"Uno debe consolarse de sus faltas si tiene la fuerza suficiente para confesarlas" (La Rochefoucauld)
Las reacciones sociales negativas frente a la diversidad sexual no son nuevas; su trayectoria ha pintado de dolor, resentimiento y sangre la historia de la humanidad, siempre en ese afán homogeneizador perverso que ha dificultado la libre expresión, percepción y representación de la diferencia, especialmente cuando se ha tratado de la condición sexual.
Se han perpetuado actitudes homofóbicas que incluyen el miedo, la burla, el desagrado, el reproche y hasta el rechazo total hacia estas personas; pareciera que lo cultural se ha convertido en biológico, gracias al influjo de la escuela, la iglesia, la familia, los medios de comunicación y la sociedad en general; como si nuestros cromosomas se confabulasen para discriminar a seres humanos, totalmente humanos, cuya única diferencia es su orientación sexual.
Creo imposible que cualquier persona se acueste heterosexual y al día siguiente se levante homosexual, sabiendo que tendrá que enfrentarse a un mundo perverso que la señala con el dedo de la moral y de la fe, haciéndola ver como algo anormal, pecaminoso, digno de aislamiento y castigo, olvidando que su condición sexual e identidad de género tienen connotaciones biológicas y culturales.
Cree, amable lector, que haya familias en Colombia en cuya descendencia no exista, al menos, un homosexual, una lesbiana, una persona bisexual o un transgénero? Si la respuesta es positiva es porque esas nobles cunas se niegan a reconocerlo por temor a perder estatus o porque las personas con esa condición han sentido miedo a ser reconocidas y no han roto las cadenas con las cuales las hemos atado a través del tiempo.
Siento vergüenza por el sufrimiento de los homosexuales en Colombia, un país que se dice ser católico y hasta cristiano, en donde su orientación es considerada cochina y hasta "excremental"; en donde líderes políticos y religiosos han enarbolado la bandera de su discriminación y aislamiento con fines electoreros y desafiantes. Aberrante que en un país de derecho se tengan que crear grupos de lucha para defender a la comunidad LGBT; con su lucha decidida y no violenta han conseguido logros no imaginados antes.
Urge un cambio de actitud en todos nosotros y la implementación de verdaderas políticas para la diversidad (no para la tolerancia hipócrita); ya es hora de rechazar esa heteronormatividad que lleva a la obligatoriedad cultural por la opción de la vida heterosexual para encajar en la "normalidad" y promover la creación de verdaderas escuelas inclusivas que permitan el trato positivo y garanticen los derechos de la diversidad sexual en esas instituciones. Indispensable, además, preguntarnos por los contenidos, sobre todo, valorativos, que debe tener nuestra enseñanza para adecuarla a los nuevos tiempos, a la demanda social y a nuestras aspiraciones político-morales.
No esperemos hasta ser padres de un homosexual para empezar a reconocerlos y respetarlos; los clósets son para guardar ropa, no para encerrar seres humanos.