Por Iván Restrepo
Regularmente, es por estas fechas de Navidad y Año Nuevo cuando pareciera que a la humanidad le aflora, más que en otras, la bondad, la sencillez, las ansias de hacer el bien, de dar algo de sí. La intuición me ha dicho siempre que es mucho más gratificante dar que recibir. Para mi caso, estoy completamente de acuerdo y siempre recomiendo a aquellos que pueden lo hagan pero con una condición: No lo pregonen a viva voz, que la mano derecha no sepa lo que está dando la izquierda, sin tomarse fotos con los beneficiados para luego dárselas de benefactores en las redes sociales. Esto último mejor opto por dejárselo a ciertos políticos que son incapaces de dar puntada sin dedal.
Desde años atrás somos espectadores de la masiva inmigración de hermanos venezolanos hastiados hasta más no poder con el régimen que cada día los agobia en su país. El Quindío es paso obligado de tantos de ellos que han optado por medírsele a una carretera sin un destino fijo, a donde los lleve la vía si es que optan por caminar o esa tractomula conducida por un buen hombre que se compadeció al ver en la vera de su camino a una familia de desplazados con niños de brazos, ancianos, hombres y mujeres en edad de producir, con jijuemil mochilas, coches de niño que de día sirven para aliviar las cargas y por la noche de cuna para esos seres que ninguna culpa tienen de lo que está pasando y con los mayorcitos todavía sin entender por qué están en estas faenas.
No pasa un solo día de mi largo existir en que no recuerde el trato que recibimos mi familia y yo cuando, por razones de trabajo, nos vimos un día aterrizados en el aeropuerto de Porlamar en uno de los paraísos del mundo: mi amada y siempre recordada Isla Margarita, Venezuela. He vivido en varios países pero la Venezuela que viví por casi 14 años siempre está presente. Fuimos tratados de una forma tan especial con todos amigos, todos comiendo del mismo menú navideño, el mejor de cuantos hemos tenido la dicha de degustar: Hallacas, Pan de Jamón, Jamón Planchao, Ensalada de Gallina, y mejor no sigo hablando de tantas ricuras gastronómicas.
Precisamente por estas fechas de Navidad, quiero exhortar a mis coterráneos para que piensen en estos viajeros de la vía, qué bien les caería un buen almuerzo o una deliciosa comida, así sea en donde están estacionados haciendo una parada de descanso; si alguien que me está leyendo conoce quien prepara estas ricuras por estos lados háganlo saber en el comentario de esta columna al final de la misma para que quienes se aferren a esta idea puedan comprar y entregarlos a los “Panas Hermanos de la vía”. Las veces que lo he hecho no puedo dejar de acordarme de las caras de esos niños al poder comer algo caliente.
No es nada difícil, esperen en un ARA a que suene la música anunciando el añorado pollo recién salido del horno, arrímenle alguna guarnición, un ponqué Ramo o similar y unos refrescos; recuerden que con un Pollo comen bien 4 personas. Cuando entreguen su añorado regalo recuérdenles depositar la basura en la bolsa y llevarla al botadero más cercano.
Estas son mis opciones para hacer feliz a una familia de la vía así sea por un corto rato ¿Cuáles son las suyas querido lector?
Hasta la próxima,