Álvaro Ayala Tamayo
La tradición milenaria dice que por la crucifixión de Cristo el viernes Santo no se consumen carnes rojas. En tiempos modernos no se come carne, ni leche, ni huevos, ni plátano, menos pescado o pollo. Todo por ese nuevo sacrificio llamado inflación.
En épocas recientes, hasta las madres cabeza de familia se las ingeniaban para llevar a la mesa pan, frijoles y aceite. Poquito, pero trabajando conseguían. Eso ya es historia. La carestía no da para esa épica y ni con un milagro es posible.
En la Semana Santa que acaba de pasar, la ecuación se invirtió. Solo una vez a la semana la mayoría de los hogares colombianos está probando carne. En muchas mesas no se alcanza a cocinar pescado ni otras alternativas alimentarias.
No tenemos gobiernos innovadores, ni preocupados por el bienestar de sus ciudadanos. Solo interesados en morder los millonarios contratos estatales para masticar a escondidas y hacer la siesta en sus palacetes privados y oficiales.
No más cortinas de humo. Hay que bajarle a la politiquería y darle oportunidad al sancocho.
Pilas señor presidente: El Fondo Monetario Internacional pronosticó que Colombia apenas crecerá 1% este año. Eso significa desempleo, inequidad y hambre.
Los políticos ahora quieren mermelada, pero con galletas y la diabetes la sufrirá el pueblo.
Durante el pasado siglo y lo que va corrido del presente los colombianos no habíamos sentido una crisis de alimentos como la que estamos viviendo.
Mientras siga subiendo cada mes la gasolina será muy complicado romperle el espinazo a la inflación. No se puede pretender equilibrar el fondo de los combustibles ahorcando a todos y aumentando el hambre. La mala alimentación pone a la gente a consumir productos de mala calidad y nos llenaremos de niños obesos y diabéticos.
No es lo mismo calmarles el hambre que nutrirlos.