Mario Espinosa Cobaleda.
Investigador Social y Cultural
“En los excesos de los suplicios se manifiesta toda una economía del poder” Michel Foucault
El logro de un Estado de Paz no avanza como lo pretende el Gobierno del Cambio, sencillamente porque no es un propósito colectivo, porque aún no se han hecho los suficientes, y urgentes, esfuerzos por crear una pedagogía para sensibilizar y propiciar su evolución; en este escenario, es preciso elaborar un “glosario” de símbolos y actitudes para desarmar; ellas tienen que nutrir los diálogos… y los mensajes emitidos desde la institucionalidad (que deberían vincular activamente a medios comunicativos de las comunidades y de los sectores que trabajan por la Paz) deben reflejar hechos que den cuenta, que las tan esperadas transformaciones en los territorios de comunidades enteras arruinadas por el conflicto y por la ausencia de Estado y gobernanza, son posibles y se están cristalizando.
En esa perspectiva, la Paz no se materializa porque aún somos incapaces de avizorar paisajes de concordia, tanto en lo privado como en la esfera de lo público; no se materializa porque no tenemos la capacidad de imaginar futuros. En el entramado de la abundancia de dioses contemporáneos que hemos creado, la violencia adquiere una categoría ceremonial en donde pululan el miedo, el rencor, las venganzas que impiden el surgimiento de imaginarios posibles o proyectos colectivos de nación. Para avanzar en estos propósitos necesitamos de la presencia de un Estado (un andamiaje institucional) que garantice conversar, que permita escuchar la voz de los disidentes, e interactuar sin mencionar las palabras victoria o rendición.
La esencia del actual gobierno, como dice su lema institucional: Colombia, Potencia Mundial de la Vida, es hacer una política para la vida, en todas sus expresiones, es la permanencia de lo esencial, y la Paz es uno de los atributos fundamentales para darle valor a la vida. Las instancias encargadas de gestionar y buscar la Paz tienen la responsabilidad y el compromiso de reconocer los diversos conflictos armados que existen en el país, y establecer las pautas requeridas en cada caso para gestionarlos, sin trampas, sin fragmentaciones; a estas alturas, tanto los adversarios como la sociedad, de alguna manera coexisten en un “collage” en donde reclaman respeto, reconocimiento y opciones dignificantes para des escalar los conflictos.
No se puede desconocer el poder que ejercen el ELN, las FARC y sus disidencias (Estado mayor Central – Segunda Marquetalia) los llamados GAOs (grupos Armados Organizados) las AUC…. en los territorios y su influencia sobre sus pobladores. Las confrontaciones entre ellos por el control y la supremacía provocan una serie de conflictos “irregulares” y la balcanización de violencias propiciadas, además por las dinámicas de las economías ilegalizadas. Cada proceso de Paz exige alternativas novedosas, acordes con las épocas y el conocimiento de las dinámicas y economías regionales. No hay fórmulas exitosas, lo que funcionó hace treinta años correspondió a contextos sociales y políticos de ese entonces; ningún grupo o fracción de la insurgencia está dispuesto a someterse, cada uno de ellos surgió por unas causas y en unos contextos específicos; así gran parte de la sociedad no lo vea así, han recorrido un camino. Este es el país real. Ni negar, ni desconocer los asuntos estructurales, ni dividir, es sano ni eficaz para la Paz.
Mientras persistan los actuales niveles actuales impunidad y corrupción se complejizan aún más las posibilidades para generar entornos de Paz, pues quienes se benefician de los negocios y dádivas de las fragmentaciones que producen el desgobierno y la debilidad de la justicia, son quienes promueven y estimulan la exacerbación de los conflictos. Solo así continuarán manipulando el poder y engrosando sus arcas, pues la guerra y el suplicio resonante son evidentes ejercicios de irregular soberanía.
El reclamo de nueve millones de víctimas de un intrincado conflicto, aún con la aplicación de la Ley de Víctimas, no alcanza a quebrar la indolencia de una sociedad, a quien, como a la historia oficial, no le importan los hechos cotidianos de violencia, porque estos no son trascendentales, ni dignos de narrar. Es como si se quisiera engañar al olvido, como si bajo el influjo insospechado de versiones elaboradas por las maquinarias del poder se invisibilizaran las voces del dolor.
