Por James Padilla Mottoa
Algunos dicen sentir envidia de la buena cuando alguien registra un buen golpe de suerte y le echa mano al sueño de su vida. Esa es una gran mentira que nos hemos inventado para tratar de maquillar uno de los grandes pecados capitales que vienen en el equipaje único con el que nosotros llegamos a este mundo. Qué cuentazo ese de la envidia sana o de la buena, con la que pretendemos disfrazar una de las peores debilidades que tenemos los humanos y que, en la mayoría de los casos, termina causando daños en mayor o menor grado.
Nada, la envidia es envidia y solo podemos clasificarla entre la que pretende hacer mal y la que no, esta última, la que corroe el alma del o de los que la sienten.
Toda esta introducción para comentarles que desde la semana pasada, cuando conocí la noticia, siento una gran envidia por lo que ha sucedido con el Atlético Huila, un equipo de fútbol con muchísima menos tradición que nuestro Deportes Quindío y sin embargo, de la noche a la mañana, resulta ganándose la lotería con la llegada de los inversionistas ecuatorianos del Independiente del Valle, equipo que ha tenido una progresión fulgurante en los años más recientes como finalista de Copa Libertadores y campeón de una Sudamericana. Y eso se logra no sólo con la inversión de mucho dinero, sino con una gran organización deportiva.
Esa organización es la que ha llegado a Colombia para echarle mano al 95 por ciento de las acciones del Atlético Huila. De tal manera que, si como se vislumbran las cosas, al cuadro opita no lo volveremos a ver transitando por los predios de los mediocres equipos del balompié profesional colombiano. Si acaso un año más, porque ahora el equipo huilense tiene la soga al cuello y todo indica que no habrá poder suficiente para salvarlo del descenso. Pero como para salir de ese atolladero se requiere armar un gran equipo y para eso hay que meter buena platica, pues qué duda hay que el holding que se hará cargo del cuadro de Neiva, pondrá más de lo necesario para sacarlo rápidamente del infierno del descenso en el que nosotros, al igual que el rico de la historia sagrada, nos mantendremos clamando por una sola gotita de agua para aliviar nuestro tormento.
Y… ¿por qué al Quindío no le sucede algo parecido?, es lo que me pregunta al oído, el diablillo de la envidia que se me instala en el hombro izquierdo.
Aunque el distinguido periodista Adrián Trejos ha dicho que primero estuvieron por estos contornos preguntando por el Deportes Quindío y que encontraron respuesta negativa del señor Ángel, sin intentar contradecir a tan informado comunicador, pienso que si preguntaron por el Quindío, se hallaron con la información sobre el litigio jurídico que hoy tiene el cuadro cafetero y eso es algo que espanta hasta el más osado empresario. Ya en el pasado, por lo menos hace cuatro años, vino una gente a consultarnos en su intención de ofrecer por el equipo y cuando supieron de esa situación, pues dieron la espalda y se marcharon.
Si hemos venido rumiando el sinsabor de un equipo que no brinda sólidas esperanzas de conseguir los objetivos que todos queremos, con estas noticias tan buenas para el vecino, se agrava la amargura propia porque es inevitable la sensación de sentirnos cada vez más lejos de lo que deseamos.
¿Envidia? Claro que tenemos envidia, pero no de la que causa daño. Por el contrario, en el fondo sentimos admiración por los dirigentes que dieron el golpe en la mesa y le cambiaron el rumbo a un equipo tan modesto como el Huila.
Pero, frescos que dicen por ahí que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista… Por lo pronto, el mío ya no va a resistir mucho más.
