Aldemar Giraldo Hoyos
Algo desconcertante es el aumento en la incidencia del Covid-19 en el país; ayer, el Ministerio de Salud y Protección Social reportó 5.271 nuevos casos, 189 fallecidos más, para un total de 5.814; ya se vieron los resultados de la primera jornada sin IVA y de la irresponsabilidad de muchas personas que creen que estamos ante un juego de canicas. Horrible que la policía tenga que vigilar las viviendas o disolver reuniones sociales y parrandas; ya sabemos que en ciertos lugares “muy rumberos”, el panorama sanitario es preocupante, de allí las medidas tomadas por mandatarios regionales y locales.
No podemos esperar a que todo lo haga el Estado; imposible un policía en cada esquina o un dron en cada manzana; nada nos ganamos con las escuelas y colegios cerrados, mientras nuestros hijos deambulan por la ciudad, juegan fútbol en la cuadra, hacen corrillos en las esquinas y asisten a fiestas organizadas a través de las redes sociales. ¿Para qué el trabajo virtual desde la casa si nos somos capaces de orientar o controlar a nuestros hijos?
Si el Fiscal General, el Contralor y muchos alcaldes se van de paseo durante la pandemia, ¿qué se puede esperar de los ciudadanos? Si nos emborrachamos en casa y hacemos reuniones sociales, ¿qué podemos exigirles a nuestros hijos? ¡Pobres moradores de conjuntos residenciales que tienen que soportar fiestas, francachelas y riñas hasta que llegue la policía¡ La cosa no para ahí; se enojan por un llamado de atención y la emprenden contra las autoridades o los administradores.
Llama la atención el cambio de costumbres durante el confinamiento; se despertó el amor entre familias y amigos, acentuándose la frecuencia de visitas y encuentros, como también, de celebraciones. Desafortunadamente, esto tiene consecuencias funestas que huelen a hospital, unidad de cuidados intensivos y hornos crematorios. El dolor se siente cuando es en carne propia; no creamos que a nosotros no nos va a pasar; que la enfermedad y el sufrimiento son para los demás. Debemos mostrar nuestra condición de humanos pensando en el mal que podemos hacerles a nuestros congéneres; ya es hora de romper con el egoísmo; los otros pueden ser los nuestros.
Qué mala imagen dan aquellos que, siendo positivos, mediante prueba diagnóstica, se pasean por los centros comerciales regando el virus y poniendo en jaque a las autoridades sanitarias; merecen castigo ejemplar y señalamiento especial. Todos debemos cuidar y cuidarnos; no hay que esperar la visita del coronavirus para poner cara de acontecidos y empezar a lamentar lo que pudo haber sido. La prevención está en nuestras manos si estas son responsables. Como decía mi abuela: “Llega un momento en que hay que asumir la responsabilidad por los errores cometidos.”