Por Álvaro Ayala Tamayo
Muy lejos de ser un símbolo de respeto, la corona británica es una muestra arrogante de decadencia moderna. La abuela tirana no evolucionó y vive una dicotomía transmitida a algunos de sus allegados al punto convertir el palacio de Buckingham en un emblemático antro xenófobo y racista. Tal familia ha caído en sus propias miserias.
La denuncia de Meghan Merkle, esposa del príncipe Harry, sobre los maltratos racistas es la evidencia que todas esas coronas y monarquías se deben abolir. No puede ser que en tiempos modernos haya remoquetes de rey, reina, infanta, alteza y otros títulos que ponen a pocos seres humanos por encima de otros. ¡Qué horror!
Cuando se lucha por la igualdad humana reflota la involución de todos esos privilegiados y consentidos que se creen superiores. Otro ejemplo está muy cerca de Inglaterra. Miren dónde anda escondido el prófugo asesino de elefantes, alias Don Juan Carlos. Cínico que se valió del título de rey de España para cometer sus incontables fechorías.
Y qué tal esa basura francesa exhibiendo pancartas contra Shakira. Como castigo deberían mandarlos a limpiar con sus lenguas los inodoros de la Jonquera, lugar traído a escena por ellos mismos.
De todas formas el ataque racista y por ser ciudadana extranjera contra la señora Meghan, no puede quedar en un simple escándalo. Eso no es asunto para resolver privadamente entre la familia. Se trata de un crimen muy grave. Es urgente y necesario iniciarles un juicio para que paguen y sirva como ejemplo.
Apoyados en su fuero que los hace inmunes, semejante delito no puede quedar en la impunidad. Y para continuar con esa joya de familia, la justicia aún espera al tal Andrés, quien prometió públicamente colaborar con el esclarecimiento de los delitos que se le imputan. Nada más y nada menos que violar menores de edad. A propósito, ¿dónde anda ese vago degenerado? Ese nunca ha trabajado y ahora anda bien escondidito.