Roberto Estefan Chehab
En las personas existe avidez de amor, es lo natural, e implícitamente se encuentra proyectado para su perfeccionamiento. El bebé no nace amando, sin embargo, está abierto a ir desplegando emociones, que deben producirse en doble vía y van estructurando la respuesta efectiva. El bebé tiene un instinto de supervivencia por lo que inicialmente reclama acciones que satisfagan sus necesidades básicas: abrigo, alimentación, cuidado general de su cuerpo, asistencia para minimizar sus molestias percibidas a través de los sentidos. Maravillosamente, mediante un sistema de intercambio hormonal, con efectos profundos: se libera oxitocina, hormona mágica que pone en marcha una comunicación “espiritual”, afectiva, entre su mamá y él. (en adelante, esa hormona estará haciendo lo suyo en las relaciones amorosas de las personas sin importar la edad) es llamada la hormona del amor. Ahí estriba un misterioso lenguaje que ayuda al apego inicial y el despertar en el cerebro de una compleja red integrativa que ya nunca se detendrá. La relación de esa criatura deja de ser solo supervivencia “animal” para ir poco a poco evolucionando hacia sentimientos y sensaciones más sorprendentes. Hasta aquí, podríamos decir que en la mayoría de las especies superiores este proceso ocurre. Diversas estructuras en lo profundo del cerebro se ponen en marcha: la amígdala, el sistema límbico, la corteza prefrontal, la relación entre los hemisferios del cerebro mediante complejísimas conexiones, neurotransmisores, reguladores, mensajeros etc. Y la activación de la memoria, con un intrincado proceso de aminoácidos y, en fin, un infinito que necesita de integridad y buena “salud” de lo que llamamos “sustrato orgánico”. Es obvio que no puede existir un funcionamiento mental si no hay cerebro, si no hay cuerpo, no somos solo espíritu en este plano terrenal. Y bueno, el bebé va creciendo con un apego y un “sentimiento” que poco a poco acaricia a su alma, ya no es solo el manejo de los fenómenos físicos: algo más sustancial logra conseguir una sonrisa y otras manifestaciones que son “desde” él y entonces el mundo empieza a moverse de otra manera: una energía especial se propaga en su contexto y así responde con anhelo al mundo de afuera, al que no es el suyo, al de la realidad. Aquí debe aprender progresivamente a respetar al mundo que comparte, porque no le pertenece solo a él. Papás, naturaleza y, a los otros. Entonces hay que enseñarle a quererse, cuidarse. Para que luego haga lo mismo con los demás. Hay que guiarlo para que vaya generando una percepción de autonomía, con empatía y criterio: no sobreprotegerlo, no usarlo como “arma” de chantaje, no manipular sus emociones. Hay que respetarle su proceso de crecimiento y desarrollo buscando conocer sus aptitudes, inclinaciones e intereses y facilitarle medios para que las consolide sin presionarlo: guiar, corregir, entender, negociar y cumplir: con el ejemplo afianzar la maduración de su conocimiento mediante la inteligencia y la lógica para que perciba lo que está bien y lo que está mal; lo negociable y lo no inmutable como los principios: Los valores cambian mas no los principios. En esa ruta irá percibiendo que el amor es todo un constructo ético y no solo la tendencia a satisfacer egoístamente sus necesidades y deseos. Aprenderá que en la vida se cambia a cada instante y cuán importante resulta la lealtad, la generosidad y la seguridad en sí mismo. Sabrá que el amor no es asunto de simples percepciones y que incluso si algún mecanismo falla, como la visión, la locomoción, la audición, existen vías maravillosas para enaltecer la existencia: por eso Beethoven compuso música hermosa estando sordo, miles de pintores plasman obras que mueven los sentimientos de quien las ven, aunque el artista no las vea con sus ojos: el amor se da sus caminos. [email protected]