LA ENTREVISTA: PABLO MONTOYA 2-PREMIO INTERNACIONAL RÓMULO GALLEGOS

14 noviembre 2021 10:59 pm

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Por CARLOS ALBERTO AGUDELO ARCILA

¿Alguna dificultad histórica con la caracterización de Ovidio?

Las adulaciones de Ovidio hacia a Augusto, sus ruegos un poco vergonzosos para que le perdonara su condena y lo regresara a Roma, o a un lugar menos inhóspito. En Lejos de Roma evité este perfil porque me interesaba resaltar el opuesto: el de la resistencia, la rebeldía, la independencia del poeta desterrado.

 

¿Dejó por fuera algún personaje que hubiera pensado incluir cuando gestó la novela?

Están los que fui imaginando en la medida en que iba escribiendo la novela.

¿Resaltó más las virtudes o las falencias humanas de Ovidio?

 El Ovidio histórico está subjetivado en Lejos de Roma. Aunque traté de que hubiese una suerte de simbiosis entre él y yo. Pero no podría decir con exactitud cuáles virtudes y falencias hay porque este asunto es, en cierta medida, relativo. Una virtud romana, entre la nobleza a la que perteneció Ovidio, era el respeto al padre, al poder, a la guerra. Y mi Ovidio se aleja de estas circunstancias, pues es un hombre solitario que ha sido expulsado por ese gran patriarca guerrero que es Augusto. Quisiera precisar, en todo caso, que las concepciones poéticas de Ovidio en la novela son, en general, mis ideas. Las del amor erótico están más balanceadas, algunas las tomé de sus textos y otras son mías. Las consideraciones frente a la autoridad del político y las alusiones a la rebeldía del artista son más más mías que suyas. El rechazo de Ovidio al exilio, que aparece al principio de la novela, es también una mezcla de lo que él escribió en sus últimos poemas y mis experiencias frente a las diversas extrañezas provocadas por el exilio. Ahora bien, esa especie de expansión que se da hacia los otros, en una buena parte de la novela, no pertenece solo a nuestros días multiculturales y globalizados, sino que ya existía en Roma y sus modos de asumir a los bárbaros. Por tal razón, no es para nada descabellado que Ovidio, un poeta de la nobleza más culta y erudita, termine enamorándose de una bárbara romanizada.

 

¿Hay lugares de Colombia que se parezcan a Tomos?

Había un obstáculo frente a la escritura de la novela. Estaban más o menos claros los personajes, los temas, la estructura del libro. Había leído lo suficiente y tomado notas, pero no encontraba el tono de la escritura. Luego me di cuenta de que algo más detenía el inicio del libro: no sabía cómo era Tomos. Jamás pensé en ir a Constanza, en la actual Rumania, para hacerme una idea de ese paraje adonde había sido relegado Ovidio, dos mil años atrás. Por esos días, con mi esposa Alejandra decidimos ir de paseo a Nuquí, en el Pacífico colombiano. Comenzaba el año 2004. Al llegar a la cabaña de pescadores chocoanos donde nos instalamos, tuve la revelación. Así debía ser Tomos, pensé. Una aldea distante, con un mar gris y levantisco al frente y una selva enmarañada detrás donde iniciaba toda la extrañeza del mundo, y con unas playas sin nadie cuyos dueños absolutos eran los cangrejos. Una de esas tardes, fui a dar un paseo y me topé con una especie de escritura diseminada en una de esas playas solitarias y borrascosas. Evoqué aquellas tablillas en donde solían escribir los romanos del siglo I. Me dije estas figuras y signos pertenecen a los cangrejos, pero también pueden ser el mensaje de un dios que se los ha dictado. Atravesé la playa, perplejo, y al llegar a uno de sus límites, una marea sobrevino y deshizo el dibujo. Ahí había una bella, ardua y poética metáfora de lo que significa escribir. Surge la epifanía del texto y luego esta desparece ante la voracidad del tiempo y las contingencias de la naturaleza. Entonces llegué a la cabaña, y con el océano Pacífico ante mis ojos, escribí el primer fragmento de la novela, el titulado “Los Cangrejos”.   

