LLEGAR A LA RADIO ERA UN LOGRO INIGUALABLE

25 marzo 2021 10:53 pm

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Por James Padilla Mottoa

Hace ya bastante tiempo, más de medio siglo, la radiodifusión, o simplemente la radio como solíamos llamarla, era algo que sobrepasaba largamente las mejores ambiciones profesionales de quienes la mirábamos con ojos y oídos extasiados en medio de aquella adolescencia.

Llegar a la radio era un logro inigualable; era algo así como subirse a la élite de una sociedad saltándose varios escalones; una cuestión de mucho orgullo, pero no sólo por el hecho simple de la notoriedad personal ante el privilegio de hablar ante multitudes, sino por la trascendentalidad del medio que era pilar en la estructura del país.

Existían tres frentes específicos en la labor radial: los controles de sonido, periodistas y locutores. Los primeros eran como la piedra angular de la función radial, posteriormente los únicos que obtuvieron el título de ingenieros sin haber ido a la universidad. Los periodistas en su papel bien conocido de investigadores y críticos constructores de una mejor sociedad. Y los locutores que éramos los protagonistas de la película: admirados, buscados, paradigmas del buen decir, bohemios en el estricto sentido de la palabra porque entonces para poder llegar había que acreditar condiciones culturales y una formación académica importante. El locutor de entonces tenía que ser capaz de suplir a cualquiera de los personajes anteriores y para ello requería de una preparación aparte, casi siempre conseguida cuando ya se estaba dentro del ambiente.

Los locutores tenían especialidades: comerciales, productores musicales, relatores de noticias, narradores deportivos y "bombillos". Estos últimos eran los reyes de la noche; seres con una capacidad única para soportar las horas lentas de la madrugada en las que parece que las agujas del reloj corrieran en sentido contrario; especialistas en saludos interesados a restaurantes, bares y similares; donjuanes noctámbulos con sus voces que susurraban palabras dulces a las doncellas que luchaban con los insomnios y las soledades.

Eran otros tiempos, otras épocas y otros estilos; al punto que esos locutores de antes ya no existen más. Ya no se denominan así; ahora son DJ y lo que menos importa es el bien hablar. Ahora sólo interesa lo que se llama interacción con los oyentes por el sometimiento a los ecares y otros medios para medir audiencias.

En ese entonces quien no tuviera una licencia expedida por el Ministerio de Comunicaciones, no podía ejercer como locutor. Conseguir esa licencia era un drama: cita en el Ministerio, viaje a Bogotá u otra ciudad del país para presentar exámenes sobre Ciencias Sociales, Historia Universal, Castellano, Geografía y Legislación de Radio, además del principal examen que era el de aptitud profesional. Después nos pegaron el otro drama que fue el de la consecución de la Tarjeta Profesional de Periodista.

Los de ahora no son lo mismo; no me atrevería a decir si son peores o mejores que los de antaño, pero son distintos; no se califican por tonos de voz, por dicción o colocación de la voz ante el micrófono, ahora es por el atrevimiento para entrevistar a la dama que llama casi siempre.

Perdónenme que se me ha salido la nostalgia por mi oficio; pero que sea la ocasión para rendir tributo a los grandes hombres de la radio que fueron nuestros maestros, a los que aún sobreviven y a los de ahora, que a pesar de ser distintos, siguen luchando por una profesión tan hermosa. Y para que el 24 de marzo, día del locutor profesional colombiano, deje de ser tan ignorado como el día del hombre…

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