Por James Padilla Mottoa
Tengo la sensación de que por estos tiempos todo marcha más rápido que antes; recuerdo que cuando era un chiquillo la espera de diciembre y concretamente de la navidad, era muy larga. En aquellas ya muy remotas épocas, no se decía que noviembre era el mes inexistente y como no había eso del Halloween, pues el tiempo de la espera se hacía interminable. Una espera por las luces, por la alegría, por los platillos que iban y venían de casa en casa por el vecindario y principalmente por los pesebres.
Claro, los pesebres. Tenían un protocolo especial y diferente para los hogares ricos y las familias pobres como la mía: en aquellos las figuras eran compradas en almacenes especializados, por lo regular eran de fina cerámica y traían toda una serie de elementos que muchas veces llegaban a ser extravagancias del dinero y desde luego, finas luces de entonces que eran unas "piñitas", muy fuertes, por cierto. En las casas de los pobres, teníamos que inventarnos todo. En la mía fuimos pioneros en lo de hacer figuras con guasca de plátano y periódico mojado, las que pintábamos con témperas escolares que nos prestaba un vecinito que las hacía rendir a punta de agua. Previamente íbamos al monte a buscar musgo y esa especie de cardos y bromelias silvestres para adornar el proyecto del pesebre. El problema de las luces era el mayor: jornadas enteras buscando en la basura de las casas de los más "acomodados" las instalaciones que tiraban porque varios bombillitos no prendían o porque definitivamente las consideraban inservibles. Había uno en el grupo que se había especializado en arreglo de luces y ese era el héroe para darnos la elegancia final a nuestra obra.
Les confieso que entonces no pensábamos ni en regalos ni en cenas navideñas, sueños que no eran para nosotros. Eran la navidad y el pesebre nuestro único encanto; lo demás era la angustia de nuestros pobres padres para conseguir un peso y podernos comprar algo de ropa, principalmente.
Al crecer y hacernos profesionales, pudimos sacudirnos de aquel cascarón de la pobreza extrema y pasar a un nivel un poco más tranquilo, pero siendo pobres aún. No obstante, había ya con qué comprar figuras y luces y comestibles y como ya fuimos padres, inculcar en nuestros hijos la tradición religiosa del pesebre y reunirnos en este tiempo para rezar la novena del Niño Dios. Ahora hijos y nietos siguen llegando a nuestro hogar para rezar al pie del pesebre y compartir un plato de alegría.
Sin embargo, son muy pocos los que mantienen la hermosa tradición del pesebre; se acaban las figuritas y las novenas, pero sí aumenta la costumbre bárbara de la pólvora que ensombrece hogares y a todos nos tiende ese manto oscuro de tristeza en esta época.
Me siento extremadamente viejo al repetir que "todo tiempo pasado fue mejor", pero es una cruda realidad.
Feliz navidad para todos y rueguen al niño del pesebre porque nos traiga el regalo más grande: la salud.