Aldemar Giraldo Hoyos
Desde mi época de adolescente, recuerdo que los maestros se oponían a cualquier forma de evaluarlos, unas veces, si era por conocimientos generales, otras, por saberes de su especialidad, algunas, por sus saberes pedagógicos y otras, por competencias; en algunos momentos se discutía quién debía evaluarlos, en qué forma y cuándo.
Según el Ministerio de Educación (2021a) “La evaluación del desempeño de los docentes es un proceso para obtener información sobre el nivel de logro y los resultados de los educadores, permitiendo identificar fortalezas y aspectos de mejoramiento”. Es indispensable evaluar a quien educa, de lo contrario, se perpetuarán conductas y aprendizajes que, necesariamente influirán en la construcción de futuro.
No sé a qué se debe el temor a ser evaluados si diariamente utilizan esta estrategia para medir resultados académicos; ¿yo evalúo, pero yo no puedo ser evaluado? Importantísimo que los estudiantes evalúen la labor del profesor, su motivación, organización, actividades realizadas, clima del aula, diversidad, inclusión, etc. De otro lado, es de vital importancia hacer seguimiento de los resultados académicos de los grupos que tiene asignados cada docente; el aprendizaje de los estudiantes es una verdadera medida de la calidad de la enseñanza. No veo nada mal que los resultados de las Pruebas de Estado o Pruebas Saber sean un insumo primordial a la hora de evaluar a los docentes.
Si no hay evaluación no podremos conocer nuestras fortalezas y debilidades para diseñar verdaderos planes de mejoramiento; no nos podemos resignar a repetir cada año la manida autoevaluación, la cual, en la mayoría de los casos, se convierte en comité de aplausos. Tenemos que seguir evaluando la calidad de la educación a partir de los resultados de las evaluaciones estandarizadas (PISA 1 en el contexto internacional y Pruebas SABER en el contexto nacional).
Tenemos que asegurarnos de que quienes realizan funciones de docencia en la educación obligatoria cuenten con los conocimientos, aptitudes y capacidades profesionales para promover el máximo logro de aprendizaje de los educandos.
No es suficiente tener un título; hay que revalidarlo año tras año; además, es necesario colocar en el centro de la discusión los propósitos y las razones de ser de la evaluación de los docentes. Como decía mi abuela “Quien no sabe escribir no puede enseñar a escribir”.