Roberto Estefan Chehab
Un sentimiento que enaltece y genera bienestar entre las personas pues supone el reconocimiento del esfuerzo, la dedicación de tiempo y la buena voluntad, con lo que todo ello conlleva, en las relaciones es la gratitud. Ser agradecido y registrar una actitud que ha sido brindada para satisfacer alguna necesidad, sin que sea obligación, debe ser el derrotero en la respuesta de reconocimiento. Y si se considera “obligatorio” como sería el caso de los padres con sus hijos menores, aún mas relevante valorar toda la dedicación, el esfuerzo y la disposición con que esos papás respondieron a su compromiso con la vida. Un hijo ingrato está mostrando gran vacío espiritual; está actuando de manera egoísta e irresponsable, además de ser motivo de revisión por parte de los adultos, para encontrar en que se falló durante los primeros años de vida de sus muchachos: a veces se educa con mucha inseguridad, sobreprotección y lo mas triste, distancia afectiva, aunque se provea de los elementos materiales: no se enseña el valor de las cosas ni se participa, a los miembros de la familia, de las realidades, los momentos de gran demanda y esfuerzo y la necesidad de que todos sean solidarios ante el contexto que se vive. Ahí radica un gran problema puesto que parte integral del proceso de crecer es precisamente la integralidad, el ejemplo y la disciplina y no únicamente dar y dar cosas para suplir la calidad que no se ofrece. Una persona demandante, que presiona, hace escándalo, amenaza, manipula para que se le complazca, como sea, está dando una alarma respecto al proceso de su adecuado desarrollo emocional. Ese mismo patrón se irá instaurando en su vida y, al pretender construir nuevas relaciones en la adultez, es casi seguro que no podrá avanzar hacia algo realmente estable y maduro: esa fijación infantil en la cual se pretende que “todo sea como a mi me gusta” conducirá al fracaso y lo que es peor: el circulo vicioso de ir de fracaso en fracaso puesto que no existe la solidaridad, ni la buena comunicación y obviamente no hay asomo de gratitud ni reconocimiento. ¿Y los padres, cómo se tratan entre sí? ¿existe comunicación adecuada en el hogar? ¿el entorno escolar es sano, comprometido con la formación integral? ¿cómo se resuelven los conflictos, las demandas, los caprichos, “los berrinches”? ¡se es demasiado complaciente? ¿se es demasiado estricto? ¿hay acompañamiento y control de las actividades de los niños? ¿se les enseña a valorar el trabajo de los demás? ¿aprenden a saludar, despedirse y agradecer a quienes les ayudan, les sirven, les colaboran? Parece tan obvio y sin embargo muchas personas no lo hacen pues no se les enseñó, o no lo vieron en sus hogares o, lo mas grave, les inculcaron arrogancia y displicencia hacia los demás, sobre todo si no son “de su estrato social”. La sencillez, la seriedad y la calidez humana perfectamente pueden ir de la mano y cuando están juntas muestran a una persona decente, segura de sí misma y con empatía y reconocimiento hacia su prójimo. Un médico que mira “por encima del hombro”, se jacta de su condición profesional hasta el punto de transmitir un mensaje de “superioridad” y arrogancia, está dando señales de ser un “peligro” para la buena relación, el buen trato, la compañía y el amor que supone su vocación y así se aplica para cualquier situación: entre más sabiduría y madurez, mas sencillez, mas humanidad, mas coherencia. Por eso “ser buenas personas” es algo que tiene mucho que ver con los procesos del día a día en la vida familiar y escolar de los niños. Un maestro resentido es como una naranja podrida en medio de una buena cosecha: puede hacer un daño inmenso que se traducirá no solo en la vida de quienes salen contaminados, también hay que saber que esas nuevas naranjas afectadas ejercerán un efecto multiplicador, negativo. Desde niños se cuida a la patria. Sin buena educación solo habrá gente exigiendo, rompiendo, desafiando, pero sin aportar nada positivo a los demás. [email protected]
