CUADERNO DE MEDIDAS (1)

25 septiembre 2021 10:56 pm

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Por: Antony García

Muchas personas se resisten a las lógicas de la edad moderna usando pequeñas libretas para anotar la dirección y el número de teléfono de sus seres queridos. Desconfían, y con razón, de los directorios electrónicos. Cada vez que muere alguien, tachan los datos del difunto con un gesto triste y cansado. Mi madre es una de esas personas, con la excepción de que en su libreta no guarda direcciones y teléfonos, sino las medidas exactas de cuerpos desconocidos.

El oficio al que dedicó su vida le exigía tener un cuaderno de esta naturaleza. Desde muy joven se consagró al arte de transformar cuadros de tela en suéteres, camisas, pantalones. Las personas visitaban nuestra casa con la intención de que mi madre confeccionara para ellos alguna prenda de vestir. Ella, después de cruzar algunas palabras con el recién llegado, se disponía a medir con una cinta métrica el largo y ancho de la espalda, la cadera, la cintura, las piernas y el cuello. Todo acontecía en silencio, como si se tratara de la escena de una película muda. Una vez terminado el ritual, se acercaba a uno de los cajones de su máquina de coser, sacaba una libreta y escribía allí toda la información que había adquirido. Ponía el nombre completo de la persona, la dirección, su número de teléfono y edad, para luego enlistar, una a una, las respectivas medidas de su cuerpo. Luego escribía la fecha y el tipo de prenda a realizar. Despedía a los visitantes indicándoles que en un par de días tendrían noticias de sus prendas de vestir.

Mi madre leía la información que había escrito en las páginas de su libreta en voz alta. Luego debatía consigo misma la forma indicada de realizar el trabajo. Una vez encontraba el camino, trazaba y cortaba la tela que se convertiría en la segunda piel de su cliente. Mientras trabajaba visualizaba la prenda de vestir en futuras circunstancias: un viaje a oriente medio, un café húmedo en invierno, la parada de un autobús, un tren subterráneo, una cena romántica. Mi madre construía, punto a punto, un refugio individual que protegía de la intemperie los cuerpos que estuvieran en su interior. La ropa entraña esa necesidad de supervivencia y protección inherente al género humano. En el momento en que los seres humanos cubrieron su desnudez, sentaron las bases para la civilización que hoy conocemos. La forma en que usamos esta indumentaria se convirtió con el paso del tiempo en una manifestación del lenguaje y una organización de la sociedad. La ropa que usa cada individuo, más allá que simples harapos que lo cubren del frío, se constituye como un discurso que señala el nicho de la sociedad al que pertenece, sus ideologías, sus pasiones más evidentes, su estilo de vida.

Mucho de lo que soy es producto de la comunión de mi madre con la ropa. Criado por una modista, mi vida se vio siempre rodeada de telas, botones y agujas. Desde que tengo memoria he usado ropa hecha por las manos de mi madre. La primera prenda de vestir que fabricó fue un enterizo pequeño y azul. Tenía a lo sumo tres meses de haber nacido y mi cuerpo, frágil y quebradizo, apenas resistía la adversidad del ambiente. Mi madre, preocupada por su pequeño hijo, copió el modelo de un monoluco (así lo nombraba) exhibido en el mostrador de una tienda. El resultado fue que los primeros meses de mi existencia estuve enfundado en un suave y abrigado monoluco. Después vinieron muchas otras prendas de vestir. Siempre que observo las fotos de los álbumes familiares me doy cuenta que ella está junto a mí. Su presencia y compañía flota en el aire. Ella, sin aparecer explícitamente en los retratos, está presente en un botón que pegó justo antes de la foto, una bufanda, un polo amarillo.

Hace unas semanas descubrí, entre las pertenencias de mi madre, una de sus muchas libretas donde anotaba las medidas de sus clientes. Esta libreta, de cubiertas carmesí y hojas muy amarillentas, tenía escrito mi nombre. Al abrirla descubrí con mucha emoción un registro minucioso de mis cambios físicos, muy parecido a las marcas que hay en los quicios de algunas casas antiguas que datan el crecimiento de los niños, con la diferencia que, en la libreta, en vez del progreso de mi estatura, estaban anotadas en orden cronológico, todas las medidas que mi madre había realizado de mi cuerpo…

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