Se suicidó dos veces

6 junio 2024 4:08 am

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Álvaro Ayala

Impresionan los resultados de la necropsia revelada por Medicina Legal sobre el joven profesional, Carlos Ruiz, muerto en Corferias Bogotá.  Atribulados por la prematura muerte, sus familiares, y especialmente su padre, salieron a destacar las virtudes del muchacho que se fue para una fiesta electrónica y nunca regresó.

Su caso es otro ejemplo para rechazar a las iniciativas de los congresistas que quieren legalizar la marihuana y otras malditas yerbas. Los que nos oponemos a la las drogas, lo hacemos porque consideramos que quienes las consumen son víctimas. Vemos a los consumidores como pacientes y esperamos que las políticas públicas los defiendan y protejan. Que los alejen de dichas tentaciones y no les proporcionen las oportunidades para caer en semejante abismo.

Lo que prometía ser una fiesta para alegrar un fin de semana, se convirtió en una calamidad que conmovió a la ciudadanía y sumergió en un dolor profundo a sus amigos y familiares. Todo por esa permisividad que la sociedad actual tiene con las drogas. Falta poco para que fumarla sea parte de la clase y eludir programas efectivos de prevención.

Los hijos ponen un pie en la calle y no sabemos a dónde y con quiénes salen. Es una lotería y una incertidumbre sus horas de esparcimiento. Fácil entender que los padres de Carlos desconocían sus inclinaciones y gustos.

La bomba que explotó en su cerebro demuestra los graves daños causados por el consumo de sustancias alucinógenas y estupefacientes. Trago, tusi y cocaína mataron al joven profesional que un día inició su vida de paciente con lo que llaman un toque con un "inofensivo" pucho de marihuana. Como él muchos. Con su debilidad se lucran los mercenarios del crimen que tempranamente buscan mercados en escuelas, colegios, universidades y oficinas. Por teléfono e internet la piden a domicilio y se las llevan al lugar que señalen. Le dan propina al mensajero con bicicleta, moto o carro.

Genera escalofrío y parece una escena de la Naranja Mecánica, la forma en que sucedió la tragedia. Con el perdón de la familia describimos lo sucedido, para intentar causar sensibilidad y oponernos con mayor vehemencia al consumo de drogas. ¿Qué produjo en la cabeza de Carlos el coctel del tridente licor, tusi y cocaína, que lo impulsó a subirse a un muro para lanzarse al vacío y al no morir en el intento, lastimado repitió la toma hasta quitarse la vida por heridas de los golpes y ahogamiento en unos tanques de agua? Por Dios! Lo vivido por este paciente debería despertar a la comunidad en general para disparar las alarmas y entender que semejante situación se vive a diario en muchas familias de Colombia y el mundo.

Las drogas deberían prohibirse, no ser legalizadas. El legislador debe preocuparse por el bienestar de los ciudadanos y la salud mental es parte del programa social.

De la muerte de Carlos somos culpables todos. Sus padres se esforzaron para enviarlo a Bogotá a que estudiara y lo regresaron en un cajón de madera porque como sociedad nos ganó el mercantilismo de las drogas. Se cuida más una papeleta de tusi que la salud de un muchacho que mañana puede ser su hijo, pariente o vecino.  Y ¿qué tal los padres de familia que con 50 años o más, siguen fumando y oliendo eso?

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