Al proferir su juicio*

15 mayo 2023 1:33 am

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

 

El tiempo se inclina contra la raya de boca rosa. Se desanudan paralelos entre el azul y el incoloro de inmediato se altera la mirada del caracol en el abismo de la sal. La quinta hora del amanecer persigue a la más blanda gota del oleaje. Veintiséis señoras de caminar lento filosofan y a la vez plantean sus arraigos psicológicos estéticos y culinarios en esta tarde sin fin respecto al cacao aún sin sembrar. Alguien escribe la hondura de la pizca de sudor del pordiosero con las manos extendidas en la esquina de las ánimas benditas. Cientos de hombres traspasan paredes y atraviesan calles oscuras con luz de luciérnagas en sus manos para ir al encuentro de millones de barcos fantasmas. Cinco marineros se dirigen a la taberna sexo genuino tres doncellas le abren puertas al mundo libidinoso incitan a beber desde la expedición botánica hasta el estallido de la bomba atómica pronto a caer sobre el ojo izquierdo y en la tercera parte de la vista derecha de cada ser humano del planeta tierra. La diversión está a la orden de… Los eunucos desatan el odio del machista cuando exhiben el cubismo de sus órganos genitales. Picasso pinta la parte oeste de la boca del hombre invisible…  

El zancudo se da un baño de sangre en la primera menstruación de una de las once mil vírgenes bebe de su azul hasta convertirse en mascota del poeta de los sauces.

La brisa de los siete mares tropieza con savia de palmera datilera y abeto y nogal y sauce y ébano y palisandros y terebinto y enebros y olivos y membrillos y mirra y nogal y… de los Jardines Colgante de Babilonia el cual Nabucodonosor II le obsequió a mi madre a orillas del río Éufrates hijos de cada planta.

Edén el patio de mi casa donde llega la desnudez inocente de su voluptuosidad. El áspero de la dianoche endemonia el entorno del cristalino. Danza el siglo como agua enlunada al suceder en el hormiguero hojas a cuestas. Grillos errantes sin donde emitir su canto nocturno hace ocultar colmillos de la Patasola. Francisco de Asís en la plaza de la soledad le dialoga a una piedra su caminar de siglos. Niños y más niños se cuelgan del betún del diario vivir.

El último mordisco del pan bíblico será luego de no dar su tercer canto el gallo y en el instante preciso de Pedro callar promesas imposibles de cumplir.

Millones de seres humanos se empinan a mirar cómo se embriaga el gato al saborear la sustancia viscosa del color lejano de los océanos mientras se espanta el perfil del cordero y se vislumbra el elemento aún sin fraguar.

Falta uno se descubre en el aire de los saltamontes nadie conoce el tono si lo articula ni su textura si la posee ni su forma si se dimensiona ni su aroma si lo emite ni su sabor si lo tiene aseguran los transeúntes del filo de la navaja. Lo extrañan así no haya sido parte de ellos. Su ausencia lesiona los sentidos. Ahora una sola persona ya sabe de ella y monologa su hermosura con solvencia y se atreve a comunicar su índole su cariz su irvenir con el argumento de saber de este ser impreciso desde cuando era espermatozoide y hurgaba el pensamiento de su padre al masturbarse. Aún no se escucha arenga contra él al proferir su juicio.

 

*Capítulo de la novela Martes nunca llegar.

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