 

¿Qué poeta contemporáneo puede estar viviendo la misma situación de Ovidio?

Todos aquellos que hayan sido expulsados de sus moradas por un orden político, religioso o sexual. Los poetas disidentes y rebeldes y jamás los neutrales y los cortesanos. Los que se oponen a toda autoridad exclusiva y espoliadora. Quienes están afuera, o se sienten de ese modo así habiten un supuesto centro, y escriban el poema.

 

¿Ha experimentado exilios semejantes como escritor y como persona?

 Mis primeras impresiones de extrañeza ante los otros, las tuve en el seno de mi familia. Crecí en un medio muy conservador y católico y muy inclinado a los intereses bursátiles. Cuando me di cuenta de que no encajaba allí (abomino del conservadurismo antioqueño, no me gusta para nada ese catolicismo iletrado e intolerante que se practica por esos lados, y para los negocios no poseo ningún talento), se produjo el primer remezón. Para superar esa crisis, me fui de la casa, me retiré de los estudios de medicina que hacía a la sazón, y de Medellín, ciudad a la que no termino por adaptarme del todo. En Tunja, adonde fui a estudiar música y literatura, conocí la precariedad y la dureza del clima. Las impresiones ante el frío invernal, por ejemplo, que tiene Ovidio cuando llega a Tomos, son más o menos las que yo experimenté cuando llegué a esa ciudad altiplánica. Luego vino el exilio en Francia, que ha sido uno de los períodos más intensos y duros de mi vida. El saberme raro en otra lengua, la certeza de ser nadie en una ciudad gigantesca, pero al mismo tiempo descubrir la otredad y el anhelo de fundirme en una especie de espíritu cosmopolita desde la aceptación de otros hábitos y culturas, fueron conocimientos esenciales que me otorgó París. Pero más tarde, a mi regreso a Colombia, se presentó la otra faz del exilio, acaso la más compleja y desconcertante. Me refiero a aquella en la que, estando supuestamente en tu terruño, te sientes raro y, por ende, forastero en todas partes. Todo esto creo que está reflejado, pero intermediado por la imaginación literaria, en Lejos de Roma.   

               

¿Está entre sus proyectos escribir una obra semejante a Lejos de Roma, con personajes y épocas similares?

Ahora que he cerrado, con la publicación de La sombra de Orión, la parte de mi obra dedicada a la violencia en Colombia, creo que es hora de volver a la antigüedad romana. Es un período histórico que me fascina. En Roma, como en Grecia, están las bases de una buena parte de la cultura occidental, de lo peor y lo mejor que hay en ella. Por tal motivo, escribir sobre ese período es confrontar los núcleos fundamentales de lo que hemos sido y lo que somos. El advenimiento de la pandemia, la crisis climática y la impresión de que, como civilización, estamos ad portas de una catástrofe planetaria, me ha lanzado al tiempo en que los romanos empezaron a vislumbrar con claridad que ellos también habrían de sucumbir. Hay un personaje, Marco Aurelio, que me atrae por encima de muchos otros pertenecientes a esta época. Ahora estoy tratando de estudiar lo mejor posible su figura, su obra conformada por sus Meditaciones y sus cartas, su imperio, su tiempo, y creo que mi próxima novela girará en torno a él. Sé que el reto es supremo. Muy distinto al que me impuso la escritura de Lejos de Roma. En esta novela el protagonista es un poeta expulsado y se narra todo desde una determinada periferia. La que estoy construyendo ahora está dedicada a un emperador y por ello debo tratar de meterme a un imperio en la cabeza. Pero, como en Lejos de Roma, en este nuevo libro quien habla también lo hace desde un bastión bárbaro rodeado de niebla y olvido. Y lo hace con la certeza de que la embarcación de Roma, que él capitanea y está asediada por diversas tormentas, terminará encallando y hundiéndose en el mar.

 

¿Flavio es una representación del hombre revolucionario de todos los tiempos?

