HISTORIAS DE CIRCOS

12 septiembre 2021 10:57 pm
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Por Iván Restrepo

Jaime Jaramillo Escobar, Papá Jaime, o como mejor le conocimos, X-504, fue uno de los cofundadores del Nadaísmo junto a Gonzalo Arango y otros escritores, por allá a mediados de los años 60; fue este un movimiento literario de índole contestaría y del cual fui simpatizante al lado de un puñado de amigos de adolescencia en esa Calarcá vanguardista de todo lo que transpirase cultura.

Precisamente esta mañana de domingo, como es costumbre, me levanté más temprano que el resto de los días de la semana a hurgar entre noticias de la región y me he encontrado sin ir muy lejos, en este mismo diario, con una de los poemas de antología de X-504 titulada El Circo, narrada por mi admirado poeta de la vida, coterráneo y coequipero de muchas andanzas Elías Mejía. Cerré los ojos y con el fondo musical de los pájaros que me visitan en la ventana de mi casa todas las mañanas, me dejé llevar por la narración, al punto tal que mi mente se coló por debajo de ese circo de carpa remendada en donde se desarrolla la función, pletórica de imágenes de los circos de otrora: payasos, magos, una jungla completa, traga-espadas, la esfera de la muerte con los motociclistas haciéndole guiños a la parca y nosotros sentados con el algodón de dulce, untados hasta la coronilla.

El magistral relato de Elías me transportó a mis primeros años de pantalón corto, cuando de la mano de mi padre pude cumplir ese sueño de todo niño de mi época como lo era entrar a un circo, del cual solo tenía referencias por lo que había visto en el que en mi niñez era lo que hoy es Google: la enciclopedia EL TESORO DE LA JUVENTUD, 20 tomos, que para alguien como yo, residente en un pueblo de treinta mil habitantes, representaba ese mundo desconocido del que luego gracias a mi profesión de “Traviajero”, he podido conocer algunos retazos.

Recordé la tarde de un soleado sábado en esa Armenia de finales de los años 50s, nos acercamos a la taquilla del circo para comprar las boletas. Mi ansiedad por entrar era tal que todo lo detallaba minuciosamente; algo que dijo o hizo el taquillero me permitió grabar su cara para la posteridad. Comienza la función y en el intermezzo del domador de los leones y el tigre de bengala y el acto del mago del sacoleva, hizo entrada triunfal la troupe de payasos y ¡oh! cuál sorpresa la mía que con escasos 8 ó 9 años no entendía porqué la cara de uno de los payasos insinuaba la del hombre que minutos antes nos había vendido las entradas.

La función siguió su curso y, entre sorpresas, alegrías y risas, terminó su acto uno de los domadores con sus tres elefantes, de los cuales uno de ellos dejó su fétida impronta en el piso de la carpa la cual luego se mezcló con el aserrín del piso. Mi mirada no se apartaba en momento alguno de todo lo que acontecía en el escenario. Salió el domador sombrero en mano en medio de vítores y aplausos seguido de sus elefantes, quienes en el camino se toparon con los “aseadores” entre quienes no se me hizo difícil volver a identificar por tercera vez al hombre, el vendedor de boletas.

Toda esta narración anterior para describir esta inolvidable experiencia y cómo parte de la misma, la que tiene que ver con el vendedor de boletas y su modalidad “Todoterreno”; es la que me sirvió luego para explicar en mis charlas profesionales la modalidad del empleado del pequeño hotel; el que debe desempeñar a menudo varias posiciones a la vez, a la manera de mi ídolo del circo: portero, botones, recepcionista, camarero, relacionista público y jijuemil puestos más.

Por todas estas pasé yo y me convertí en lo que soy hoy: HOTELERO

Hasta la próxima mis queridos lectores

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