Jhon Faber Quintero Olaya
Las polémicas no cesan en el país del sagrado corazón. Ahora se generó un revuelo de mil proporciones por cuenta de la declaratoria del sombrero de Carlos Pizarro como patrimonio cultural de la nación. A través de la Resolución 218 de 2023 el Ministerio de Cultura formalizó la medida y las reacciones a favor y en contra no se hicieron esperar. La cartera responsable del acto administrativo inició una gira mediática para que la ciudadanía entendiera una confusa diferenciación entre diferenciación entre bien de interés cultural y patrimonio cultural de la nación.
Los aspectos semánticos no son relevantes, aunque si hubiera sido apropiada una publicación previa del proyecto de norma que iba a condensar este reconocimiento para evitar las suspicacias que con posterioridad se dieron. El Ministro indicó en medios de comunicación que algunos funcionarios actuaron de mala fé al hacer público el comunicado en que se difundía la noticia; afirmación que, desde luego, es cuestionable porque los servidores del Estado no pueden actuar en forma secreta, máxime si se trata de políticas públicas con incidencia cultural. Las justificaciones una vez proferido el acto administrativo dejan un sinsabor de hermetismo injustificado.
Carlos Pizarro fue un actor de la vida nacional, al tiempo que no sólo dirigió y fue miembro de un movimiento insurgente, sino también impulsor del acuerdo constituyente de 1991 y candidato presidencial. No se puede desconocer su paso por la historia y su legado en algunas filosofías políticas que perduran y que, incluso, hacen parte del programa de gobierno vigente. No se puede ocultar la historia. El gobierno con este acto administrativo no está haciendo apología de una determinada figura, sino que evoca una realidad que puede ser consultada en cualquier bibliografía, texto de antecedentes o incluso en la internet.
Algunas acciones del M-19 como la toma al Palacio de Justicia son repudiables, pero desconocer el pasado genera riesgos de repetición. El sombrero de Pizarro, para algunos, es símbolo de paz y, para otros, la evocación de un personaje que lideró un grupo alzado en armas. Ambas perspectivas son respetables, pero en cualquier caso el asesinado candidato presidencial fue un protagonista central de las dos últimas décadas del siglo XX. La cultura no es buena ni mala, pero si representa identidad a partir de los pasos de una sociedad que acierta y se equivoca, pero que se distingue por sus acciones.
En Alemania, por ejemplo, existen diferentes retratos de lo que fue el periodo del nacionalsocialismo. Hitler no es precisamente un ídolo en la civilización teutona actual, pero fue su líder político en un nefasto gobierno. Este Estado europeo no puede ocultar que parte de su reconstrucción, visión cultural, social, económica y jurídica pasó por lo que fue el holocausto y la segunda guerra mundial. El “Berlin Story Museum” es un ejemplo de recordación de la historia más allá, de su huella en la cultura y de los esfuerzos por no repetir prácticas como los acaecidas en los años 1939 y 1945.
Por tanto, el sombrero de Pizarro es perfectamente reconocible como patrimonio cultural de la Nación, sin que ello implique destacar a su portador como uno de los hombres más sobresalientes del país. La marca del M-19 es equivalente a la que surgió del Acuerdo de Paz con las FARC porque gústenos o no la violencia política ha estado presente en casi todos los años de nuestra vida republicana. Podemos pensar el sombrero como un distintivo de la gallardía de los héroes del campo, pasando por la firma del proceso de paz de los 90 o como una prenda de usada por un homicida. La libertad de las ideas hace parte de la democracia, así como el no desconocer a quienes nos antecedieron.