¡NADAR! ¡NADAR!

1 junio 2020 10:53 pm

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Por RODRIGO VALENCIA VALENCIA.

En confinamiento. Escrito N° 10

Desde la isla Libertad: Sin partido político, sin atadura religiosa.

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Rebosante está mi cerebro de ríos y de lagos; de charcas, mares y piscinas; de soles y alegrías.

Son líquidas nostalgias que siempre van conmigo, engarzadas en mi cuerpo incitándome a ¡Nadar! ¡Nadar!… nadar muy suave y seguir nadando varios días a la semana; muchos días al mes, centenares al año durante muchos años más; perpetuando el ritmo de esa fiesta que es la vida que he nadado sin competencia ni rivales: sencillamente ha sido el líquido placer de deslizarme suave, horizontal, feliz, inhalando el aire afuera, exhalando el aire adentro, en aguas de diversas densidades y colores, en diferentes latitudes del continente Americano:

El río Quindío, a ritmo de bambucos, entre verdes guaduales y cafetos de flores blancas como estrellas y aroma de jazmín, cuando era rumoroso y cristalino sus aguas me acogieron. En mi cuerpo aún habitan la caliente arena blanca y rosa y brillantes peces de colores que nadaron a mi lado en la isla de Barú; escoltando la cromática alegría de Caño Cristales con su plantica acuática macarenia clavijera, que pinta con sobria mezcla de colores una alfombra viva natural, de amarillo verde azul fucsia sobre el rocoso negro de su lecho, donde suavemente sumergido, al vaivén del agua el sol me acarició. Como en el litoral cerca de Caracas, allá en La Guaira, mar Caribe, de eterno movimiento líquido azul salado y olas galopando que llegan a mi encuentro: en ellas me encaramo y el mundo ya no existe.

A mi mente asiste el agua ya nadada en el lago Calima, donde habita el viento – eficaz motor sin engranaje – en el Darién-; y un tiempo navegando entre manglares de Xochimilco con ritmo azteca musical; estrenando un nuevo asombro en la Rivera Maya, al descender paso a paso hasta las Puertas del Infierno para nadar en Los Cenotes de agua dulce: escenarios líquidos donde antiguos Mayas celebraron sus rituales en la entrada de oscuros ríos subterráneos que lento corren… Horizontal entre sus aguas fui nadando bajo tierra; misterioso espejo negro de discurrir perpetuo, donde abandoné el mundo y todo su ajetreo.

Abrazo en relación íntima, amistosa, una playa en Mar del Plata en el puerto Pueyrredón; donde su mar conjuga un azul perpetuo con todos los azules; y me entretiene un cardumen de peces rojos y dorados en la península de Buzzios, de amables aguas y oleajes saludables más suaves que los del mar a ritmo de la samba en las ardientes playas de Ipanema, Copa Cabana, y Niteroi en el Brasil. De otro lado van llegando grandes ríos, al ritmo de arpa cuatro y maracas en un parrando llanero, allá en Puerto Carreño, donde viví por muchos años, rodeado del río Meta y del imponente Orinoco con robustas toninas grises de senos femeninos; y del río Vita de aguas transparentes y familias de pececitos bailarinas; y otros ríos de la Orinoquía, hasta llegar al río Arauca en la región del oro. Y al volver al Cono sur, sereno me zambullo en el inmenso Río de la Plata, el más ancho del planeta con 220 kilómetros de anchura, donde vi ocultarse el sol mientras nadaba tersamente en sus aguas color café marrón.

Circunvala mi memoria la fortuna sensitiva en Calafate y el Lago Argentino que me paseó por el Canal de los Témpanos, lejos muy lejos, allá en la Patagonia sur hasta el Glaciar Perito Moreno: colosal estructura de hielo móvil en perpetuo rompimiento, con 60 metros de altura sobre el nivel del agua, donde caen inmensos témpanos haciendo gran estruendo, en alucinante espectáculo natural.

