están escudando en el pueblo. Saben que cuando un grupo se descontrola, nadie responde pues lo colectivo arropa la culpa de todos, así los solapados dañan el ambiente, desacreditan a la patria, la ensucian. Tenemos que corregir y mejorar con cambios profundos, pero hay muchas cosas buenas que cuidar y defender. Eso solo se hace desde el amor por Colombia: somos la mayoría, ojalá todos.

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