Pueblo de madera que construyó su destino con pasos de aurora Tardes de piedra que se hacen casas donde habitan labriegos y el sudor del siglo Años de hiel y lluvia de sal y miel de sombra y mundo Pueblo que comulga con el fruto que el alma de hombres y mujeres cosecha a la vera del acontecer en que el maíz y el humo son efigie de una raza que diluye la vida en un firmamento donde cada destello es vivienda que resplandece de humanidad de pan y lodo Pasos sin huella sin destino como aire que incendia la almendra y deja serrín de palma mientras el olor a aceite fantasmal penetra en los ojos de vivos y muertos un mañana sin quien lo viva Pueblo de aquí de allá de un lugar cualquiera que pudo ser mi pueblo o el de mis hijos que nunca nacieron Pueblo de ladridos inconclusos Pueblo de buitres que se alimentan de sombras espectrales Pueblo de hormigas que cabalgan la hierba amarga Pueblo de pueblo engatusado por la fiebre del café fiebre de tantas agonías que hacen del pueblo un delirio un lugar que jamás existió en las líneas de la buena suerte Pueblo al borde del camino o a la orilla de una mirada triste que luego de abandonar el tiempo desbocado se va a un lugar sin horizonte a digerir lágrima a lágrima la mano que para siempre dijo adiós Pueblo que resplandece en la tajada que el humilde desde tiempos inmemoriales predestina al almuerzo que ha de servirse al hambriento de cada día que pasa Pueblo en el filo del cuchillo que fragmenta el segundo próximo hasta dejar en migajas la eternidad Pueblo de mi sangre que exhorta a la lujuria a reclamar su parte de la mujer ardiente Pueblo que estás en mis huesos que luego de caminar las variantes del infinito reclama para sí las huellas que dejó la mariposa luego de estacionarse en la humedad del lunes del aquelarre donde el macho cabrío fue vuelo púrpura como el desangrar del ciervo en el ritual de la lluvia Pueblo a la deriva que tras el ventanal que lo hace pueblo es rostro igual a calaveras mancilladas de piel de durazno encarnando en mil mentiras el transcurrir de su existencia Pueblo de espejos laberínticos en los que yo mismo soy un extraño que se busca en lo más recóndito del reflejo de la memoria Pueblo que amo Pueblo que odio Pueblo que me estorba Pueblo que mi brazo izquierdo aprisiona para luego con mi destreza derecha desclavar casa a casa puertas y conflictos de por qué el pueblo crece a las cinco de un siglo después como luciérnaga que estalla y relumbra igual que bombillo intermitente en el pesebre del Cristo que nunca ha de ser crucificado Pueblo en el que habitan sombras como murciélagos a la sombra de la fruta de la noche sombras que suenan a lamentos que salen de una caverna sin fin Pueblo que va hacia las dos de la tarde a encontrar la música llana que restablezca la armonía entre los buitres que con sus rostros de ángeles oscuros asedian a los enfermos que salivan su alma que se evapora Pueblo estático que Orfeo balancea cuando en el parque se evapora el murmullo del alba Pueblo al amparo de un dios de porcelana que al quebrarse queda a la ventura del repicar de palomas en el parque que a la vez son poesía de Dios que arrulla Pueblo que crepita pasos de pordiosero En tanto la mano en llagas no se cerciore de las monedas de Judas que recibe Pueblo que sí en el centro de su propio designio Pueblo que no en lo cóncavo de la ciudad que aspira a ser Pueblo que se indaga así mismo al lado de la infraestructura de la rama marchita Pueblo de la escalera que da al otro lado del viento hacia donde asciende el maullar envenenado del gato de mi casa Pueblo en el intervalo y el espacio donde el espacio se alumbra de una vela que sesga su llama a cada rincón de la tierra prometida mientras espacios entre los ladridos dejan ver del pueblo cien años que circundan la templanza de un tambor que encuentro en sus calles Pueblo de vino y hostia De nada y todo De alcanfor y abrigo Páginas en blanco resumen mi vida en este pueblo que es mi pueblo