Carlos Alberto Agudelo Arcila
En muchas ocasiones cuando entro a una tienda, escucho cómo ciertos clientes del negocio creen poseer el bagaje intelectual suficiente para controvertir sobre temas de psicología, de sociología, de economía, de arte y literatura o de política etc. Parlotean respecto a cada una de estas expresiones con supuesta sabiduría, arrogancia estúpida. Desarrollan argumentos mediocres, fanatizan sus creencias, dan rienda suelta a su lenguaje vacío, agravios cometidos, por estos “cretinos fosforescentes”-Borges-, contra el conocimiento indiscutible. Este acontecer de la palabrería, semejante al talento y la locuacidad del loro, entre licor y compras cotidianas de los consumidores, parece una obra de teatro mal escrita. Unos personajes guardan silencio, otros se exaltan, algunos contradicen o apoyan a quien son afines a su forma de pensar, de pronto surge un protagonista listo a desvainar su intelectualismo contra sus contendores ideológico. En este laberinto de presunciones, algunos ingenuos o ignorantes quedan boquiabiertos cuando los cabecillas del coloquio espontáneo defienden a ultranza sus posturas, de por sí atiborradas de yerros. Los involucrados en la algarabía “erudita” entran en contradicciones, al grado de terminar en altercados, escena donde los actores son bufos de un melodrama sin sentido alguno.
Sin duda no hay respeto hacia la razón cuando se polemiza de forma anodina. En una monserga con estas características, casi nunca se concierta, no hay un desenlace donde se vislumbre la verdad porque imperan egos manipuladores, narcisistas, denigrantes, desfachatados.
Es absurdo cultivar una charla sustancial sin el pensamiento cimentado en la lectura, sin contextualizar las ideas con objetividad, con fanatismo sinónimos de intolerancia. Por ejemplo, no es correcto calificar el manejo del gobierno presente si no se analiza el ejecutar fiscal de gobiernos anteriores, sin saber con evidencia en qué condiciones dejó las arcas del Estado las administraciones pasadas, para establecer un criterio imparcial en el momento de hacer una lectura respecto a la actual situación política, económica y social de la nación. Asimismo, debe suceder en debates relacionados con otras materias.
Todo analices tiene un por qué, requiere examinar con pensamiento abierto a la verdad, corresponde acatar raciocinios de toda índole, no se puede caer en prejuicios de ningún tipo, el investigador está obligado a confrontar los hechos y pasar por el cedazo de la información veraz el ripio de la mentira.
Psicólogos, sociólogos[U1] , economistas, filósofos políticos etc. de tienda, se observan en todo lugar, en cada café del pueblo, en parques, en corrillos donde se escuchan propuestas dándole magnificas soluciones a la problemática del país o dictando catedra de diversos temas intelectuales sin nunca leer un libro, sin acudir jamás a la lectura porque les urge permanecer ocupados en mostrarse como los más instruidos de su pueblo.
Si leen un número mínimo de libros en su vida, se sienten todopoderosos del idioma, encorbatan su lenguaje y salen a la calle con aires de magnos hombres. Y un caso más aberrante es el del escritor de una o dos novelas o de un libro de poemas o de alguna prosa demacrada con ínfulas de Balzac, Cervantes Saavedra, Kafka, James Joyce, Pessoa o Cortázar proclamándose a sí mismo como maravilloso creador, en una atmósfera donde casi nadie entiende qué es poesía, qué es narrativa y mucho menos qué es ser un hombre de letras.
Es más transcendental quien escucha, escudriña la realidad, la rumia en silencio con el único fin de hacerse uno con la reflexión, siendo su máximo deseo instruirse sin necesidad de acudir a la pantomima de convertir el conocimiento en un vestido de gala para lucirlo en la presentación de la imbecilidad. Aprender con humildad, nunca caer en la torpeza de ser parte de los intelectuales de tienda.