¿Somos todos iguales ante la ley? “Ante la ley terrena la igualdad se desiguala todo el tiempo y en todas partes, porque el poder tiene la costumbre de sentarse encima de uno de los platillos de la balanza de la justicia” (Galeano, 1999:207).
Sutherland, sociólogo y criminólogo canadiense, utilizó, por primera vez el término ladrones de cuello blanco (White-collar crime) en 1939, para referirse a aquellos delitos cometidos por personas con un alto estatus social y económico; los más communes en nuestro medio son: el tráfico de influencias, el fraude, el lavado de dinero, el cohecho, el vaciamiento de empresas, la quiebra fraudulenta y la malversación de fondos económicos; algunos autores ubican a estos ladrones en el llamado club de los corruptos.
Es fácil reconocerlos, pues todos asisten a las audiencias con traje y corbata, siempre están inclinados en la sala, ante los medios de comunicación se dicen llamar inocentes o, en su defecto, perseguidos; siempre se ven más delgados en su apariencia física, contratan abogados de renombre, su cárcel son las escuelas de caballería, unidades militares, clubes sociales y mansiones personales, lógicamente, con acceso a muchas comodidades; en pocas palabras, se trata de cárceles cinco estrellas.
La primera pregunta que me formulo es: ¿Por qué los delincuentes de cuello blanco no pagan delitos en prisión? Porque hay una aristocratización de la justicia; si el sindicado tiene con qué pagar una mejor defensa, es más fácil conseguir todos los beneficios que brinda la ley; además, casi todos son cabeza de hogar, tienen situaciones personales o familiares complejas, muestran excelente conducta, la mayoría tiene una edad avanzada, sufren una enfermedad crónica incurable, sobrellevan problemas siquiátricos, como la claustrofobia; enfrentan enfermedades que deben ser tratadas fuera de prisión o tienen problemas económicos que les impide ayudar a su familia. Como puede concluirse, los ladrones de alto estatus social y económico no pueden ir a las cárceles a donde van los otros mortales, pues allí peligra su vida, su pena sería poco llevadera, su familia se avergonzaría mucho de ellos y la sociedad quedaría en deuda con ellos por los favores que le han hecho al país. Los presos son pobres, como es natural, porque sólo los pobres van presos donde nadie va preso cuando se viene abajo un puente recién inaugurado, cuando se derrumba un banco vaciado o cuando se desploma un edificio construido sin cimientos.
Segunda pregunta: ¿Cuáles son los delincuentes de cuello blanco más famosos en Colombia? Alessandro Corridori (inversionista italiano, quien manipuló las acciones de Fabricato) , Rodrigo Jaramillo Correa (expresidente de Interbolsa), Samuel Moreno (exalcalde de Bogotá) los primos Nule (contratistas), Mauricio Antonio Galofre (contratista) Iván Moreno Rojas (exministro y exrepresentante a la Cámara), Álvaro Dávila (abogado), Tomás Jaramillo (Cofundador del Fondo Premium), Otto Bula (exsenador), Víctor Maldonado (empresario), Emilio Tapia (contratista), Orlando Parada (expresidente de Saludcoop), Carlos Palaccino (exdirector de la DNE), Carlos Albornoz (exdirector DNE), Diego Palacio (exministro de Salud) , Sabas Pretelt (exministro del Interior), Andrés Felipe Arias (exministro de Agricultura). Quedan faltando algunos de cuello verde y oliva, quienes se mueven entre la justicia ordinaria y la JEP.
Tercera pregunta: Qué daños le ocasionan al país? Se trata de la peor clase de delincuentes y tienen exactamente la misma categoría que un narcotraficante; ambos destruyen el tejido social y ambos han construído su fortuna a partir de la desgracia de los demás.
Algo preocupante, por ahora, es el riesgo inminente de impunidad en el caso Interbolsa, gracias a las maromas, argucias y dilaciones conseguidas por los abogados defensores. Este ha sido uno de los descalabros financieros más grandes en Colombia y que ha puesto en jaque a la clase empresarial. Esperemos a que el mediático fiscal presione al Consejo Superior de la Judicatura para que designe jueces y magistrados que cojan por los cuernos esta empresa criminal de cuello blanco. Solo así se recuperará la confianza entre los inversionistas y se establecerá un precedente en el terreno financiero para que no sigan jugando con las esperanzas de los que se han creído el cuento de la lotería financiera. Como decía mi abuela: “El vivo vive del bobo y el bobo, de su trabajo”, y al que trabaja no le queda tiempo para hacer dinero.