Intermitentes otros ríos y otros mares me visitan: En la desembocadura del río Sinú, mar Caribe, más allá de San Antero y Cereté, a cinco minutos de un jolgorio con trombones, redoblantes, platillos, clarinetes, y trompetas dando cuerpo musical al festival del Porro y el fandango en San Pelayo, en una extraña charca nadé y nadé. Y más al norte, bajo el sol, el mar de San Bernardo del Viento me hospedó en su enérgico oleaje y al penetrar alegre a sus entrañas un pequeñito miedo me invadió… ¡Prefiero el mar tranquilo! Ahora me veo nadando en el mar azul de Playa Blanca, lejos del Canal y la Cinta Costera en Panamá; y corriendo en otra playa bajo el sol implacable en ese Océano Atlántico hasta zambullirme en aguas de Mambo en Curzao; tan vivenciado como Cuba, con su sabroso son, en las ardientes Habana y Varadero. De otro lado me llega desde Lima un mar gris, triste y frío, allá por Miraflores donde pasó un albatros solo, escoltando un navío entre neblina pertinaz.

En el recreo de mis sueños, a ritmo de reggae y percusión con tinajas e instrumentos repentinos, entrevisto pececitos de colores, gozando a nado libre en el mar azul de San Andrés. Y aparecen el sol festivo y salsa dura en Cali musical; donde nadé en aguas del Cauca, La Chorera del Indio, el río Pance que nace en farallones y, de la piscina de la Universidad del Valle, donde varios años estudié. El viaje onírico delinea imágenes ardientes de un Océano, después del azaroso Paso del tigre, rumbo a Piangüita, Juanchaco y Ladrilleros, con palmas generosas ofrendando cocos de rica pulpa y agua refrescante bajo el sol canicular; escuchando marimbas y bombos del currulao y fusionados ritmos de la Herencia de Timbiquí.

Como buena onda en mis sueños otro asombro inauguro en Argentina, en la provincia Misiones, límites con el estado carioca de Paraná, cuando me bañaron las Cataratas de Iguazú; son decenas de saltos; La Garganta del diablo con 80 metros de altura es el mayor. “Son como un océano cayendo a raudales en un abismo escalofriante”, sin tangos ni milongas, en medio de exuberante selva espesa con hojas gigantescas y un ejército de alas, silvos, cantos, gritos y otros animales por montón.

En diversos sitios, el agua como amante me ha esperado con paciencia: llego a sus citas sin premura y en su cuerpo me sumerjo como niño entre juguetes que no quiere abandonar.

En mi ciudad no tengo el mar… ¡bienvenidas las piscinas aseadas!… mejor grandes… Solas o con poquísimos bañistas. Preferible en días hábiles; casi nunca los festivos ni los fines de semana… Nadar es escaparse del planeta… En Montenegro y en Armenia, en las piscinas de la finca San José, la universidad del Quindío y Bolo Club, paseo sobre sus aguas como limpias y desiertas avenidas. Al salir encuentro el otro mundo: el del ruido, las personas, los afanes y problemas cotidianos.

En mi mente reconstruyo ríos que discurren rumorosos como trazando un destino de delicias: Río San Cipriano, uno de los diez más cristalinos del mundo, de sus charcas me hice amigo, como en Barcelona del Río Verde de abundantes aguas cristalinas que chocan con las piedras haciendo gran espuma blanca en un ambiente de guaduales y frescas arboledas; del río San Juan y Río Gris en Génova, con frías charcas entre montañas lejos de las casas; en Calarcá del río Santo Domingo donde un pez salta y otro lo sigue formando un arco y, del río la Vieja con inmensas piscinas naturales por el Valle Maravélez.

Mis recuerdos juguetean lejos de Buenos Aires, saliendo de Puerto Frutos en zona agreste de los Gauchos, en los ríos Sarmiento, Luján y Tigres… Muchas aguas me circundan… En Manhattan conocí el río Hudson que navegué en Ellis Island en la bahía de New York. Hoy Me asalta permanente regodeo en aguas del Amazonas avistando delfines rosados, por Puerto Alegría, en límites con Perú; y en las Islas Margarita, allá por Venezuela en lindas playas de Juan Griego y Asunción, donde vuelan garzas y gaviotas a la altura de las nubes que parecen otro mar.

Tal vez fallo en precisión; pero en mi mente hay piscinas y charcas; ríos y mares con aguas de tonos verde-azules; diáfanas y oscuras; impredecibles, mansas, tumultuosas y salvajes que bañaron mis tristezas y recuerdos como el de mi hermano Mario ahogado en aguas del Otún.

Nadar es un suave discurrir horizontal donde voy dejando los afanes de la vida; inhalando el aire afuera, exhalando el aire adentro.

Otros mares otros ríos otras charcas, con el paso de los años y los soles se han secado en mi memoria: ¡No los puedo recrear!

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