Los juegos de lenguaje y la bobada nuestra

8 febrero 2018 5:06 am

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A pesar de estar en el mes de marzo, algunas profesiones y oficios hacen su agosto, gracias a los politiqueros de turno; se trata de la campaña que realizan los candidatos al Congreso y, de una vez, los candidatos presidenciales; se desplazan por todas partes y en diferentes medios de transporte, pronuncian discursos veintejulieros, arreglan el país en media hora y lo destrozan en el pueblo siguiente; vuelven polvo las propuestas de sus contradictores, se muestran como personas pulcras en las plazas públicas, mientras los lagartos de turno atraen a la clientela y esperan el pago de su arrastre con la nómina oficial que se despresa después de la jornada electoral.

¿Cuáles sectores se ven favorecidos? Haciendo caso omiso de muchos, sobresalen el transporte terrestre -para llevar y traer adeptos al pueblo o a la capital para hacer bulto-, el transporte aéreo -para movilizar candidatos, gerentes de campaña, congresistas, lagartos y comitivas-, las agencias de publicidad -para asesoría y diseño de campañas, asesoría de imagen, diseño y elaboración de pendones, pasacalles, eucoles, volantes, fliers, textos publicitarios, etc.-, medios de comunicación -elaboración y promoción de textos, cuñas-, sector hotelero -hospedaje y alimentación de candidatos y sus cuadrillas-, sector cultural -contratación de músicos, orquestas, animadores, payasos, cuenteros, mimos, zanqueros, equipos de amplificación, proyección, grabación, equipos de filmación, etc., etc.-

¿Cuánto vale toda la campaña de 2018? Alejandra Barrios, directora de la Misión de Observación Electoral, MOE, sostuvo: En Colombia es absolutamente imposible saber cuánto vale una campaña electoral, porque son recursos que no están bancarizados, son recursos que entran en efectivo, que no están reportados y que terminan en un retorno directo al candidato a través de contratación pública”. Puede calcularse cualquier cantidad, pero esta será siempre diminuta ante una realidad que se oculta, se maquilla y se manipula al antojo de quienes se proponen como candidatos, la astucia de quienes aportan y la malicia de quienes gerencian con el aval de los contadores de la caterva. Lo que sí puedo afirmar es que todo se paga con nuestro dinero, gracias a los acuerdos y legislación sobre financiación de campañas.

Como soy flojo para los números y no soy encuestólogo, me voy a referir a los juegos de lenguaje de los políticos, politiqueros o candidatos, de los cuales se valen en los pasacalles, pancartas, vallas y volantes que exponen en las ciudades y vías de comunicación. La mayoría muestra una fotografía sugerente, con una sonrisa de oreja a oreja, con buen vestido o disfraz, según la necesidad y, en algunos casos, acompañada del retrato del papá, un señor que se parece al Corazón de Jesús, pues siempre aparece con la mano derecha sobre el corazón y, la mayoría de las veces, luce un sombrero de vaquero o peón; al mirar su rostro, uno no es capaz de decir si se trata de un monje o un monaguillo de pueblo.

No podrían faltar los slogans, ese término inglés que se utiliza en el medio de la publicidad para referirse a una consigna que generalmente es de carácter comercial o político, formando parte de una propaganda con la finalidad de crear y darle forma a una idea; lo importante es que dicha frase sea sencilla de recordar para las personas. Al leerlos, me lleno de angustia, pues me siento un pecador incorregible y lleno de defectos al compararme con estos apóstoles del Señor. En mi barrio me encontré algunos para reforzar mis sentimientos: "Está con la gente", "Siempre con vos", "Contigo al 100%", "Dejando huella", "Es confianza", "Estos candidatos harán posible la reconciliación", "Vamos a hacer una Colombia justa", "Razón con corazón", "Soy correcto, no corrupto", "La paz está en nuestro corazón", "Siempre con la gente", "En defensa de la familia". Se me forma un dilema en el cerebro: ¿Les rezo una novena o les escribo un mensaje para que se lo entreguen al Todopoderoso? Considero demasiado humano o mundano votar por alguno de ellos, pues mermaría su santidad predicada.

Allí no termina la cosa, otros, a través de sus lemas, se muestran como los emisarios que necesita Colombia y que envidiaría la antigua Grecia o Roma en sus momentos de República: "Caldas adelante" -disfrazado con sombrero y poncho-, "Sí hay futuro" -la foto del candidato con la niña a tuntún-, "Qué bueno por Caldas", "Juntos continuaremos", "Quindío gana" -acompañado de un señor con la mano en el pecho-, "Colombia se respeta", "La fuerza de todos", "Está con la gente", "La política es haciendo", "Un senador de verdad", "El partido de las soluciones", "El equipo de las oportunidades", "En el Quindío creemos en…", "Paz, igualdad y oportunidades". Un lector despreocupado creería que aquí está la tabla de salvación de nuestro país.

Merecen mención aparte estos dos slogans: "Yo voto por el que diga Uribe" y "Somos antitaurinos". Frases radicales, discriminatorias, que ordena en el primer caso y que convierte el arte de Cúchares en bandera política, en el segundo. Por fuera de ellas no hay salvación.

Así las cosas, no queda más remedio que cuestionar y asumir posición ante los sagrados lemas de los políticos, que son verdaderos juegos de lenguaje muy sugerentes, pero que en el fondo encierran ideas contradictorias; su único fin es arrastrar al electorado, por encima de todo.

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