En la actual guerra que vive Colombia,
se ajustician personas y a la vez el pensamiento crítico,
de un pueblo que clama por su liberación económica, social y política…
Por Carlos Alberto Agudelo Arcila
En abril 28 de 2021, se inicia el despertar de la Colombia que a todo instante atropella, usurpa, margina, desangra, desde hace 20 décadas, los gobiernos de turno. Degradaciones cometidas por la extrema derecha y su pensamiento pútrido, la crueldad política, la perversidad económica, la represión policiva, que tienen a nuestra nación postrada en el miedo, en el conformismo, en la desesperanza, en el luto a causa de las fechorías que comete la “gente de bien”. Por estos desmanes, y muchos otros, en esta fecha se inicia una época de trasformación, de esperanza, de legítima república. La inteligencia de jóvenes que exigen un mejor país, la identidad ancestral del indígena que solo busca ser reconocido por el Estado, el sufrimiento del obrero ninguneado por leyes que en absoluto se aplican a favor de ellos, son elementos suficientes para respaldar la protesta de quienes exponen y dan sus vidas, hasta ahora “42 fallecimientos relacionados con las protestas, 168 personas que han sido reportadas como desaparecidas.” Según datos confirmados por la Defensoría del Pueblo, son muchos más, aunque el fiscal Francisco Barbosa, de manera desvergonzada, prepotente e insensible dice: “Hasta el momento, la única víctima fatal de la Fuerza Pública sería Jesús Alberto Solano, el comandante de la Sijin de Soacha…”. Los otros 41 muertos, por parte de la represión más monstruosa de un Estado, no existen, no suman para este embaucador de la justicia. La era Uribe Vélez ha sido la más sanguinaria desde la presidencia de “El hombre Tempestad”, de “El Basilisco”, de “El Monstruo”, de quien admiraba el fascismo: Laureano Gómez, presidente de nuestro terruño entre 1950-1951.
Las protestas actuales, son resultado lógico de un pueblo sin esperanza de tener una existencia digna, donde “el pan nuestro de cada día” no sea un espejismo en la mesa de miles de familias, que viven en la pobreza extrema, donde la clase menos favorecida no tenga necesidad de implorar salud, donde la enseñanza y la cultura no sean factores alienantes del pueblo. Las arengas contra este régimen neoliberal, son un reclamo justo al yugo que rampante saquea las arcas públicas, a los políticos corruptos, a quienes se enroscan en este poder con el único propósito de continuar la dictadura, que disimulan como democracia a través del voto que compran. Manifestación de un pueblo al que le urge emanciparse de la tiranía, de los manejos astutos, de las fechorías del sistema reinante. Es evidente el descontento del 90% de aquellos que sufren, en carne propia, la legislatura arbitraria del presidente-ventajista Álvaro Uribe Vélez, del monigote y descerebrado Iván Duque Márquez. Un 10% de la población que, por fanatismo, ignorancia, o porque tiene inclinaciones asesinas todavía claman a favor de este gobierno siniestro.
Sabemos que el presente estallido social estaba aplazado desde hace varios años. El apocalíptico caldo de cultivo hervía: el acontecer del compatriota que sufre por los atropellos de una administración displicente, incapaz de darle un manejo equitativo a los recursos públicos, para así zanjar las adversidades de una plebe que agoniza, porque no gana el mínimo para su sustento diario y muchas otras calamidades que hasta ahora al gobierno no le interesa solucionar, constituyen esta indiscutible reacción.
Las personas que participan en las marchas, merecen respeto, admiración. En quince días salvaron a la mayoría de los colombianos, de permanecer sumisos ante el castigo monetario y social, que a rastras traía la reforma tributaria, engendro del obtuso Carrasquilla y los secuaces que someten a los ciudadanos de esta región sin rumbo. Causa tristeza y rabia saber del enfado de algunas personas hacia los mismos que les están lanzando el salvavidas, así la estupidez de unos cuantos acondicionados por el poder. A los líderes de dichas manifestaciones se les debe escuchar, suprimirles el estigma de vándalos, ellos hacen parte de una colectividad oprimida, preocupados por un futuro decoroso, más humano, sin iniquidad alguna. Lo sabemos y saben los estamentos internacionales que los vándalos son infiltrados del mismo gobierno, policía, paramilitares, esbirros de los narcotraficantes temerosos de ver acabado el narcoestado, que los protege para continuar sus negocios de exorbitantes ingresos monetarios.
Los colombianos permanecíamos sumisos, replegados en el silencio por desdén, por ignorancia, por temor a ser presos, o por el miedo al ultraje, a los golpes, a ser ultimados por armas asesinas del Esmad y otros grupos de oscura procedencia. Urgía revelarse en masa, de manera pacífica, porque ningún gobierno está listo a devolver por las buenas los impuestos en infraestructura, hospitales, escuelas, universidades, estudio, salud, bienestar social, de manera voluntaria. Se requieren entes de control despolitizados, que castiguen con firmeza y manden a la picota, y no a Escuelas de caballería, a los corruptos, un desembolso presupuestal de grandes proporciones, para las regiones más pobres, y así darle solución a este mal que vienen desde gobiernos anteriores, ¿utópico? No. Ya lo demostró el primer ministro de Singapur Lee Kuan Yew, quien gobernó desde 1959 a 1990 y convirtió esta pequeña isla con pocos recursos naturales, que estaba en la ruina por la corrupción, en una potencial mundial. Y lo logró porque era un estratega, un humanista, un pragmático y un enamorado del bien común. La manera salvaje como nos gobiernan, es la causa del vacío en que se encuentra nuestra tenebrosa democracia.
Duele Colombia. Duele el niño, el joven, el menesteroso, el anciano cuando extiende la mano y suplica una migaja de algo. Duele la apatía. Duele el rostro por donde ruedan lágrimas de desamparo, sin nadie que le seque el sufrimiento. Duele Colombia por el hombre retrógrado cuando saca el lobo que lleva dentro, cuando tiembla de ira frente al menesteroso, cuando irradia odio y sostiene el arma para dispararle al indefenso, cuando olfatea al desprotegido para propinarle su golpe mortal, cuando atento espera quién pronuncia paz para abrir sus fauces y dar la orden de masacrar.
Me atrevo a decir que surge una nueva Colombia. La protesta es una fuerza inevitable, única, una energía que hace temblar los cimientos del sistema insaciable. La voz consciente de cada uno de nosotros, se balancea en Colombia, abismo sin fondo…