Caminando con mi abuelo

1 febrero 2018 4:54 pm
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A la memoria de Juan Humberto

Al husmear en sus bártulos me encontré un libro titulado Walking with grandfather -Joseph Marshall III, Sounds True: 2005-; este contador de historias rompe con la tradición de guardar en el recuerdo las verdades espirituales de las comunidades indígenas de  Estados Unidos, las cuales constituyen la esencia de su sabiduría y nos permite acercarnos a la historia y cultura de la comunidad Lakota, al oeste de Estados Unidos.

El fin fundamental que persigue el autor es hacernos caer en la cuenta de la sabiduría que poseen los ancianos o mayores y el papel preponderante que juegan al interior de los Lakota. No tuve la oportunidad de hablar ni caminar con mi abuelo; ambos se marcharon antes de mi nacimiento o mi uso de razón y lo que supe de ellos fue a través de mis padres durante las veladas que disfrutábamos al anochecer; en pocas palabras, tuve que buscar héroes en la historia nacional, a veces, mal contada, o en los libros que me acompañaron desde la juventud.

Antes de profundizar un poco en el libro en mención, quisiera dedicarle algunas líneas a ese joven que abrió sus alas y se marchó sin decir nada; en medio del silencio buscó un camino nostálgico, sin regreso, pero seguro. Decidió sembrar en otros lares para buscar la paz y se fue al igual que las aves cuando ya son capaces de volar; no miró hacia atrás ni se aferró a lo terreno, pues le habría llegado la duda y la incertidumbre cuando quería saltar hasta el infinito. 'Uberto' me dejó sin su sonrisa socarrona y se robó las bromas que ejercitábamos al escondido; guardó para siempre las historias locas y se entregó a la barbería en donde no se tasa el estilo ni el precio. Cerró sus ojos y abrazó la tierra para siempre, me dejó su cariño y se llevó mis consejos.

Volviendo al libro de Marshall que 'heredé' de este viajero es, realmente, un tratado sobre la sabiduría; los mayores conforman el consejo de ancianos con una exigencia previa: ser ancianos; dependiendo del tamaño de la aldea, aquel podría variar de cientos a miles de años; este consejo no tenía autoridad, pues, realmente, en la lengua Lakota no hay una palabra para designar autoridad; cumplía sus funciones a través de la fuerza que imprime su sabiduría. Cada asunto se discutía a profundidad y al finalizar el proceso no había ultimátums o edictos; simplemente, le informaban a la comunidad lo que pensaban; esa opinión u opiniones, constituían la base para la acción debido a la profundidad de la sabiduría del consejo.

Según el abuelo, los Lakota consideraban como grandes virtudes la fortaleza, la generosidad, la valentía y la sabiduría, pero predominaba la sabiduría a pesar de ser la más difícil de lograr. Así como el conocimiento se deriva de la información, la sabiduría comienza con el conocimiento, crece con la experiencia y se fortalece con el discernimiento. Se percibe a través de su efecto; sabemos que existe pero, en algunos momentos, es difícil ver su efecto en nuestra sociedad y en nuestro mundo. Algunas veces, es más evidente su ausencia.

Al continuar su lectura, el autor expresa que la mayor arrogancia del presente es olvidar la inteligencia del pasado; parece escrito en Colombia, un país en donde se piensa que todos los asuntos constituyen el presente; olvidamos cómo llegamos a lo que somos hoy intelectual, moral, filosófica y tecnológicamente; estamos tan impresionados con la versión actual de nosotros mismos que no somos conscientes de que nuestros ancestros contribuyeron a lo que somos, a lo que hacemos y a la forma como pensamos.

Salta a la vista una pregunta: ¿Dónde están nuestros ancianos hoy? Tristemente y si somos honestos, sabemos donde no están. Ya no están en el centro de la comunidad; su sabiduría ya no es percibida por nadie. Cualquier persona, sociedad o nación que ignore las lecciones del pasado, tarde o temprano enfrentará las llamas de sus propios temores o arrogancia. ¿No es tiempo de reemplazar los viejos que se duermen en el Congreso por aquellos mayores a quienes envuelve la sabiduría?

 

 

 

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