No bastan los clamores de la Sociedad Civil si ellos no alcanzan a permear los nichos de protección en donde se parapetan la indiferencia y la comodidad de amplios sectores de pobladores aferrados al bienestar individual y a la noción de éxito pregonada por medios masivos e influencers. Somos culturalmente heterogéneos, con múltiples concepciones sobre el bien común, la identidad, la igualdad o la equidad, por ejemplo… La pregunta es: ¿de esa yuxtaposición de ideas y de la amalgama de pluralidades es posible elaborar un concepto de Paz que seduzca a la mayoría de la población colombiana? ¿Una noción que, necesariamente vaya más allá de los tan esperados ceses de fuego y hostilidades por parte de los diversos grupos armados, y que nos permita avanzar en la comprensión de poder resolver (o manejar) los conflictos sin necesidad de emplear la violencia?
La Paz y las diversas interpretaciones de los “sentimientos de amor y solidaridad” pueden ser una aleación demencial si desde cada orilla jalan para su lado o conveniencia; su incomprensión íntima, integral y ética destruyen cualquier propósito de armonía y de respeto hacia las demás personas. Eso lo saben muy bien, y nos lo enseñan culturas tan ancestrales y sabias como los Koguis…. La palabra en su dimensión más acendrada, debería ser ese espejo que refleje coherencia entre la realidad y el deseo, y esto, precisamente es lo que no se vislumbra en los acercamientos y conversaciones entre los interlocutores y fracciones beligerantes del conflicto que vivimos. Si la desconfianza es recíproca, la extrañeza y el fracaso son inevitables, y la esperanza se diluye en un tinglado de protagonismos perversos o ingenuos.
Sin embargo, hay lecciones que no se quieren aprender, que, con insistencia, los enemigos de los procesos de paz se empeñan en desconocer, ahí están, entre otros, los procesos que avanzan en la Justicia Especial para la Paz, los hallazgos de la Comisión de la Verdad, las iniciativas para implementar las Justicias Restaurativas, los ingentes esfuerzos de pueblos que claman por hacer aportes propios en la búsqueda de su supervivencia y permanencia tranquila en sus territorios. El libreto conceptualizado y fundamentado inicialmente por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz, en donde se privilegia la participación de las comunidades, el respeto a lo pactado y, ante todo, la perspectiva de desentrañar y eliminar los motivos estructurales de quienes han optado por recurrir a las armas como alternativa de subsistencia y reconocimiento, es un aporte sustancial en la retícula de este diseño. Mientras los niños jueguen a la guerra, la vida no tendrá el sentido ni la trascendencia necesaria para la consolidación de la tan mentada Paz Estable y Duradera.
Los aportes que se hacen desde sectores intelectuales hacia un pensamiento social y crítico, con frecuencia se enredan, o son interpretados como refinadas confabulaciones para exacerbar los apasionamientos y la polarización. En otros casos, son poco entendibles o accesibles para amplios sectores de la población. Es allí, precisamente en donde la cultura tiene que entrar a jugar un papel vital en la construcción de nuevos imaginarios, en la consolidación de una “Estética para la paz y la reconciliación”, de unos lenguajes incluyentes que hagan parte del diario vivir, de la canasta familiar. Esas “empatías estéticas” seguramente no saldrán de la inteligencia artificial, son la apuesta colectiva que tendrían que emprender los soñadores y los artistas en procesos locales y
territoriales de inclusión y difusión… en la escuela, en la calle, en los medios. La Paz que queremos no es la impuesta por los vencedores, no es la que se obliga, es la que, en un estado democrático, deciden hacer a voluntad y por convicción sus ciudadanos, provocar ese despertar ciudadano, en una manifestación para que el mandato de la paz sea real. En nuestro caso, este propósito demanda una verdadera revolución cultural, ¿Difícil? Sí, pero, como decía Eduardo Galeano: La Utopía está en el horizonte… nos sirve para caminar….