A todos nos pasa. Las llaves se quedan, se pierden. Se embolatan y están donde menos nos imaginamos.
Si son las llaves del carro y estamos de afán, regresamos inmediatamente a buscarlas en el último lugar donde estuvimos. Si son las llaves de la casa y se quedaron adentro, llamamos a toda la familia a ver quién tiene llaves para abrir la puerta. Entramos, las buscamos y están en un bolsillo del saco que nos pusimos el día anterior.
Las llaves, benditas llaves que tenemos, cargamos, llevamos a todas partes, pero en algún lugar se quedan, se pierden, aparecen y se vuelven a esfumar.
Es que las llaves las empezamos a utilizar desde jóvenes, cuando los padres nos dan la de la casa, casi que en una ceremonia. “Aquí tiene las llaves de la casa. Ahora, bótelas” es lo primero que nos dicen. Y no pasan dos días, cuando les decimos: “se me perdieron las llaves. Pero les juro que yo las tenía. No las boté”..
Es como si nos pidieran que las embolatáramos de entrada, de una, así como en un ya. Por eso, las llaves son importantes e imprescindibles. Objetos que las damas llevan en los bolsos gigantes y que luego de un buen rato, encuentran y pueden abrir puertas y encender el carro.
Cuando no solamente se tienen las llaves de la casa que, en ocasiones son tres, para chapas distintas, el lío es peor y se forma la grande, porque se debe tener en cuenta que las chapas se deben abrir en riguroso orden o no abre la puerta. Así que cuando hay apuros, el remedio resulta peor que la enfermedad, porque los afanes pueden ser de diferente índole. Y así, la demora en abrir la puerta, será más larga.
Pero hay llaves que se meten a un canastico pequeño para bajarlas al primer piso, desde el 2º, 3º o 4º pisos. No por pereza de la persona que las tiene en el apartamento, sino porque no hay ascensor y la dificultad es mayor.
Así que, cuando va de visita donde un amigo y este está en un tercer piso, toca el timbre y él le envía el canastico con las llaves. Claro que eso tiene sus excepciones.
En estos días, se me ocurrió visitar unos amigos. Timbré y uno de mis amigos contestó el citófono. Le dije que quería visitarlos y de pronto, tomarnos un café. Con la diferencia que cada vez que voy de visita, debo prepararlo. Allá, mantienen la cafetera limpia, sin una mugre y casi que guardada celosamente. Ni aun haciendo bastante frío, se les ocurre preparar un café.
Pero volviendo a mi visita, esperé el canastico. Oh, sorpresa. Llegó vacío. Sin la llave. Volví a llamar y les dije que un pequeño olvido había sucedido. Al subir, mi amigo me comentó que no era la primera vez que eso le ocurría. Todo se debía a la cantidad de ocupaciones, manejo del computador y mil razones más.
Cuando subí, charlamos y como estaba haciendo demasiado frío, les pedí un café, como de costumbre y como para no cambiar el esquema, fui a la cocina a prepararlo. La cafetera estaba limpiecita.
Al rato, el timbre, otro amigo y le bajaron el canastico, sin la llave….
Curiosidades que pasan, pero alegran el día y hacen que uno se pregunte siempre ¿Dónde están las llaves?