AQUELLOS TIEMPOS DEL SAN JOSÉ

21 octubre 2021 11:05 pm

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Por James Padilla Mottoa

Hace más de 50 años salíamos todos a inundar la calle para ir al viejo San José. Íbamos con una ilusión muy grande, pensando en la posibilidad de una victoria del Atlético Quindío (en ese tiempo el equipo aún tenía ese nombre, perdido en la espiral del tiempo por el agobio de las deudas), ilusión que casi siempre se desmoronaba por la inclemente superioridad de los adversarios.

Pero no sólo era la persecución de una emoción infinita en la cancha con los goles y las jugadas, era también ese ambiente inolvidable de la calle 21 y la del batallón Cisneros, con un "bebedero" abierto para las vísperas del partido y para celebrar o rumiar las tristezas en el recorrido del regreso. Era el famosísimo El Campín, justo ahí donde empezaba el estadio y después…el terraplén del parqueo. Aunque era la época en que pocos tenían automóvil, había quienes se resistían al encanto de caminar desde el centro y recurrían al colectivo que paraba en la esquina de la calle 20 con carrera 17 y con precio de pasaje de un peso por persona.

El entusiasmo era tal que se podía tocar con las manos, especialmente cuando venían los grandes: Millonarios, América, Cali, Nacional y Medellín, cuyas barras haciendo sonar pitos y otros artefactos estridentes, inundaban las calles de aquella ciudad incomparable desde las primeras horas del domingo (en ese tiempo solamente se jugaba los domingos a las 3:30) para desfilar luego hacia el San José, el antiguo estadio que calificaban los locutores pioneros de las transmisiones foráneas como el "destartalado y desvencijado estadio de los quindianos".

Los desfiles de los hinchas visitantes seguían dentro del estadio abriéndose paso entre los locales que apenas atinaban a reír y gritar algunas cosas para hacer más pasable el avasallamiento. No había beligerancias, nada de violencia, ni siquiera los insultos. Definitivamente eran otros tiempos aquellos, los del espectáculo familiar por excelencia.

Particularmente vivíamos una emoción extraña con cada partido que transmitíamos; no importaban las peripecias y acrobacias para meternos en unos cubículos de guadua que estaban justo encima de las baterías sanitarias. No importaba mucho el resultado, gozábamos y disfrutábamos igual.

Todo tan distinto ahora. Ya no tenemos una camiseta ni un micrófono y pasamos a ser simplemente hinchas, seguidores de un equipo que vive momentos desapacibles, sin poder, sin esa gracia de entonces; con jugadores cuyos nombres cuesta trabajo recordar. Pasamos de la euforia que precedía aquellos encuentros, a un miedo terrible de perder, con las manos heladas en cada segundo del partido; tanto que, confieso sin pudores, prendo y apago el televisor porque no sé qué es peor: si verlo continuamente o estar mirando de reojo para ver cómo va.

Qué mala suerte hemos tenido los quindianos con este equipo. Salvo esa gesta pretérita del título, en adelante hemos tenido que hacernos a la idea de un equipo tan modesto que hasta nos condenó ya a un canazo de 8 años en la B …y la noche que llega.

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