Aldemar Giraldo Hoyos
Hace tiempo escribí: “…cuando los animales mueren no se da esa parafernalia que acostumbramos los seres racionales; su mirada se entristece, se pierde el brillo que hace reconocible la vida en sus ojos, se quedan quietos y entran en un sueño de nunca despertar. Literalmente, dejan grandes recuerdos, de esos elementales que esculpen huellas en el alma de sus familiares, de esa alegría y sentimientos indescifrables que ocasionan su compañía y su afecto…” (De Lado y Lado, 2009:56).
Para un ailurófobo o un cinófobo o, simplemente, para quien cree que esta Tierra es habitada sólo por el Homo sapiens, amo y señor de todo el planeta, a punto de convertirse en un dios, capaz de crear y destruir todo aquello que esté a su alcance, como también, de causar una inmensa desgracia a otros animales, las anteriores palabras pueden parecer ridículas o bufas, simplemente, porque no conoce o no ha estado en contacto con una mascota o, tal vez, vivió un hecho traumático en el pasado o aprendió de su familia esa subvaloración o desprecio hacia los animales y hoy posa como un zoófobo, posiblemente, etiquetable dentro de una de las subfobias, casi siempre adquiridas desde la infancia: ailurofobia (miedo o desprecio hacia los gatos),cinofobia (perros), apifobia (abejas), aracnofobia (arañas), agrizoofobia (animales salvajes), ictiofobia (peces), equinofobia (caballos), entomofobia (insectos), musofobia (ratas, ratones), ofidiofobia (serpientes), ornitofobia, (aves),etc.
Estudios científicos, muy serios, han demostrado que las mascotas, especialmente los perros y gatos “aman a los humanos más de lo que solíamos pensar”, fuera de eso, su compañía trae consigo una mejora en la autoestima y en el estado de ánimo; a propósito, la gatoterapia es un tratamiento tradicional contra los síntomas del estrés, la ansiedad y el bajo estado de ánimo con la ayuda de gatos domésticos. La utilización de este tipo de terapia, basado en la compañía que proveen estos pequeños felinos domésticos, puede ayudar a mejorar la salud física y mental y la calidad de vida en general, a través de la interacción amistosa entre el gato y la persona.
Para muchos estudiosos del comportamiento animal, los seres humanos consiguen mascotas, porque estas no rechazan el cariño o el afecto que se les profesa, por el contrario, lo devuelven multiplicado y ayudan a hacer más llevadera la vida.
“Antonio” era criollo, atigrado, corpulento, compacto, musculoso, vivaz, tierno, cariñoso, dormilón, malicioso, alejado del glamur de las especies de raza, inteligente, cazador “de ojo”, territorial, astuto, amante de las visitas, temeroso de la urbe y de sus ruidos desmedidos, casero, comilón y sabía como ganar el afecto. Un día, al atardecer se acostó de cúbito lateral porque le pesaba la vida; su hígado le dijo: no más; se alejó “como se van los pájaros del nido sin hacer ningún ruido y sin saber por qué” (Ricardo Nieto). ¡Gracias, mi mascota!