El destino de Flavio, en tanto que conspirador de Augusto, es el de la mayor parte de los rebeldes cuando llegan al límite de sus acciones. A Flavio lo ajustician y a Ovidio lo destierran. Pero está el otro, el revolucionario que tan bien disecciona Camus en El hombre rebelde, el que promueve y realiza el cambio y luego forma parte del establecimiento, ejerciendo un poder que es, por lo general, siniestro. Los tres casos, finalmente, explican muy bien cómo se comporta el ser humano frente a estas circunstancias.

 

Augusto es la imagen de los gobernantes tiranos de cada época, ¿la historia seguirá́ marcada por este tipo de personajes, no hay esperanza de un mundo menos desastroso?

El panorama actual es crítico y la esperanza de que podamos vivir por mucho tiempo, como especie, se hace cada vez más lábil. Hay quienes piensan que ahora estamos mejor que antes y que este, el que vivimos ahora, es el mejor de los mundos posibles. Hay democracias, hay derechos humanos, las mujeres votan y algunas son presidentes y primeras ministras, y está la ciencia y los medios de comunicación y la tecnología que avanzan a pasos enormes. En fin, estos argumentos hacen creer a muchos que vamos bien. Pero si estos desarrollos son reales, tampoco es menos cierto que sus beneficiarios no son la gran mayoría. Además, la economía capitalista y neoliberal le ha causado al planeta grandes males. Basta pensar en la naturaleza. Concebirla como una fuente inagotable para un consumo demencial es una manera errada de asumir nuestro paso por la vida. En este horizonte de debacle general, los poderosos del mundo, representados por Augusto y su autoritarismo, siguen pelechando. Se reproducen infatigablemente y casi que con los mismos comportamientos. Aunque si fuéramos optimistas, diríamos que el ejercicio de una democracia más justa, que algunos países del mundo practican, quitarían del ruedo político a esas figuras que tantos problemas han ocasionado a las sociedades, pero que son y seguirán siendo festejadas por el redil.

 

Higinio “cree que en las bibliotecas nada es hallazgo y todo en cambio es extravío”, según este enunciado ¿escribir no tiene sentido?

Higinio, en Lejos de Roma, es una mezcla del escritor latino que escribió fábulas magnificas y de Borges. Sus concepciones sobre la biblioteca vienen, por un lado, del escritor argentino, y por el otro, de Pascal Quignard. Es como si en Higinio hubiese algo de la espantosa biblioteca de Babel del primero y otro tanto de las consideraciones melancólicas del pequeño tratado “La biblioteca” del segundo. Este anacronismo literario se produce, valga la pena resaltarlo, en el espacio de la biblioteca Palatina donde se encuentran Higinio y Ovidio para dialogar sobre libros y autores y guisas de entender la literatura. Pero a veces sospecho, y esta es una idea que planea en varios de mis libros, que escribir, componer o pintar cumplen una función meramente consoladora en medio del continuo desasosiego del mundo y de los hombres. Pero así esto represente un sin sentido, sigo escribiendo y los personajes que he creado hacen arte en medio de la crisis. Ellos y yo no tenemos otra alternativa.

 

¿Cuál es la génesis de Lejos de Roma?

Está en un breve poema de Viajeros que se llama “Ovidio”, y que escribí por allá en 1996. Entonces no tenía idea de que mi segunda novela le estaría dedicada. Luego, ante el embate de mi experiencia exiliar, escribí Cuaderno de París, entre el 2000 y el 2002. Este libro recoge mi itinerario colombiano, en clave poética, por esa ciudad que celebro y fustigo al mismo tiempo. Pero me di cuenta de que muchas de las cosas esenciales del exilio no las había dicho en aquellas correrías entre delirantes y malditas. Fue entonces cuando se me vino la idea de que Ovidio me serviría para decir todo lo que, sobre el exilio, por una razón u otra, no había escrito. Recuerdo que esta decisión la tuve cuando estaba recién llegado a Medellín, en 2003, y acababa de terminar mi primera novela, La sed del ojo.

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