Iván Restrepo
Definitivamente, uno de los placeres mayores que uno como residente en este Quindío turístico puede gozarse es ir a cualquier pueblo en los días en que los turistas o transeúntes no están presentes. Precisamente la semana anterior decidí ir a darme una escapada entre semana a Pijao y me sentí pleno al ver que tenía el pueblo para mí y unos pocos paseantes que, al igual que yo, deben de haber pensado en lo mismo.
Pijao está que ni mandado a hacer para ese visitante que quiere gozársela viendo construcciones de bahareque, calles sin mucho tráfico vehicular, el café de la plaza con gente tomando tinto y jugando billar, en lugares donde, sin quererlo, resulta uno involucrado en conversaciones que nada tienen que ver con uno.
“Il dolce far niente”, frase está grabada en mi memoria desde los días del aula universitaria, la solía recitar mi profesor de sociología del turismo con mucha frecuencia para referirse en italiano a “el dulce placer de no hacer nada”, se ajusta a un modelo de turismo en donde el motor principal es eso, no hacer nada, vivir el momento, intercambiar con los residentes del pueblo, adentrarse en los vericuetos de la gastronomía local y degustarla, conocer las costumbres locales al punto tal que al final de la estadía haya hecho como mínimo cuatro amigos a quienes, una vez llegue a casa, es menester escribirles una nota de agradecimiento por haberse tomado el rato de compartir unos momentos con usted.
Para aquellos que al igual que yo, los que ya pasamos la vara de los 60´s, un destino como Pijao o similar es el ideal para regresar al pasado. No será extraño toparse con un bar o café en donde todavía es posible encontrarse con una radiola tragamonedas en donde se pueda escuchar la música que nos acerca el pasado mientras se degusta un café preparado en una greca de esas que tienen el águila en la parte superior del tanque.
Uno de los motivos centrales de mi viaje a este, mi pueblo preferido del Quindío era conocer cómo va la obra de la plaza de comidas. En términos generales me parece que va muy bien, el área es muy espaciosa y la distribución de las cocinas va a sentar un precedente en las otras del departamento. Ahora, es de esperar que lo que falta para finalizar esté acorde con todo, tal como la selección de la gastronomía cero kilómetros a ofrecer en donde deberá primar la cocina local, la vestimenta de los prestadores de servicios, una campaña de educación en cómo atender al visitante y, por supuesto, que los precios estén adecuados al tipo de visitante y turista que llega, no vaya y pase lo de Cartagena, donde las estafas con los precios son la comidilla del turismo nacional e internacional.
Cuando pienso en Pijao no puedo dejar de pensar en Mónica Flórez, una luchadora incansable, promotora y defensora del concepto “Citta Slow” modelo este ajustable al tipo de turismo en el que los adultos mayores nos sentimos muy a gusto, pero que a mi entender no ha calado entre los residentes locales. A mi modo de ver, estimo conveniente llevar a cabo una campaña que involucre a toda la población destacando las múltiples ventajas de este modelo de ciudad lenta y cómo, si se logra su implementación, podría generar una sostenibilidad como ningún otro pueblo del Quindío.
Hay en una de las esquinas de la plaza de Bolívar una casa con todos los años; mi amigo y mi contacto en Pijao Rubén viene desde años atrás luchando para hacer de esta propiedad un atractivo, que bien puede insinuar a través de su construcción y decoración la forma sencilla como viven los pijaenses; le he prometido a Rubén que en algún fin de semana estaré por allí para pasar un fin de semana diferente, a la manera “Citta Slow”
Hasta la próxima mis amigos lectores.